Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

na32fo01.jpg (13327 bytes)

La princesa, el general y el DT

Por Miguel Bonasso
A Osvaldo Soriano


t.gif (862 bytes) Es una historia en tres tiempos y en cuatro ciudades (Buenos Aires, México, Rosario y Barcelona). Involucra al DT de la Selección nacional, Marcelo Bielsa, a su hermano el jurista Rafael Bielsa y, en menor medida, al propio autor de esta nota. Involucra especialmente a una princesa de Mónaco y a su esposo, un general también monegasco (por adopción). Y al escenario que reúne a todos esos personajes: la Quinta de Funes, en los alrededores de Rosario. Es una historia muy argentina: donde el grotesco sucede al espanto.

 

Barcelona, junio de 1998. Marcelo Bielsa entrenaba al Español de Barcelona bajo un sol africano, cuando los vio avanzar, paralelos a la raya de cal. Ella era una mujer rubia que vestía un largo vestido rosa y se cubría con un parasol del mismo color. El, un gordo petiso, de bigotes, enfundado en un traje claro y una remera negra de cuello cerrado. Cuando llegaron junto al técnico, el Gordo dijo: "Señor Marcelo, permítame presentarle a la princesa y a un servidor, el general Esquivel". Esquivel, que no murió ni fue guerrero, sino que tiene un previsible apellido italiano, felicitó a Bielsa por haber preferido ser el DT de la Selección nacional, antes que seguir disfrutando el oro de "los godos", como llamó a los catalanes. Entonces la princesa, grave, consciente de su autoridad, comenzó una larga retahíla, totalmente incomprensible, en la que de tanto en tanto, emergían "los derechos humanos", la "ininterrupción de la vida" (sic) y la insistencia porque viera un determinado dossier sobre un asunto que no explicitó. Bielsa se despegó de los insólitos personajes tan pronto pudo y se olvidó del asunto. Al mes le llegó una carta a su casa, remitida desde Alella, escrita en papel membretado de un hotel de Barcelona y escrita con tinta rosa. Adentro había unos sellos que parecían arrancados de la prosa de López Rega: "San Martín tiene sus Cuentas al Día y Vigila" o "Patria es Patria Sea de Día Como de Noche". A todo lo cual, se añadían las crípticas alusiones a los derechos humanos y la conservación de la vida. Y, por supuesto, a la necesidad de que viera el dossier. Firmaba La Princesa, con patrióticos saludos del General.

Dos semanas más tarde los dos personajes retornaron al Montjuic y abordaron al DT. Como la vida le ha enseñado a Marcelo Bielsa a reconocer los mangueros, apretó a La Princesa para que fuera al grano: "Princesa, me parece que hay algo que usted quiere decirme y no se atreve. ¿De qué se trata?". La Princesa Esquivel le preguntó entonces si seguía viviendo en Funes, en las afueras residenciales de Rosario. Bielsa le dijo que no, que lo único que había hecho en Funes había sido entrenar a Newell's Old Boys en el Liceo Aeronáutico hacía ya varios años. "Bueno, no importa --dijo Su Alteza--. Tengo allí dos hectáreas de mi propiedad que creo que pueden ser de su conveniencia". Y le alargó el famoso dossier, que era una carpeta con un plano de la Quinta de Funes. Bielsa siguió entrenando y se olvidó del tema.

 

Funes, Rosario, noviembre de 1998. El DT recordó el dossier, lo picó la curiosidad y le dijo al señor Lucho, su mano derecha: "¿No me acompañás a Funes a ver las hectáreas de la Princesa?". Fueron con Inés, la hija de Marcelo, ubicaron el lugar, que les pareció magnífico y tocaron el timbre. Los atendió un hombre que se identificó como chofer de ómnibus de larga distancia e hincha de Ñúbel. Les mostró la pileta con sus vestuarios, el amplio parque de árboles añosos, la casa principal, la de los caseros y percibió el entusiasmo del técnico. "Ellos piden más, pero creo que por cien mil dólares se la queda", dijo el chofer, más por fanatismo hacia los colores rojinegros que por traicionar a sus patrones.

 

Funes, Rosario, marzo de 1997. Fue un viaje al pasado, al corazón de la tiniebla. Veinte años después de haberla denunciado en México como centro clandestino de reclusión, pude meterme en la Quinta de Funes, a ver en qué se había convertido en tiempos de la democracia. Y lo primero que me golpeó fue la exactitud del relato que me había hecho Jaime Dri, que luego volqué en Recuerdo de la muerte. El parque, la pileta, los vestuarios que sirvieron de calabozo a Dri y otros prisioneros, la casa principal donde el general Leopoldo Galtieri dialogó una madrugada con Tulio Valenzuela y cometió el error de creerle cuando éste se fingió traidor y le prometió que viajaría a México con una patota del Segundo Cuerpo para entregarle a Mario Firmenich y otros jefes montoneros exiliados. La Quinta me pareció siniestramente idéntica a como me había imaginado. Lo que no podía prever es lo que me dirían tres tipos mal entrazados que salieron a cortarme el paso en medio del parque. Que ahora pertenecía a la "princesa monegasca María Isabel Esquivel y su esposo, el general Esquivel". Una historia alucinante, por la que Arlt hubiera dado una mano, que repitió después la supuesta "encargada", una mujer, baja, colorada (con un apellido italiano que se traspapeló en mis apuntes) que dijo ser, a la vez, hermana del General y suboficial de la policía rosarina. Todos ignoraban, o fingían ignorar, lo que había ocurrido en ese laboratorio de inteligencia del Segundo Cuerpo, donde los prisioneros fueron chantajeados con la vida, para que simularan seguir siendo guerrilleros y traicionaran a sus antiguos compañeros. Y donde todos, incluso los que se pasaron de bando, acabaron igual ejecutados por los hombres del Segundo Cuerpo. (Como la heroica compañera de Valenzuela, Raquel Negro, por cuyos dos mellizos nacidos en cautiverio Galtieri tendría que dar cuentas ante el juez Adolfo Bagnasco.) La nota fue publicada en Página/12 el domingo 30 de marzo, con un acompañamiento estremecedor: el testimonio de un hombre público, que había estado secuestrado pocos días allí cuando era un joven militante y había dialogado con un general de voz aguardentosa que reconocería mucho después en las arengas de Malvinas. El testimonio tenía un valor adicional: según mis noticias, el prestigioso jurista Rafael Bielsa debía ser el único sobreviviente de Funes.

 

Funes, Rosario, noviembre de 1998. Pese a la insistencia de su hija Inesita, que por alguna extraña razón quería abandonar rápidamente el lugar, Marcelo Bielsa siguió escuchando al chofer de larga distancia. "Claro --dijo el hincha de Ñúbel--, usted que es conocido va a tener aquí algunas incomodidades los finales de marzo, porque por esas fechas vienen algunas personas de los derechos humanos y con seguridad eso lo va a incomodar, que lo reconozcan, que le hagan preguntas, pero con irse el 20, el 21 y volver el 27 se arregla. Total, ¿qué es una semanita al año? Yo mismo he atendido muchas veces a esa gente, a un señor Bonazzi, creo que se llama, que vino una vez y después escribió algo en los periódicos, pero no me llevó demasiado tiempo. Y la propiedad, la verdad vale el sacrificio". Mientras el chofer se metía en la casa, para mostrarle los recortes de Página/12, que había guardado, llegó una mujer que se identificó como caba de la policía y le dijo, orgullosa, que era la hermana del general Esquivel. Cuando el chofer le trajo la nota de Página/12, Marcelo Bielsa pensó que estaba soñando una pesadilla absurda. O que el hincha de Ñúbel era un siniestro que lo estaba gastando. Porque allí, en un recuadro titulado "El tipo está loco" aparecía, como un exabrupto imposible, la firma de su hermano Rafael. Recordando: una noche me hicieron salir al exterior y arrodillar sobre la tierra. Morir en invierno y de noche, no habría una próxima vez. Me pareció que delante mío había un pozo y que dentro hervían cal. Acercaron el cañón de una pistola a mi oreja y dispararon. Yo caí de costado, en posición fetal, pienso ahora. Mis manos tocaron el pasto y notaron la humedad del rocío. "Un muerto no se da cuenta de que tiene húmedas las palmas", recuerdo que pensé. Varios rieron, al parecer se trataba de una broma. Habían puesto la pistola a la par de la cabeza y gatillado.

Inesita le tiraba de la mano: "Papá, me quiero ir de acá". El señor Lucho se paseaba inquieto por la entrada, observando el cartel con la bandera argentina y el sol de guerra donde decía, como en las cartas de tinta rosa: "Casco - La Argentina - Funes". Y Marcelo aprovechó una pausa de su inquietante fan para despedirse del chofer y la caba de policía y huir para siempre de esa quinta que lo había encantando y que ahora le parecía "incompatible con la vida humana".

 

Buenos Aires, diciembre de 1998. Marcelo y Rafael Bielsa charlan bajo un paraíso, al amparo de una noche suntuosa y el ruido del viento entre las hebras del árbol engarza una palabra aquí y otra allá sobre el dorso del relato. La madre de ambos cumple ese día setenta años. Rafael no puede creer lo que Marcelo le está contando: que una Princesa y un General monegascos le quisieron vender a su hermano el campo de concentración donde estuvo secuestrado.

 

PRINCIPAL