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Por Juan Ignacio Ceballos De la mano de un tenis casi perfecto, que enterró todas las controversias previas a esta final, la suiza Martina Hingis superó a la francesa Amelie Mauresmo por 6-2 y 6-3 y se adjudicó por tercera vez consecutiva el Abierto de Australia, primer torneo de Grand Slam de la temporada, que reparte 7,5 millones de dólares en premios y puntos para el ranking mundial. Con su triunfo, la número dos del mundo cosechó el quinto título de Grand Slam de su carrera, extendió a 21 partidos su invicto en el Melbourne Park y acalló las polémicas creadas en torno de Mauresmo, 29a. del ranking, quien en Australia decidió confesar su homosexualidad y ahora, a partir de su físico extremadamente desarrollado, es sospechada de doping. Claro que la aplastante victoria de Hingis en la madrugada de ayer, consumada en el séptimo match point que dispuso, también llegó cargada de significados adicionales: fue el primer gran triunfo de la suiza tras casi doce meses aciagos en títulos; y también, se dice, luego de meditar seriamente un prematuro retiro. El año pasado, a mitad de temporada, dejé de disfrutar el tenis como lo hacía antes. Me sentía aburrida, especialmente en los entrenamientos. Y cuando físicamente no creés estar en tu mejor nivel pero tenés que jugar, se acaba la diversión, confesó Hingis, quien juega al tenis desde los tres años y carga con una historia llena de presiones, exigencias y conflictos familiares que, hace pocos meses, casi la llevan a un crac tenístico. Nacida en Kosice (ex Checoslovaquia) el 30 de setiembre de 1980, Hingis vivió su infancia y adolescencia conforme a los proyectos de gloria y a los vaivenes emocionales de su madre, Melanie Molitor. Frustrada tenista profesional, Molitor proyectó que su hija sería una campeona aun antes de nacer, según confesaría la misma Hingis. Y lo cumplió sin ayuda: primero le enseñó a jugar, más tarde manejó milimétricamente todos los pasos de su hija (dentro y fuera de la cancha), y por último la guió al número uno del mundo. Camino a la gloria, sin embargo, Hingis debió soportar mudanzas y divorcios. Cuando la pequeña Martina tenía sólo cuatro años, Melanie abandonó a Karol Hingis. Tres años después, Molitor se volvió a casar, esta vez con el suizo Andreas Zogg, y se mudó con su hija a la helvética Trubbach. Duraron juntos ocho años, hasta que se separaron. Esos fueron los peores momentos de mi vida, confesaría Martina. Su tenis, de todas maneras, siguió creciendo. Molitor y su particular filosofía de trabajo llevaron a Martina, en 1997, a convertirse en la más joven número uno del mundo y a ganar esa misma temporada tres de los cuatro torneos del Grand Slam (sólo le faltó Roland Garros, donde cayó en la final). Pero los problemas llegaron cuando el año pasado Hingis comenzó a hacer su vida, desviándose del camino programado por su madre. Primero, se puso de novia con el tenista español Julián Alonso, relación que Melanie nunca vio con buenos ojos. Luego, cambió su ritmo de entrenamientos y ganó peso. Y por último llegaron las lesiones y las peleas con su madre. Aunque Hingis jamás lo confesó, se supo que habría considerado el retiro. Y que su misma madre la habría convencido de retomar la senda del tenis. Por eso este triunfo, para ella, tiene un doble valor. Espero aprender de lo que me pasó en 1998. Físicamente me siento mucho mejor y he vuelto a confiar en mí. Quiero recuperar el número uno, pero lo primero es volver a disfrutar del juego, manifestó Hingis en Australia. Y aclaró:No hay hombres en mi vida. Todavía tengo tiempo para esas cosas. Ahora lo más importante es volver a jugar buen tenis. Eso mismo hizo Martina contra Mary Pierce en los cuartos de final, ante Monica Seles en las semis, y contra Mauresmo en el partido decisivo. Concretada la victoria ante la francesa, le dio la mano a su rival, sin perder la sonrisa le pidió disculpas por haberla llamado medio hombre y, acto seguido, revoleó tres raquetas a la tribuna. ZABALETA SE ACUERDA DE MAURESMO Por J.I.C.
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