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Por Pedro Lipcovich Desde San Carlos de Bariloche Esa es la marca: allí es donde la bola de fuego pegó un salto de 150 metros, dirá el guía a los turistas boquiabiertos. Las cicatrices físicas del incendio merecen ser visitadas, pero las heridas que el fuego reveló no cicatrizarán sin tratamiento. El debate cuestiona a los propietarios forestales que no guardan las normas de seguridad, a la autoridad que debería fiscalizarlos y, para los incendios intencionales, a lo que un sociólogo llama el gran incendio institucional que promueve nuevas formas de delito. No fueron desmentidas las denuncias sobre el insuficiente presupuesto del Plan Nacional de Lucha contra el Fuego, dependiente de la Secretaría de Medio Ambiente, y sobre la falta de coordinación y planificación. Entretanto, se anunció el inicio de las tareas de extinción final del incendio, ya lejos de Bariloche. Un guía turístico oportuno podría diseñar un circuito que mostrara el poder del fuego y el valor de los hombres que, más allá de sus conflictos, lo combatieron. Este circuito no debería omitir el punto donde, a 17 kilómetros de Bariloche por la ruta 237, el incendio atravesó el río Limay, que separa Río Negro de Neuquén. Allí es posible ver, a la derecha, la ladera quemada; entre la ladera y la ruta, una hilera de álamos intactos, y a la izquierda el río y, más allá del río, de nuevo, monte quemado: ¿cómo hizo el fuego para cruzar el río, por qué los álamos no se quemaron?: porque, a las 7 de la tarde del 27 de enero, una bola de fuego pegó un salto de 150 metros, por sobre los álamos y el río. A 3 kilómetros de ese salto increíble, sobre la ruta 23, se puede ver el punto exacto donde se impidió que el fuego entrara en el poblado: Dina Huapi. A la izquierda de la ruta está el cortafuego, franja de 30 metros de tierra desnuda; más allá, todo quemado; sólo 70 metros a la derecha pero como si fuera otro planeta, los pastos verdes y el caserío intacto de Dina Huapi. Entre el miércoles y jueves, allí lucharon todos: el Servicio de Lucha contra el Fuego de Río Negro, el Plan Nacional de Lucha contra el Fuego, los bomberos voluntarios, los voluntarios del Club Andino. Y, por suerte, aquí el fuego no saltó. Por lo demás, ninguno de los circuitos turísticos de Bariloche fue dañado por los incendios. Apaciguadas las llamas, se abre el debate sobre las causas de los siniestros. En cuanto a los incendios debidos a causas naturales, como los rayos, el domingo pasado Página/12 dio a conocer la denuncia de un funcionario rionegrino sobre el descuido de empresarios forestales por las normas de seguridad y la inoperancia del Estado por hacerlas cumplir. Pero la mayoría de los incendios de este año se consideran intencionales. Mariano Egaña, sociólogo residente en San Carlos de Bariloche, observa que la comunidad no percibe que se haya hecho una investigación policial seria sobre los incendios intencionales, y vincula este hecho con la deuda pendiente sobre la seguridad en Río Negro: recordemos la impunidad del doble crimen de Río Colorado y el triple crimen de Cipolletti. Egaña destaca que estos incendios se dan en un contexto de falta de comunicación entre las autoridades y la sociedad civil; la curva de los incendios sube desde 1996, coincidiendo con la crisis institucional que se desató cuando dejaron de pagarse los sueldos a los empleados estatales. Desde entonces el Estado se percibe como ausente, con crecientes grados de violencia social y agresión particular. No nos corresponde a los ciudadanos establecer quiénes son los incendiarios. Tal vez sean simplemente vándalos; también es cierto que se queman propiedades que probablemente estén aseguradas. En distintos lugares del país se incrementan nuevas modalidades delictivas y, en Río Negro, esto coincide con los achiques en salud y en educación: con un gran incendio institucional, finalizó el sociólogo.
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