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La Profecía

Por Sandra Russo


t.gif (862 bytes) Hace ya más de veinte años, cuando todavía la palabra globalización no significaba nada, cuando no existían romances por correo electrónico ni se leían los diarios por Internet, cuando la new age no acogía a multitudes deseosas de tener espíritu y hacerlo servir para algo, y los barrios privados eran una excentricidad de ejecutivos neoyorquinos de pelo cortado a cepillo y esposas rubias y preciosas, el sociólogo italiano Roberto Vacca escribió un libro, La Edad Media en un futuro próximo, que fue tomado en serio por algunos de los más lúcidos intelectuales italianos, y por otros como una vaga exageración que se valía de cuatro o cinco paralelos entre la posmodernidad y el feudalismo.
Haciendo un resumen de la tesis de Vacca, en su momento, Umberto Eco explicaba que, aunquena28fo01.jpg (14017 bytes) a la Edad Media original le corresponden dos períodos claramente diferenciados –el que va desde la caída del Imperio Romano hasta el año 1000, que fue una época de crisis y decadencia, y el que se estiró luego hasta el Renacimiento, marcado por la amalgama de culturas y sus frutos humanistas–, en el paralelo de Vacca es necesario borrar esas etapas y acelerarlas, ya que en cinco años actuales pueden caber procesos que hace mil años necesitaban siglos. Y se pregunta Eco: “¿Qué hace falta para construir una buena Edad Media? Ante todo, una gran Paz que se desmembra, un gran poder estatal internacional que había unificado el mundo en cuanto a lengua, costumbres, ideologías, religiones, arte y tecnología, y que en determinado momento, por su propia complejidad ingobernable, se derrumba”.
Lo primero que viene a la mente de un argentino en 1999 después de leer este párrafo, sobre todo si sacó un crédito hipotecario en dólares o hace negocios con Brasil, es la globalización, esa eficaz goma de borrar de las nacionalidades, esa moneda de dos caras que de un lado promovió la fantasía de la integración mundial y metió en la coctelera a sociedades avanzadas y a sociedades en transición, y por otro provocó una interdependencia que nadie votó pero que somete las políticas nacionales a ese engranaje inmanejable que liga resfríos en Tailandia con estornudos en Bogotá.
Sin embargo, y acaso por la propia dinámica de la profecía cumplida de Vacca, en las líneas siguientes Eco no abundaba –todavía– en desbordes financieros y crisis de Bolsas, sino que decía que el Imperio se derrumbaba básicamente por su carácter de coto privado que no podía costear ni social ni políticamente la resolución de un problema, el principal: qué hacer con los bárbaros. ¿Quiénes son los bárbaros hoy, quiénes musitan un lenguaje equivalente a aquel diferente a la lengua oficial del imperio –del que los romanos apenas captaban con claridad la repetición de la sílaba bar– y que representaban en toda su ferocidad lo otro, lo diferente, lo anterior, lo excluido?
Hace dos décadas estos sociólogos italianos que preveían el formato histórico futuro se preguntaban si las nuevas invasiones bárbaras vendrían dadas por presión en las fronteras, saqueos, usurpación de viviendas y puestos de trabajo, si adoptarían un modelo revolucionario o un lentohoradar de hechos delictivos menores que servirían de pretexto a su persecución y su represión.
“¿Quiénes eran los bárbaros en los siglos de la decadencia imperial, los hunos, los godos, o los pueblos asiáticos y africanos que implicaban el centro del imperio en su comercio o en sus religiones? Lo único que estaba desapareciendo concretamente era el romano, de igual forma que hoy está desapareciendo el hombre liberal, empresario de lengua anglosajona, que había tenido en Robinson Crusoe su poema primitivo y en Max Weber a su Virgilio”, decía Eco.
Hoy, con la crisis de Brasil golpeando a la puerta y con las razzias implacables a los inmigrantes ilegales en este país del fin del mundo, con la pertinaz defensa de un ser nacional esquivo y patético y la sensación de inseguridad milenarista acelerando cada pulso, cada paso, la profecía de Vacca resuena y deja abierta una pregunta: si después de la decadencia vendrá otro renacimiento, o si el paralelo sólo alcanzará para explicar el color de las ruinas.

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