Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


“BABE 2”, DE GEORGE MILLER
Palabra de chancho

La segunda película del cerdito parlanchín tiene el raro mérito de superar a la primera, con una historia que expone casi toda la  maldad de que el mundo es capaz con los inocentes y desclasados.

“Se hace lo que dice el chancho”, afirman del bueno de Babe.
El de George Miller es un film ambicioso, oscuro y deslumbrante.

na27fo01.jpg (13571 bytes)

Por Martín Pérez

t.gif (862 bytes) El primer parlamento del narrador de la segunda parte de Babe es ejemplar. Dice así: “El primer obstáculo para un héroe que regresa son los aduladores”. Una frase que vale tanto para el exitoso porcino en escena —ya que la película arranca exactamente donde terminó la primera: en los festejos luego del triunfo del cerdo como perro pastor— como para el director George Miller y todo el equipo, que si bien no hizo capaz el milagro de hacer volar un chancho, al menos lograron que hable. Y no sólo eso: también concretaron un film encantador, que llegó incluso casi a ganar el Oscar. Tal vez por eso, por ese casi, que ese parlamento inicial parece dirigido tanto a Babe como a sus responsables. Porque, pese a haber estado tan cerca del canto de las sirenas del éxito hollywoodense, para la segunda parte Miller y compañía decidieron no matar la gallina —perdón, el cerdo— de los huevos de oro. Lejos de llevar al matadero una calcada segunda parte del pastoral Babe que despertó un amplio coro de aduladores en todo el mundo, para la segunda parte sus creadores doblaron la apuesta, apostando por un film ambicioso, oscuro y deslumbrante. Que mantiene, sin embargo, la máxima del primero: poco importa cómo se nace, sino lo que se hace. O, tal como lo expresa de manera mucho más sencilla el feroz bull terrier aliado a Babe: “Se hace lo que dice el chancho”. Ni más, ni menos.
Esta segunda parte de Babe es a la primera tal como lo era la megaburtoniana Batman 2 a Batman 1. Trágica, sí, pero nunca a lo Disney: en el mundo de Miller no hay muertes trágico-ejemplificadoras estilo Bambi, nada de eso. Nadie muere en Babe 2. Sólo se muestra a un cerdito inocente saliendo al mundo, y toda la maldad que el mundo es capaz de darle en la cara a los inocentes. Y los desclasados. Y los débiles. Todos los cuales —todos animales— se encolumnan detrás de la rosada candidez del protagonista, suelto en una ciudad que —maravilla de los efectos especiales al servicio de un film y no al revés— engloba a todas las ciudades. Tal como se puede observar en el inolvidable plano que muestra a los espectadores lo mismo que ve Babe: una urbe en la que confluyen la Torre Eiffel, la Opera de Sydney y el letrero de Hollywood. “Lárguese, señora. Esto no es una granja”, es la acertada frase que utiliza un guardia del aeropuerto para echar a la granjera de Babe con su cerdo en brazos. Y lanzarla a la ciudad.
Si el primer Babe estaba basado en la relación entre el cerdito y su amo, en este segundo opus las cosas han cambiado. Es el amo quien se queda en la granja, y su esposa es la que lleva al cerdito por el mundo. Claro que diversas peripecias —una más inesperada que la otra, una constante en un film ciertamente imprevisible— la dejan varada en la ciudad. Y luego obligarán a abandonar al cerdito a su suerte. Babe, hospedado en un curioso Bates Motel en el que los animales no están embalsamados sino que son los huéspedes, conocerá primero los caminos del show business como parte de la troupe de un increíble payaso encarnado por Mickey Rooney.Pero su destino será el de señalarle el camino a todos los animales que se han resignado a su cruel destino en la ciudad. Que no son pocos: hay un orangután con toda la tristeza del mundo encerrada en sus pequeños ojos, un chimpancé que escucha jazz, un amplio coro polifónico de gatos, incluso un perro tullido —personaje fundamental del film— que se desplaza gracias a que tiene sus extremidades traseras subidas a un par de ruedas. Y no faltan algunos de los más simpáticos protagonistas del primer film: el pato Ferdinand y los inevitables ratones cantores.
Toda esta corte de los milagros es a la que conoce y seduce Babe con su vocecita sincera y su mirada de niño perdido pero nunca tanto. Por momentos demasiado inquietante como para un espectador pequeño, Babe 2 es una obra ciertamente mayor, y totalmente libre. Por momentos, incluso, es imposible saber hacia dónde se dirige. Todo es posible en el mundo creado por el australiano George Miller (el mismo, es bueno recordarlo, de la trilogía Mad Max que lo hizo famoso). Hacia el tramo final del film, cuando su trama ya adquiere un destino esperable, queda para el recuerdo una escena en la que todos los animales atraviesan en puntas de pie una sala en la que decenas de niños duermen. Salvo uno, que sólo atina a observar en silencio semejante desfile. Tan maravillado como lo puede estar cualquier espectador de este segundo Babe aún más imaginativo, profundo y rosado que el primero.

 


 

“PORQUE TE QUIERO, TE MIENTO”, DE THOMAS GILOU
¡Qué difícil es ser judío en París!

Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) Eddie está en problemas. Se nota que hace tiempo que no consigue trabajo, que no puede comprarse ni un sandwich y mucho menos pagar la pieza de la pensión. Le queda un último billete y, en su desesperación, se lo juega allí mismo, en la calle, frente a uno de esos tahúres que echan cartas y a quienes es imposible ganar. Pierde, por supuesto, pero es suficiente que Eddie toque el fondo para que a partir de ese momento empiece a subir, hasta casi alcanzar el cielo. Esa es la ley de la comedia y Porque te quiero, te miento es de las más cordiales y transparentes que haya dado últimamente el cine francés, que no siempre tiene un humor de exportación.
Hay vitalidad y también nobleza en el film de Thomas Gilou (el tercero de su carrera y el primero que se conoce en la Argentina) y eso se nota en la manera en que está encarado su tema, sin prejuicios y con un espíritu abierto. Sucede que en la pelea que le sigue al momento en que Eddie (Richard Anconina) pierde su último billete, es rescatado por Victor Benzakem (Richard Bohringer), un zar del barrio del Sentier, una suerte de Once parisino, unas cuantas cuadras dominadas por el negocio textil, a cargo fundamentalmente de la comunidad judío-sefaradí. Un hecho fortuito hace que Victor confunda a Eddie con “uno de los nuestros” y lo tome bajo su ala. Eddie no tendrá más alternativa que seguir con la impostura y descubrirá allí un mundo nuevo, con sus propias reglas, a las que deberá ir adaptándose con la celeridad y agudeza que le exige la situación.
No tarda, por ejemplo, en aprender a comprar y vender telas con una aptitud que le gana un ascenso fulminante, pero le resulta en cambio mucho más complejo seguir las rígidas reglas del shabbat durante una ceremonia familiar, en la que tiene que explicar confusamente no sólo su falta de cultura religiosa sino también el extraño origen de su apellido, que no suena precisamente judío, por más que elabora una extraña teoría genealógica. El mayor problema de Eddie, sin embargo, es Sandra (Amira Casar), la bella hija de Benzakem, codiciada por todo el barrio y ante la cuál él supone que no tiene la menor chance si ella descubre que él es “goy”. Ella es una chica moderna y abierta, pero al fin y al cabo la tradición y el barrio pesan. Como le dice el papá Benzakem, en un tono que no deja de recordar al de Marlon Brando en El Padrino: “Lo que importa en la vida no es el dinero ni los negocios, es la familia”.
Esa familia se hace extensiva en el film a toda una amplia y colorida galería de personajes a quienes el director Gilou nunca pierde de vista, equilibrando la complicada situación de su protagonista con todo un jocoso coro en el que predominan los rituales de amistad masculina. No se puede decir que Porque te quiero, te miento sea precisamente una película sutil, pero siempre es directa, sincera y tiene una capacidad de observación de costumbres y comportamientos que le permite adentrarse en un mundo y reflejarlo de igual a igual, sin prejuicios, paternalismos ni condescendencias, siempre con un espíritu alegre, bienhumorado.

 

PRINCIPAL