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CLAUSURARON LOS BAÑOS SUBTERRANEOS DEL CONGRESO
Sobrevivientes del infierno

 

El Gobierno porteño admitió que se enteró por Página/12 del submundo en Plaza Lorea. No todos aceptaron ser llevados a un hogar.

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Por Horacio Cecchi

t.gif (862 bytes)  --No, qué voy a ir... ¿y los perros?, ¿dónde meto los perros?

"El Viejo" es el único que quedó de la comunidad subterránea de los baños de la Plaza Lorea, y los perros fueron la única razón que esgrime en su resistencia. Ayer, después de la nota publicada en este diario, un equipo de Promoción Social del Gobierno porteño se presentó al pie de las escaleras que bajan al infierno de Congreso, donde vivían de la caza de palomas 31 personas incluyendo dos chicos, entre la basura y las ratas, y propuso a sus habitantes incorporarlos a sus programas de ayuda. No todos aceptaron. "El Viejo" no quiso saber nada, "El Loquito", su Marcela y otros más, desaparecieron. En total, fueron ocho hombres, una mujer y dos chicos los que treparon a la camioneta, no del todo convencidos de ser incorporados a las ventajas de la vida moderna: un techo, comida, quizás un trabajo y, en un futuro, si todo va bien, quedar numerados para el pago de impuestos. En la entrada quedó un agente de custodia, para que no se repita el infierno. Al menos tan cerca del Congreso.

A las 10 de la mañana, Alejandro Del Corno, jefe del programa Los Sin Techo, del Gobierno porteño, bajó las escaleras del reducto subterráneo de la Plaza Lorea. Llevaba una propuesta para los de abajo, que a los ojos simplistas de cualquiera de la superficie puede parecer incuestionable y ventajosa: vivienda limpia, comida, atención de especialistas, recuperación de los afectos y de la propia estima, desarrollo de las capacidades laborales, todo con vistas a la reinserción en la sociedad. A cambio, no habría más caza de palomas, deberían aceptar la convivencia con otros, aceptar horarios y reglamentos. Todos eran libres de aceptar o rechazar de qué forma vivir y de qué forma morirse. Ocho hombres y una mujer aceptaron la oferta. Con ellos iban dos chicos. Entre ellos estaban Liliana y su pequeña Silvana, de 1 año y medio; Eric, de 4 años, con su padre; uno de los dos Pedros, que en realidad era Ricardo; y "el Pollo", con sus dos piernas flexibles y sus patinetas que quizás pueda reemplazar por una silla de ruedas.

"El Viejo" se negó terminantemente. Sus tres o cuatro compañeros perros quedarían abandonados, y ninguno de los de ahí abajo estaba, ni está, en condiciones de soportar más pérdidas y desarraigos. Prefirió quedarse, aunque ya no en los baños, que fueron definitivamente reclausurados hasta que los ocupen otros sin techo. "Le ofrecimos un lugar para sus perros, pero no quiso. Lo de los perros funcionó como una excusa", sostuvo Daniel Figueroa, subsecretario de Gestión de Planificación Social. Alrededor de las 12, después de dos horas de conversaciones, tira y afloje, los que aceptaron subieron a la camioneta rumbo al edificio de Promoción Social, donde un equipo de asistentes sociales y psicólogos continuaría las charlas.

"Pude bajar porque no les resulté un extraño --sostuvo Del Corno--, muchos de ellos ya estuvieron en el programa. Entran y salen, es una tarea de largo aliento, no se convencen de golpe, el tiempo lo manejan ellos. Lo importante es que sepan que estamos cuando nos necesiten." La zona del Congreso es una de las más recorridas por la gente de Promoción Social. "Es una de las más relevadas, en el último trimestre, en esa zona, hubo 14 incorporaciones", sostuvo Figueroa, "pero los baños subterráneos nunca fueron mencionados ni por la gente del barrio, ni por ellos. No sabíamos que existían como refugio".

En Promoción Social, el primer paso es determinar "cómo están respecto a su identidad, porque sufren una pérdida de memoria de sí mismos, de sus afectos --sostiene María Orsenigo, directora general de Familia y Menor--, saber si aceptan la convivencia, su estado de salud. Después se los ubicará en hogares, algunos irán al Rawson, y se tratará de fomentar aquello que sabían hacer, para que puedan ganarse la vida. Muchos se quejan de los horarios, de que a la mañana los echan, pero claro, no se les da techo para que se queden ahí, que salgan a buscar trabajo."

En la Plaza Lorea, lejos del trabajo de largo aliento, un agente custodia la salud de las palomas que picotean junto a la verja de los baños clausurados del Congreso.

 

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