La
maxidevaluación brasileña no despeinó hasta ahora al sistema financiero argentino. La
quiebra del Plan Real no afectó aquí a la oferta monetaria (lo que significa que en
principio no hubo fuga de capitales), las reservas internacionales ni los depósitos, y
sólo produjo una leve dolarización, menor a la que provocaron las crisis asiática y
rusa, mucho más remotas para el país pero anteriores. En su informe de todos los
domingos, la Fundación Capital indicó ayer que, sin embargo, aumentaron las tasas de
interés y los niveles de riesgo país y cambiario, todo por culpa del Efecto Caipirinha.
Esto último complica las perspectivas de financiamiento, en especial para el sector
privado, que tiene por delante abultados vencimientos de deuda, según apunta
el equipo de economistas que conduce Martín Redrado.
En el panorama ven un Brasil que seguirá desestabilizado, en una espiral
devaluación-inflación-devaluación, en la medida en que no haga algo drástico con su
deuda, y el cuco de un fuerte ajuste bajista en la Bolsa estadounidense. En base a ello,
no esperan que en los próximos meses haya un ingreso significativo de capitales ni fluido
acceso al financiamiento, sobre todo para las empresas. A nadie sorprendería que las
variables monetarias sigan amesetadas o en leve declinación ante un agravamiento de la
crisis brasileña.
Como en crisis anteriores, los bancos se sentarán sobre su liquidez hasta ver cómo se
encaminan los desequilibrios en los mercados más vapuleados, anticipándose a un giro
adverso en la liquidez. Un mercado de capitales que vuelve a endurecerse para los
países emergentes afirma el informe obligará también al sector público a
volcar una mayor presión por los escasos fondos disponibles en el mercado local,
agravando el panorama de financiamiento del sector privado debido a que operará el efecto
crowding out, o desplazamiento en el acceso al crédito.
De acuerdo a este instituto de estudios económicos, no hubo hasta ahora contagio de la
debacle del real, pero no existe margen para la euforia. La evolución de las variables
monetarias durante enero despejó cualquier hipótesis de contagio al sistema financiero
argentino. Los puntos salientes del análisis son éstos: no se evidencia salida de
reservas del sistema, se mantienen o más bien aumentan levemente los depósitos, también
se mantiene estable el nivel de recursos monetarios (unos 91.300 millones, entre pesos y
dólares), la dolarización de los depósitos es tenue y no fue necesario un aumento
exagerado en la asistencia de liquidez por parte del Banco Central.
A pesar de este no hay novedad en el frente, la presente crisis aborta un principio
de estabilidad financiera que se insinuaba en los últimos dos meses, con la tendencia
decreciente en las tasas de interés y la prima de riesgo país, que estaban permitiendo
un paulatino retorno aunque selectivo del sector privado al financiamiento
internacional. La incertidumbre respecto de la situación cambiaria en Brasil
aumentó sensiblemente constatan los redradistas las tasas locales de
interés, tanto activas como pasivas, casi duplicó los niveles de riesgo cambiario (de 1
a 2 por ciento) y subió el riesgo país, que saltó de unos 650 puntos básicos a casi
mil.
En la medida en que el sistema financiero aguante bien el sacudón, parece sensato esperar
un impacto proporcionalmente menos cruel sobre el sector real.
SUBRAYADO |
Por Julio Nudler |
Malditas inversiones Todos acusan al capital caliente, a esos gigantescos flujos de fondos de
corto plazo en busca de veloces ganancias especulativas. Codiciosos y asustadizos,
destrozan a su paso los mercados financieros emergentes, desde Tailandia a Brasil. Son los
culpables de la crisis, los villanos de la obra, en contraste con la vaca sagrada de los
economistas: la inversión extranjera directa, que se atornilla al piso, crea capacidad
productiva, no infla burbujas, incorpora tecnología, da empleo y no genera deuda. Pero en
un reciente artículo, Philip Bowring la emprende a golpes con este mito.
La gran plaga actual de muchos países, como los asiáticos, es la sobreabundancia de
productos que no consiguen comprador. La superproducción es, en gran medida, el resultado
de las inversiones que efectuaron las multinacionales en vastas áreas del mundo, desde
China a Latinoamérica, al liberalizarse en todas partes la política frente al capital
extranjero. Si ese asalto inversor respondió al propósito de conquistar mercados y
expandir las ganancias, como diría Marx, o al deseo de evitar que otras corporaciones
coparan esos espacios, como analizaría Schumpeter, poco modifica el resultado.
Cuando la fuga adelante del frenesí inversor se topó con el primer estallido de la
burbuja especulativa, comenzó la guerra de devaluaciones, cuyo campo de batalla es hoy
Brasil. Sus industrias están en condiciones de producir mucho más de lo que brasileños
y argentinos pueden comprar. Con el real a sólo 47,6 centavos de peso (según el cierre
del viernes), hay buenas posibilidades de que Brasil le exporte a la Argentina parte de su
recesión, y muy pocas de que ocurra lo inverso.
Después del desprestigio en que cayó la planificación, hay razones igual de fuertes
para abandonar la religión del mercado. Se suponía que las multinacionales, con sus
gabinetes de economistas y mercadólogos, sólo decidirían producir lo que tuviera
demanda. Pero ahora se sabe que cometieron errores grotescos, y que cuando explicaban
ciertas sorprendentes inversiones en función de su estrategia de largo plazo, sólo
querían ocultar que no tenían estrategia alguna.
Vivir en este mundo donde sobra capacidad productiva (respecto de la cual no cuentan los
desposeídos, porque carecen de poder de compra) con una moneda sobrevaluada es condenarse
a un via crucis. ¿Qué mercado le hará de locomotora a la economía argentina? ¿El de
exportación, el consumo interno, la demanda de inversión? Aunque con pocas esperanzas,
habrá que prenderle una vela a cada santo. |
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