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Por Esteban Pintos Sid Vicious no tenía talento musical ni un rostro bonito. Ni siquiera grabó las canciones que la banda que integró fugazmente, The Sex Pistols, inscribió como uno de los más grandes quiebres en la música pop del siglo XX. No grabó una sola canción propia. Las biografías no se ponen de acuerdo ni siquiera sobre su verdadero nombre: John Beverley, Simon Ritchie (el más señalado) o John Simon. Sí se sabe que nació en Londres en 1957, un 10 de mayo. Pocos datos más saltan a la vista. Aún así, es (debe ser) considerado un gigantesco icono de la cultura rock: vivió rápido y murió, muy joven, a los 21 años. Hace 20 años, el 2 de febrero de 1979, por una sobredosis de heroína. Nadie que tenga una vaga idea del desarrollo de los acontecimientos en la vorágine de personajes, hechos, estadísticas o calamidades del rock and roll a lo largo de la segunda mitad de este siglo puede dejar de saberlo. Sid Vicious fue al alarido punk de mediados de los 70 lo que el Che Guevara a la lucha revolucionaria latinoamericana. Icono instantáneo, modelo de actitud, leyenda mentada en cada conversación sobre la cuestión, carne de remera. El mundo sabe del punk porque existió Sid Vicious y, un poquito más allá, los Sex Pistols. Después, claro, The Clash, Siouxsie, Ramones, Iggy Pop y los demás. Sid supo desde pequeño cómo era eso de los excesos. Su madre, Anne, fue una conocida heroinómana en el ambiente musical inglés de fines de los sesenta. Se cuenta que con ella se inició en los placeres de la droga: fue quien le compró una buena cantidad de heroína cuando lo liberaron bajo fianza acusado de haber asesinado a su novia Nancy Spungen en el Chelsea Hotel, un día antes de morir. También de preadolescente le cayeron bien esos tipos que hacían del reviente y la provocación su marca artística: David Bowie, Marc Bolan (de T-Rex) y los reyes del floreciente glam rock de aquellos años. Solía vestirse como ellos, o por lo menos eso intentaba. En 1975, en la secundaria estatal donde concurría sin saber muy bien para qué, conoció a uno como él. El muchacho que ya tenía los dientes a punto de explotar se llamaba John Lydon. Fue él quien lo bautizó Sid, simplemente porque se parecía a un hamster que él tenía y que una vez había mordido a su madre. A partir de ese momento no se separaron más. Se la pasaban pidiendo monedas para la rockola que había en una tienda de ropa anti-fashion propiedad de Malcom McLaren, y que mutaba de nombre tan rápidamente como se le ocurría a su dueño. McLaren tenía una reputación en cierto ambiente de drogadictos y rockeros pesados de Londres, y se había embarcado en la aventura de manejar la carrera de los New York Dolls, una banda a la que siempre se cita como influencia prepunk. Era Sex el nombre de la tienda al momento de ocurrírsele a McLaren armar un grupo, tal como hace unos años a alguien se le ocurrió formar los Backstreet Boys (salvando las distancias, claro): juntar cuatro pibes con buena imagen, caradurismo y ganas de ganar dinero. Así pensó a los Sex Pistols, formados en un principio por uno de los empleados del negocio, Glen Matlock, dos amigos de éste (Paul Cook y Steve Jones), y el forajido John Lydon, desde ahí y para siempre Johnny Rotten. Y con Johnny venía Sid. Que, entre otras cosas, ¡inventó el pogo! en aquellos primeros, escandalosos e inescuchables recitales de los Sex Pistols. La segunda semilla de maldad en la historia del rock and roll estaba puesta. La aparición de los Sex Pistols en la sociedad británica de los setenta fue subversiva, de verdad. Manejados hábilmente por McLaren, los chicos malos hicieron todo lo posible para asustar, provocar y, tal como quería su mentor, sumar ceros en la cuenta bancaria. Putearon todo lo que los dejaron en una entrevista televisiva, compusieron canciones que proclamaban soy el Anticristo, quiero ser anarquía y no sé lo que quiero, pero sé cómo conseguirlo, cruzaron un alfiler de gancho en los labios de la reina para un afiche y fueron expulsados en tiempo record devarias compañías discográficas. Hasta que una, Virgin Records, se animó y publicó uno de los discos capitales de la historia del rock: Nevermind the Bollocks Heres the Sex Pistols, con himnos como Anarquía en el Reino Unido, Dios salve a la reina o Vacaciones en el sol. Sid ya formaba parte de la banda, porque Matlock se había alejado. La última gira, por Estados Unidos, terminó con todo: el 14 de enero de 1978, en San Francisco. Después de los Pistols, quiso seguir con su carrera y formó una banda llamada The Vicious White Kids y luego The Idols. Paralelamente apareció su único disco, en vivo y pésimo, titulado Sid Sings, con su famosa versión de A mi manera. Ya estaba embarcado en un tour de drogas, alcohol y peleas con su novia, retratado por Alex Cox en Sid y Nancy. El final de la carrera de ambos, comenzó un par de meses después del final de los Pistols. El 12 de octubre, Sid despertó en la habitación sin Nancy a su lado. La encontró en el baño, apuñalada con un cuchillo de caza que ella le había regalado un día antes. El no se acordaba nada de la noche anterior, pero terminó declarándose culpable de homicidio. Nunca quedó claro si realmente fue así, porque había mucha gente en esa habitación. Después de eso él intentó, sin éxito, suicidarse con una navaja. El 9 de diciembre de 1978 le rompió un vaso en la cara al hermano de Patti Smith y fue nuevamente arrestado. De aquello fue liberado el 1º de febrero del 79. En esa noche festejó la libertad con su madre y así terminó. Quería con lo enterraran junto a Nancy, pero como no era judío no pudo ser. Finalmente lo cremaron y después, su madre, su tía y un par de músicos amigos desparramaron sus cenizas sobre la tumba de Nancy. Fin de la historia. El pibe, muerto. El mito, naciendo.
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