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EN UNA VIEJA FABRICA DIVIDIDA EN CUBICULOS SE HACINAN UNAS CIEN FAMILIAS
El alto precio de ser inmigrante

Paredes de cartón separan a las familias peruanas. Hasta 30  personas usan un mismo baño. El dueño dice que “los protege”, pero ellos cuentan que pagan 150 pesos mensuales por vivir ahí.

Casi ninguna pieza tiene ventana; las paredes son de cartón, chapa o madera.
Ocho familias usan un mismo baño, donde además hay un anafe que algunos usan para cocinar.

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Por Alejandra Dandan

t.gif (862 bytes) El diálogo se atolondra entre papeles sucios. Hugo Mércuri empuja un trago de tónica en su vieja fábrica de Pompeya. No quedan rastros del lugar donde tiempo atrás se produjeron golosinas Renomé. Mércuri ocupa una oficina de la planta alta, el único sitio donde aún se respira algo de aquella fábrica. El resto es hacinamiento. Fue transformado por el dueño en suelo para inmigrantes. En el galpón viven cerca de 100 familias en rectángulos de cemento sobre los que levantan paredes de cartón para subdividir espacios. Son dos plantas de dos pisos. No hay ventanas. El único baño de planta baja atiende asentaderas de ocho familias. Dentro también hay un anafe usado de cocina. Algunos vecinos denuncian al hombre que “nos cobra 150 pesos y para apretarnos viene con dos grandotes”. Otros callan porque “nos tiene amenazados con denunciarnos a Migraciones”, dicen. El dueño dijo a Página/12 que “cobro lo que pueden pagar” y también que “hay entre 15 y 20 familias”. Si se toman en cuenta los datos de los habitantes, Mércuri obtiene unos 15.000 dólares mensuales por su negocio.
Un candado protege uno de los dos portones de ingreso. “Lo pusimos el otro día porque alguien se metió y robó la ropa de la soga”, dirá más tarde un inquilino. La lógica urbana desaparece cuando se traspone la entrada de la ex Renomé. No sirven timbre ni golpes de puerta para anunciar visitas. “Griten por acá –avisa un pibe y señala la abertura del portón– que desde adentro se escucha.” Resultó. El inquilino buscado por Página/12 se acercó y aprobó el ingreso que el propio Mércuri –ignorando el antecedente– más tarde rechazaba.
El galpón está oscuro, sólo unas rendijas de luz llegan escapándole a persianas metálicas que cierran el frente. Algunas columnas paralelas dibujan la estructura de lo que tiempo atrás pudo haber sido garage. Sobre ese borde perimetral hay piezas que se suceden separadas por cartones, chapas o aglomerados de madera. Son ocho y dentro de cada una viven cuatro o más personas. Cada puerta intenta inútilmente segmentar espacios privados. Como el del Barba, tal como nombran al inquilino que todavía habla del robo.
Esos vestidos desaparecidos pendían del mismo sitio donde ahora se secan una camiseta minúscula y pantalones. La soga atraviesa el galpón de lado a lado suspendida entre los cuartos. Al fondo está el único baño. Hace un par de meses no había ducha. Dos vecinos extendieron un caño: “Acá siempre se usó palangana para enjuagarnos”, explica el Barba y muestra que el anafe instalado en el excusado todavía se usa de cocina.
El propietario sólo entrega el suelo. El resto corre por cuenta de los inquilinos. “Cuando llegamos el gordo Mércuri te dice: ocupá tres metros por cinco y vos te las arreglás para armar la casa.” El hombre fue uno de los primeros habitantes de Renomé. Algunas maderas sirvieron para consolidar la estructura de su cuarto distinto al vecino, tabicado de cartón y adornado con puntillas. “Acá entra cualquiera y si quiere tajea el papel y entra”, advierte el hombre sobre una pieza que puede ser cualquiera.
La fábrica tiene un cartel de venta desde el `91. “Si los interesados no me pagan lo que pido a lo mejor hasta pienso hacer una pensión barata”, proyecta Mércuri. “Total puedo hacer hasta 150 piezas –sigue–, soy el dueño así que tengo derechos.” El hombre prologa la historia de su fábrica con discursos samaritanos: “Y acá estoy –se jacta– haciendo de protector para estos pobres inmigrantes. Lo que quiero que se resalte es mi actitud humana con estos trabajadores.”
El fantasma de Migraciones
Durante la entrevista con el dueño, este medio pidió visitar el lugar. “No, no quiero que pasen”, reprobó displicente. Se excusó: “No porque quiera ocultar algo sino es que simplemente no quiero”. Y después de largos monólogos repitió que “sólo hay entre 15 y 20 familias”. Pero lasfamilias de acuerdo al dato descripto por los vecinos son más: “Hay cincuenta familias en la parte de adelante y otras cincuenta en la parte de atrás”, indica una mujer. “Hasta hace un tiempo me cobraba 100 pesos por mi mujer y mi hijo pero ahora como tenemos un bebé, Mercuri me dijo que éramos demasiado para 100 y que estaba cobrando 150”, dice el Barba.
El pago se escenifica como ritual. “Mércuri aparece con dos grandotes y te empieza a gritar para que pagues los 150 pesos que pide”, dice el Barba en voz muy baja. Después de reclamar la deuda siguen “las amenazas del gordo –vuelve a describir el inquilino–: Si no pagan los denuncio a Migraciones”. La muletilla se vuelve látigo de castigo entre la gente. Isabel visita Renomé habitualmente en busca de familiares: “El gordo sabe que hace poco vinieron los medios y ahora amenaza a la gente para que no hable. Les dice que los van a deportar si hablan”. Esas palabras quedan impresas como dogmas:
–El señor no nos alquila –insiste una nena–, nos presta el lugar y nosotros le ayudamos a pagar la luz y esas cosas. El diálogo concluye y ella se apura en meterse dentro y sonreírle a un grandote que musita una protesta:
–Vos callate, callate, qué tenés que estar hablando.
La nena anda con un Naranjú de chupete y una beba en brazos. Camina unos metros y echa el cerrojo al segundo portón que deja invisible el fondo de la fábrica. Es la entrada al segundo cuerpo, cerrada hace una semana cuando alguna cámara televisiva logró robar imágenes de miseria.
Tiempo atrás el fondo era alquilado por una empresa de motos. De allí salieron los primeros habitantes: “Unos muchachos peruanos trabajaban ahí –dice Mércuri– y un día me dijeron si podían quedarse y ocupar un lugarcito. Les salía más barato que un alquiler y a mí me salvaban de usurpaciones”. La población fue engordando y la superficie de la fábrica se estira para alojar más inmigrantes. Isabel tiempo atrás vendía comida peruana golpeando cuartos en Renomé: “La gente está en cualquier lado –cuenta la mujer–. En un rincón del piso de arriba la gente duerme en el suelo y para pasar al baño tenés que andar esquivando colchones.” Barba el último domingo no soportó permanecer en la fábrica. “El gordo volvió a la mañana a pedir la plata del alquiler”, repite. La fórmula, como la fábrica, también fue engordada. Ya no sólo “exige pagar para no denunciarnos a Migraciones –dice Barba-ahora también dice que si hablamos nos denuncia”.

 

Declaración

El Gobierno nacional salió ayer a defender al jefe de la Policía Federal, Pablo Baltazar García, cuestionado por la oposición y la Iglesia de verter expresiones xenófobas. Miguel Angel Toma, secretario de Seguridad Interior, sostuvo que se distorsionaron sus declaraciones. Y el ministro del Interior, Carlos Corach, aseguró que hoy es inadmisible cualquier tipo de discriminación en los procedimientos policiales. El gobernador Eduardo Duhalde se diferenció del Gobierno, al afirmar que “un delincuente es un delincuente, cualquiera fuere su nacionalidad”. El propio Baltazar García, expresó que “yo jamás podría dar una orden discriminatoria porque soy bajo, gordo, pelado e hijo de inmigrantes gallegos”. Pero ante sus declaraciones, la oposición reaccionó rápidamente. Cristian Caram, vicepresidente 2º de la Legislatura Porteña, presentó ayer un pedido de interpelación del jefe policial. El diputado explicó que “semejante barbaridad en boca de un funcionario de tan alta jerarquía es una manifiesta violación a la Ley de Antidiscriminación”.


Larguísimas colas en Migraciones

Largas colas de paraguayos, bolivianos, peruanos, chinos y ciudadanos de otros países extranjeros se formaron, por segundo día consecutivo, en la Dirección Nacional de Migraciones. Después de un mes en que la dependencia mantuvo sus puertas cerradas, alrededor de 1000 inmigrantes se presentaron ayer, y otros 1500 acudieron el lunes para tratar de regularizar su situación.
Los trámites para obtener el documento argentino incluyen “un contrato de trabajo, antecedentes de su país de origen, partida de nacimiento, acta ante escribano público y la certificación de la validez de esos documentos”, informó Hugo Franco, titular de Migraciones. Y agregó que cuestan 200 pesos y tardan hasta 50 o 60 días. Sin embargo, para los inmigrantes conseguir el dinero y el contrato de trabajo es casi imposible. “Cómo vamos a conseguir un contrato de trabajo si somos ilegales”, se preguntaban algunos. Para Franco, sin embargo, no hay razón para quejarse. “Si atendemos a 1500 personas por día, no se irán las 1500 sonriendo, siempre hay un porcentaje que no atendemos con la debida corrección”, señaló. Además, consideró que la política adoptada por el Gobierno sigue siendo beneficiosa para los inmigrantes. “En cualquier país del mundo, incluyendo los limítrofes, expulsan a la gente que no tiene sus papeles en regla”, afirmó.

 

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