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Por Marina Caporale Hay laicas y religiosas. Para varones, para señoritas y mixtas. Su especialidad: los alumnos universitarios. Las residencias estudiantiles son la alternativa que eligen muchos jóvenes del interior y del exterior cuando vienen a estudiar a las instituciones porteñas: Estar acompañado durante los primeros meses es muy importante asegura la directora de una residencia religiosa. Buenos Aires es un pulpo y es muy difícil adaptarse. Los precios oscilan entre los 200 y los 650 pesos mensuales, según el tamaño de las instalaciones y las comodidades ofertadas. Casi todas brindan desayuno, baño privado, heladera propia y cocina compartida. ¿Por qué los estudiantes prefieren alojarse en una residencia antes que alquilar un departamento o quedarse en una pensión? No conozco la ciudad y acá puedo relacionarme con gente que está en la misma situación que yo, explica Patrick Clarke, un norteamericano de 20 años recién llegado. Vine a recopilar información para una tesis sobre la historia argentina a partir de 1955, cuenta Patrick, que ahorró dinero en Binghamton (Nueva York) para quedarse hasta mayo recorriendo bibliotecas y haciendo entrevistas. En su habitación también vive un marplatense, estudiante de Ingeniería: comparten el baño, una heladera y unos mates bien dulces. Los jóvenes prefieren las residencias porque alquilar implica pagar impuestos y expensas, además de hacer la limpieza, asegura Guillermo Losteau Heguy, encargado de la Residencia Mayor. Con espacio para 144 personas, la mitad está ocupada por estadounidenses que vienen a estudiar en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. También hay muchos jóvenes del interior, de entre 18 y 24 años: La mayoría es de la Patagonia y no trabaja dice Heguy. Reciben apoyo económico de sus padres, que muchas veces les pagan una universidad privada. El resto de las plazas se divide entre europeos en especial españoles que cursan en las facultades de Arquitectura y Ciencias Económicas de la UBA y profesores de América latina, que vienen a hacer posgrados de la Unesco. Desde la residencia laica para señoritas Santa María, María Inés Biggi, de 21 años, subraya el factor bolsillo a la hora de buscar alojamiento: Cuando llegué, no tenía trabajo y no podía alquilar. Este lugar es mucho más accesible. Para ella, futura estudiante de Traductorado Público, llegar a la Capital desde Colonia Seré (en Buenos Aires) fue un gran cambio. Los porteños son muy distintos a la gente de mi pueblo. Pero mis compañeras también son del interior y eso ayuda a no extrañar tanto, concluye. Los padres eligen estas casas para sus hijas porque aquí están más contenidas y seguras que viviendo solas, dice la hermana María Isabel, directora de Nuestra Señora de la Fe, donde 25 chicas de entre 17 y 21 años cursan sus primeros años en la UCA, la UBA o El Salvador. El tiempo libre lo pasan charlando en los pasillos o paseando. Pueden invitar a sus amigas, compañeros de estudio y al novio. Siempre y cuando aclara la directora se queden en el comedor y no suban a las habitaciones. Sólo las madres pueden subir. Pero las residencias no funcionan como cárceles. En la residencia laica La Esperanza, holandesas, españolas, norteamericanas, colombianas y paraguayas conviven con chicas de Mendoza, Salta, Santa Cruz y Buenos Aires. Las extranjeras se quedan pocos meses, lo suficiente para hacer algún curso o pasantía. Las argentinas, en cambio, vienen para quedarse, pero sólo pasan uno o dos años en la residencia: en cuanto se familiarizan con la ciudad, se agrupan para alquilar un departamento. Entre los varones, las cosas no son muy distintas. En pleno corazón de Belgrano, un antiguo monasterio benedictino la residencia masculina San José alberga a 93 jóvenes del interior, de entre 18 y 25 años. Algunos terminan la carrera viviendo en la residencia. Pero muchos se van al pocotiempo, porque llega algún hermano a estudiar y les conviene alquilar entre los dos, cuenta Hernán, de 19, que vino de Mar del Plata a seguir Ingeniería en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires. En San José, los residentes reciben cuatro comidas diarias y comparten un baño cada doce habitaciones. Al igual que en las residencias religiosas para señoritas, el padre director sugiere que el horario de regreso no exceda las 12 de la noche. Todos tenemos la llave y podemos entrar cuando queremos dice Hernán, pero nos cuidamos de obedecer las reglas. Si respetamos los horarios de estudio y de sueño, la convivencia es mucho mejor.
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