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NO HUBO AUN FUGA DE CAPITALES NI DOLARIZACION
La Argentina no se contagió

El desastre brasileño no desestabiliza al sistema financiero local, pero subieron las tasas de interés y faltará crédito.

Martín Redrado, economista en jefe de la Fundación Capital.
Difícil panorama para los vencimientos de la deuda privada.

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t.gif (862 bytes)  La maxidevaluación brasileña no despeinó hasta ahora al sistema financiero argentino. La quiebra del Plan Real no afectó aquí a la oferta monetaria (lo que significa que en principio no hubo fuga de capitales), las reservas internacionales ni los depósitos, y sólo produjo una leve dolarización, menor a la que provocaron las crisis asiática y rusa, mucho más remotas para el país pero anteriores. En su informe de todos los domingos, la Fundación Capital indicó ayer que, sin embargo, aumentaron las tasas de interés y los niveles de riesgo país y cambiario, todo por culpa del Efecto Caipirinha. Esto último complica las perspectivas de financiamiento, en especial para el sector privado, “que tiene por delante abultados vencimientos de deuda”, según apunta el equipo de economistas que conduce Martín Redrado.
En el panorama ven un Brasil que seguirá desestabilizado, en una espiral devaluación-inflación-devaluación, en la medida en que no haga algo drástico con su deuda, y el cuco de un fuerte ajuste bajista en la Bolsa estadounidense. En base a ello, no esperan que en los próximos meses haya un ingreso significativo de capitales ni fluido acceso al financiamiento, sobre todo para las empresas. A nadie sorprendería que las variables monetarias sigan amesetadas o en leve declinación ante un agravamiento de la crisis brasileña.
Como en crisis anteriores, los bancos se sentarán sobre su liquidez hasta ver cómo se encaminan los desequilibrios en los mercados más vapuleados, anticipándose a un giro adverso en la liquidez. “Un mercado de capitales que vuelve a endurecerse para los países emergentes –afirma el informe– obligará también al sector público a volcar una mayor presión por los escasos fondos disponibles en el mercado local, agravando el panorama de financiamiento del sector privado debido a que operará el efecto crowding out, o desplazamiento en el acceso al crédito.”
De acuerdo a este instituto de estudios económicos, no hubo hasta ahora contagio de la debacle del real, pero no existe margen para la euforia. La evolución de las variables monetarias durante enero despejó cualquier hipótesis de contagio al sistema financiero argentino. Los puntos salientes del análisis son éstos: no se evidencia salida de reservas del sistema, se mantienen o más bien aumentan levemente los depósitos, también se mantiene estable el nivel de recursos monetarios (unos 91.300 millones, entre pesos y dólares), la dolarización de los depósitos es tenue y no fue necesario un aumento exagerado en la asistencia de liquidez por parte del Banco Central.
A pesar de este no hay novedad en el frente, “la presente crisis aborta un principio de estabilidad financiera que se insinuaba en los últimos dos meses, con la tendencia decreciente en las tasas de interés y la prima de riesgo país, que estaban permitiendo un paulatino retorno –aunque selectivo– del sector privado al financiamiento internacional”. La incertidumbre respecto de la situación cambiaria en Brasil aumentó sensiblemente –constatan los redradistas– las tasas locales de interés, tanto activas como pasivas, casi duplicó los niveles de riesgo cambiario (de 1 a 2 por ciento) y subió el riesgo país, que saltó de unos 650 puntos básicos a casi mil.
En la medida en que el sistema financiero aguante bien el sacudón, parece sensato esperar un impacto proporcionalmente menos cruel sobre el sector real.

 

SUBRAYADO

Por Julio Nudler

Malditas inversiones

Todos acusan al capital caliente, a esos gigantescos flujos de fondos de corto plazo en busca de veloces ganancias especulativas. Codiciosos y asustadizos, destrozan a su paso los mercados financieros emergentes, desde Tailandia a Brasil. Son los culpables de la crisis, los villanos de la obra, en contraste con la vaca sagrada de los economistas: la inversión extranjera directa, que se atornilla al piso, crea capacidad productiva, no infla burbujas, incorpora tecnología, da empleo y no genera deuda. Pero en un reciente artículo, Philip Bowring la emprende a golpes con este mito.
La gran plaga actual de muchos países, como los asiáticos, es la sobreabundancia de productos que no consiguen comprador. La superproducción es, en gran medida, el resultado de las inversiones que efectuaron las multinacionales en vastas áreas del mundo, desde China a Latinoamérica, al liberalizarse en todas partes la política frente al capital extranjero. Si ese asalto inversor respondió al propósito de conquistar mercados y expandir las ganancias, como diría Marx, o al deseo de evitar que otras corporaciones coparan esos espacios, como analizaría Schumpeter, poco modifica el resultado.
Cuando la fuga adelante del frenesí inversor se topó con el primer estallido de la burbuja especulativa, comenzó la guerra de devaluaciones, cuyo campo de batalla es hoy Brasil. Sus industrias están en condiciones de producir mucho más de lo que brasileños y argentinos pueden comprar. Con el real a sólo 47,6 centavos de peso (según el cierre del viernes), hay buenas posibilidades de que Brasil le exporte a la Argentina parte de su recesión, y muy pocas de que ocurra lo inverso.
Después del desprestigio en que cayó la planificación, hay razones igual de fuertes para abandonar la religión del mercado. Se suponía que las multinacionales, con sus gabinetes de economistas y mercadólogos, sólo decidirían producir lo que tuviera demanda. Pero ahora se sabe que cometieron errores grotescos, y que cuando explicaban ciertas sorprendentes inversiones en función de su estrategia de largo plazo, sólo querían ocultar que no tenían estrategia alguna.
Vivir en este mundo donde sobra capacidad productiva (respecto de la cual no cuentan los desposeídos, porque carecen de poder de compra) con una moneda sobrevaluada es condenarse a un via crucis. ¿Qué mercado le hará de locomotora a la economía argentina? ¿El de exportación, el consumo interno, la demanda de inversión? Aunque con pocas esperanzas, habrá que prenderle una vela a cada santo.

 

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