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Un acordeonista que llegó a la Sorbona, y más allá

Cansado de la falta de trabajo, y con veinte discos editados, Raúl Barboza se fue de Buenos Aires a Franxia en 1987. Hoy, es una estrella del circuito de la música étnica europea. Y sigue tocando chamamé.

Idea: “Cómo será de discriminado el chamamé que a una persona maleducada acá le dicen ‘guaranga’. Y ésa es una palabra que deriva de guaraní”.

Raúl Barboza trabaja a destajo en París desde hace una década.
Mañana se presentará en un solo concierto en La Trastienda.

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Por Fernando D’Addario

t.gif (862 bytes) La de Raúl Barboza es la historia de un notable músico popular que a los 50 años, y con veinte discos editados en la Argentina, un día dijo basta y se fue, transplantando sus sueños a tierra parisina. Hoy, doce años después, vive en el barrio latino, a una cuadra de la Sorbona, y le alcanzan jirones de esa misma historia para retratar con sensibilidad y rigor postales de un mundo que ya no vive. La tierra sin mal, su último CD, avanza por el chamamé como quien arrastra una herencia deliciosa que, sin embargo, no alcanza a inmovilizarlo. De visita en la Argentina, mañana actuará en La Trastienda, en lo que será su primera presentación porteña desde su exilio voluntario. En Francia ganó premios y participó de festivales junto con Paco de Lucía y BB King, entre otros certificados de prestigio. Acá, entonces, ese prestigio le debe menos a su indudable talento que a su pasaporte francés. De todos modos, sabe que ni allá ni acá las cosas fueron ni serán fáciles: “Todas las dificultades que pueda haber tenido allá –dice con la parsimonia que le otorga el hecho de saberse “un provinciano nacido en la Capital Federal”– son menores a la sensación que sentía aquí, de estar en mi país y no poder trabajar”.
Mientras ensaya para su desembarco porteño “como si estuviera por dar mi primer examen”, asegura que la radicación en Francia no le resultó traumática: “Cuando mi mamá se vino de Curuzú Cuatiá a Buenos Aires a los 17 años, debe haber vivido algo mucho más traumático que lo que viví yo con mi viaje de 16 horas a París. Estando allá, yo puedo venir. Si me vuelvo a Buenos Aires, quizás no podría irme más...”. Desanda entonces con tranquilidad el camino: “Llegué a la edad en que muchos ya piensan en la jubilación. Y empecé de cero, porque no tenía nada. Salía con el acordeón, recorriendo boliches, para ver si alguno me daba trabajo. Tuve la suerte de que Piazzolla me recomendara, y allá la palabra de Astor era santa. Entonces me contrataron en el ‘Trattoirs de Buenos Aires’. Formé un grupo, pero a los músicos tuve que enseñarles a tocar chamamé, porque ¿quién iba a saber tocar chamamé en París? Y para poder enseñarles también tuve que aprender música yo, porque hasta ese entonces siempre fui orejero nada más. Al mismo tiempo me puse a estudiar el idioma francés. Paraba a la gente por la calle y les preguntaba cosas, sólo para que me contestaran y se me acostumbrara el oído al idioma. Así me fui haciendo, de a poco, como ciudadano y como músico”.
–¿Qué fue lo que más le costó aprender?
–A no saludar, porque ellos no saludan nunca y yo estaba acostumbrado a saludar a todo el mundo todo el tiempo. Pero ellos tienen algo muy bueno: humildad para no prejuzgar culturalmente. Siempre sentí que los tipos estaban predispuestos para escuchar mi música.
–¿Les resultaba más extraño que fuese argentino y no hiciera tango, o que tocara un instrumento típico de Francia, como es el acordeón?
–Todo les resultaba rarísimo, porque lo que yo hacía estaba al revés de lo que conocían. Ya cuando me veían no entendían nada. Me decían: “Usted no tiene los rasgos del argentino que estamos acostumbrados a ver”. Y tenían miedo de ofenderme cuando me preguntaban: “¿Usted es descendiente de aborígenes?”. Y les decía que soy mestizo, que en mi origen hay sangre aborigen y que estoy orgulloso de eso. No escondo mi indianidad. Y me preguntaban si no tocaba el bandoneón, como argentino que soy. Y no, no sé tocar el bandoneón, y soy argentino.
–Al encontrarse en París con argentinos que tocaban tango, ¿allá se le pegó más que en Buenos Aires la influencia de la música porteña?
–No, fue al revés. Yo trataba de que a ellos se les pegara el chamamé. Pero en Francia el enriquecimiento cultural es casi inevitable. Allá me encontré con africanos, iraníes, gitanos, y siento que enriquecí mi música sin perder las raíces. Y yo no intento hacer música iraní. Lo que trato es de encontrar un punto de contacto, un lenguaje común. Los francesesterminaron admirando el chamamé porque se daban cuenta de que es la música más difícil de tocar. Me veían usar muchas síncopas y matices que ellos no conocían.
–Es decir que en Francia se legitimiza una música que en Argentina de algún modo es despreciada...
–Mirá cómo será de discriminado el chamamé y su gente que quedó establecido que a una persona maleducada se le dice que es “guaranga”. Y es una palabra que deriva de “guaraní”. Ese prejuicio, que también tiene que ver con la dificultad que tuvieron los descendientes de guaraníes para aprender el idioma y las costumbres hispanas, es decir para dejarse “colonizar”, fomentó en los patrones y en la gente de Buenos Aires la idea de un pueblo inculto. Y claro, de un pueblo inculto cómo van a hacer la apología de su música...

 

De prejuicios y snobismos

–Ahora va a actuar en un lugar al que casi nunca tiene acceso el chamamé. ¿Cree que la revalorización de su música lleva implícito algo de snobismo, porque le fue bien en París?
–Puede ser, pero.... bueno, las cosas son así. Cuando estaba en Buenos Aires, los lugares donde se podía tocar no eran muy bonitos y siempre te relegaban para actuar a las 5 de la mañana. Reconozco que la realidad social del chamamé no es la que se verá en La Trastienda. Pero... hasta el tango tuvo que triunfar en Francia para que aquí dejaran de despreciarlo, así que ¿por qué no debería pasar lo mismo con el chamamé? Tal vez hoy nuestra tierra no esté preparada para que germine esta música y entonces es necesario que germine primero en otro lado. Hay que hacer que pasen las generaciones, y con ellas quizás desaparezcan los prejuicios.

 

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