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De los saqueos de 1989 a la miseria modelo ’99

Por Martín Granovsky


t.gif (862 bytes) Dos imágenes, a diez años de distancia. En la primera, un policía bonaerense de la Brigadana02fo01.jpg (10436 bytes) Halcón custodia un supermercado ataviado al estilo Swat. En la segunda, un policía federal de los cuerpos regulares vigila un súper exhibiendo armas largas. La primera foto tiene casi diez años, de cuando los Swat aparecieron como una opción acorazada frente a los saqueos. La segunda foto podrá ser tomada hoy, desde esta misma mañana, en las puertas de cada uno de los grandes centros comerciales, casi todos en pie de guerra ante la chance de que gente famélica reclame comida. Entre ambas fotos sucedió un fenómeno: como la paridad cambiaria y la inflación cero, la pobreza también se hizo estable.
El hambre y la desesperación de una parte de la población de las grandes ciudades de la Argentina es el único elemento común entre 1989 y 1999. El resto es distinto.
Aquel 1989 fue el año de los sacudones, los estallidos, las explosiones. Un año de problemas agudos.
Este 1999 pinta, aún, como parte de un proceso sordo de estructuración de la pobreza y la marginación. Como si en la Argentina lo agudo se hubiera transformado en crónico y lo espasmódico en permanente, a tal punto que no habría que extrañarse si los violentos saqueos de entonces se convierten hoy en un pacífico y constante reclamo de entrega de alimentos. Un asistencialismo forzado.
El día símbolo del ‘89 fue el martes 30 de mayo. “La ciudad desnuda”, tituló Página/12 el 31. Una nota de Carlos Rodríguez informaba que los saqueos se habían extendido al Gran Buenos Aires y habían recrudecido en Rosario. En total, consignaba 15 muertos. Desde Rosario, una crónica de Claudia Acuña registraba la explicación de una señora: “Sabe qué pasa, la culpa la tuvo la leche. Habló el Presidente y al otro día la vendieron a 39 australes”. Sergio Ciancaglini tituló “Leche degradante” su artículo contando cómo en Wilde volaron los sachets por el aire cuando una patota quiso robar la comida que un supermercado había entregado a la gente y la policía entonces golpeó a los robados.
El primer semestre de 1989 no fue la época más apacible de la Argentina:
u El 23 de enero, el Movimiento Todos por la Patria tomó el cuartel de la Tablada. Argumentó que buscaba una rebelión popular contra un nuevo levantamiento carapintada que ninguna información seria confirmó. La represión fue dura y, según sospecha la Organización de Estados Americanos, ilegal.
u El 6 de febrero estalló el Plan Primavera, el ministro de Economía Juan Sourrouille comenzó su despedida, el dólar entró en órbita y, con él, los precios. Después sería el turno de la hiperinflación.
u Raúl Alfonsín, el Presidente del discurso sobre el precio de la leche, perdió toda capacidad de control político y económico. Venía jaqueado por tres levantamientos militares, la derrota electoral de 1987, el ataque del establishment y la pérdida de credibilidad social después de Semana Santa y la promulgación de la Ley de Obediencia Debida.
u La misma tapa de este diario del 31 de mayo incluía un título de anticipación: “Menem–Alfonsín, un encuentro con sabor a traspaso”. Pocos días después, el presidente radical anunciaría que su mandato no iba a quedar completado y que el presidente peronista electo asumiría antes de diciembre. La fecha quedó establecida para el 14 de julio, cinco meses antes del plazo previsto.
u Las grandes ciudades se acercaron a la psicosis. Una noche de mayo los porteños quedaron convencidos, sólo en base a rumores, de que hordas de miles de desarrapados venían desde el Gran Buenos Aires y estaban a punto de cruzar el Riachuelo para saquear los barrios de clase media. Por supuesto, no sucedió. Pero el simple hecho de creer en tamaño disparate, y asustarse, estaba revelando el nivel inédito de fractura social que ya había alcanzado la Argentina.
u Radicales y peronistas reaccionaron con el mismo desconcierto y similar vaguedad ante los saqueos. Dijo por ejemplo el entonces ministro de gobierno de Antonio Cafiero en Buenos Aires, Carlos Alvarez, un homónimo de Chacho sin parentesco con el actual jefe del Frepaso: “Los grupos estaban integrados en un 80 por ciento por aquellos que sufren problemas reales de hambre y marginalidad. Un 10 por ciento son militantes de partidos políticos que, con buenas intenciones, pretenden canalizar estos reclamos. Finalmente hay otro 10 por ciento que se pretende montar sobre esta situación en forma premeditada y orquestada, con fines subalternos”. Una maravillosa obviedad aplicable a cualquier conflicto con fondo de crisis social.
Sería difícil reunir en 1999 alguna de las seis características de aquel viejo desastre sobre el que nadie más o menos cuerdo debería sentir nostalgia. No hay crisis social explosiva (y por lo tanto la profundidad de la crisis no es sorprendente para los que gobiernan), tampoco hay crisis política, el Presidente controla la situación institucional y económica, nada permite pronosticar un acortamiento forzado de mandato, el establishment luce tranquilo sobre su futuro y nadie augura una estampida de precios ni la explosión del dólar. Todo parece previsible y rígido. La estabilidad, y también la miseria. La paridad entre el dólar y el peso, y la certidumbre de que, si ahora no se consigue un trabajo, mañana menos, y dentro de una generación quién sabe.
La pobreza se hizo estable, pero la desigualdad aumentó. Tal vez en esa ecuación esté la clave de la crisis que, hoy, una foto dejará registrada para los próximos diez años.

 

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