El grito de Umberto Bossi
¡no queremos una Italia multiétnica! es una de las declaraciones de principios más
transparentes emitidas por el racismo socioeconómico posmoderno. El peligro albanés
sustituye con ventaja a los peligros telúricos anteriores: el tártaro, el amarillo o el
turco. La Europa del norte amenaza con retirar las subvenciones a la Europa del sur y
ésta a su vez se revuelve contra el peligro de la invasión de los bárbaros, vengan del
este, de las deconstruidas repúblicas socialistas, vengan del sur, desde una plataforma
de emigración africana que arranca desde el Africa ecuatorial y salta hacia Europa a
partir de sus puntos más inmediatos: Italia meridional y España. En Milán una
manifestación proclama el rechazo de los inmigrantes ilegales, atribuyéndoles el
incremento de los índices de criminalidad y sin que nadie aporte la estadística de que
siguen siendo más peligrosos los italianos para los italianos, los españoles para los
españoles o los franceses para los franceses, que cualquier colectivo inmigrante. Por
mucho que violen, maten o roben, los inmigrantes nunca superan ni cuantitativa, ni
cualitativamente el nivel de violencia que despliegan los aborígenes entre ellos, pero
los extraños alimentan el temor irracional a lo diferente y a la inseguridad acústica.
Raramente el inmigrante ha tenido tiempo para serenar sus facciones gracias a una vida
estable, su sistema de señales no se ajusta al código hegemónico y, dentro de ese
sistema de señales, la lengua le denuncia y transmite inseguridad acústica. La peor
inseguridad, la que nos hace remirar los puntos cardinales como si ya no fueran los de
siempre.
La Europa del sur ha perdido la memoria de su propia angustia migratoria hacia América o
hacia la Europa rubia y blanca del norte, una memoria migratoria también llena de lucha
por la vida en las peores condiciones de marginalidad y de mafias de supervivencia nacidas
en el subsuelo del sistema. Ya no necesita esa memoria para ufanarse por el camino
recorrido hacia y dentro de la modernidad, porque recrearse en ella significaría
encontrar una justificación racional del porqué de las migraciones actuales. Frente a
ellas hasta la vieja cultura de izquierdas ha abdicado de la Teología de la Solidaridad y
se deja seducir por la tentación de asumir, con todas sus consecuencias, la Teología de
la Seguridad. El sistema de seguridad europeo pasa porque las fronteras del sur de Europa
se muestren firmes ante las oleadas previsibles de fugitivos de los países globalizados
en busca del norte globalizador y si España ha de controlar la doble penetración
latinoamericana y africana para que no lleguen hasta Poitiers donde ya Charles Martel
detuvo la invasión islámica en el siglo IX, Italia tiene que protegerse y proteger a
Europa de los albaneses y de los africanos. Esto no ha hecho más que empezar. El nuevo
orden económico internacional es una máscara que trata de cubrir un desorden
peligrosísimo que vuelve a convertir a los en otro tiempo llamados condenados de la
Tierra en bombas migratorias hacia los ricos mercados de trabajo que detentarán la mayor
parte de ese 20 por ciento de humanidad productiva real que se necesitará en el siglo que
viene. Para el 80 por ciento restante habrá que programar mucha diversión y mucha
represión, por lo que los analistas de la lógica interna del neocapitalismo especulan
con la necesidad de desarrollar el negocio de las cárceles privadas y el oficio de
policía igualmente privado, cuando el Estado sea incapaz de garantizar el orden en una
sociedad ya no de los tres tercios, sino escindida entre una minoría instalada y una
mayoría desintegrada y desidentificada.
Temerosas las formaciones políticas de perder mercado electoral si resucitan el discurso
solidario que reconoce el derecho a la búsqueda de trabajo y supervivencia allí donde se
encuentre, sólo movimientos sociales extraparlamentarios mantienen sin altibajos ni
oportunismo una difícil batalla cultural contra la xenofobia compensatoria del vértigo
de la globalización. Xenofobia, religiosidades convencionales y de nuevo diseño,
nacionalismo, nuevos fundamentalismos que conceden sustitutivos deseguridad dentro de un
sistema productivo y comercial mundial sin referentes precisos, con centros de decisión
extraterritoriales, como engullidos en un triángulo de las Bermudas que ni siquiera está
en las Bermudas. Frente a ese desorden incontrolado por los poderes políticos, resulta
patética la estampa de cualquier líder subglobal que se ponga a la entrada de su
hormiguero impidiendo sobre todo la entrada de hormigas albanesas o mexicanas.
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