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Por Martín Pérez El primer parlamento del narrador de la segunda parte de Babe es ejemplar. Dice así: El primer obstáculo para un héroe que regresa son los aduladores. Una frase que vale tanto para el exitoso porcino en escena ya que la película arranca exactamente donde terminó la primera: en los festejos luego del triunfo del cerdo como perro pastor como para el director George Miller y todo el equipo, que si bien no hizo capaz el milagro de hacer volar un chancho, al menos lograron que hable. Y no sólo eso: también concretaron un film encantador, que llegó incluso casi a ganar el Oscar. Tal vez por eso, por ese casi, que ese parlamento inicial parece dirigido tanto a Babe como a sus responsables. Porque, pese a haber estado tan cerca del canto de las sirenas del éxito hollywoodense, para la segunda parte Miller y compañía decidieron no matar la gallina perdón, el cerdo de los huevos de oro. Lejos de llevar al matadero una calcada segunda parte del pastoral Babe que despertó un amplio coro de aduladores en todo el mundo, para la segunda parte sus creadores doblaron la apuesta, apostando por un film ambicioso, oscuro y deslumbrante. Que mantiene, sin embargo, la máxima del primero: poco importa cómo se nace, sino lo que se hace. O, tal como lo expresa de manera mucho más sencilla el feroz bull terrier aliado a Babe: Se hace lo que dice el chancho. Ni más, ni menos. Esta segunda parte de Babe es a la primera tal como lo era la megaburtoniana Batman 2 a Batman 1. Trágica, sí, pero nunca a lo Disney: en el mundo de Miller no hay muertes trágico-ejemplificadoras estilo Bambi, nada de eso. Nadie muere en Babe 2. Sólo se muestra a un cerdito inocente saliendo al mundo, y toda la maldad que el mundo es capaz de darle en la cara a los inocentes. Y los desclasados. Y los débiles. Todos los cuales todos animales se encolumnan detrás de la rosada candidez del protagonista, suelto en una ciudad que maravilla de los efectos especiales al servicio de un film y no al revés engloba a todas las ciudades. Tal como se puede observar en el inolvidable plano que muestra a los espectadores lo mismo que ve Babe: una urbe en la que confluyen la Torre Eiffel, la Opera de Sydney y el letrero de Hollywood. Lárguese, señora. Esto no es una granja, es la acertada frase que utiliza un guardia del aeropuerto para echar a la granjera de Babe con su cerdo en brazos. Y lanzarla a la ciudad. Si el primer Babe estaba basado en la relación entre el cerdito y su amo, en este segundo opus las cosas han cambiado. Es el amo quien se queda en la granja, y su esposa es la que lleva al cerdito por el mundo. Claro que diversas peripecias una más inesperada que la otra, una constante en un film ciertamente imprevisible la dejan varada en la ciudad. Y luego obligarán a abandonar al cerdito a su suerte. Babe, hospedado en un curioso Bates Motel en el que los animales no están embalsamados sino que son los huéspedes, conocerá primero los caminos del show business como parte de la troupe de un increíble payaso encarnado por Mickey Rooney.Pero su destino será el de señalarle el camino a todos los animales que se han resignado a su cruel destino en la ciudad. Que no son pocos: hay un orangután con toda la tristeza del mundo encerrada en sus pequeños ojos, un chimpancé que escucha jazz, un amplio coro polifónico de gatos, incluso un perro tullido personaje fundamental del film que se desplaza gracias a que tiene sus extremidades traseras subidas a un par de ruedas. Y no faltan algunos de los más simpáticos protagonistas del primer film: el pato Ferdinand y los inevitables ratones cantores. Toda esta corte de los milagros es a la que conoce y seduce Babe con su vocecita sincera y su mirada de niño perdido pero nunca tanto. Por momentos demasiado inquietante como para un espectador pequeño, Babe 2 es una obra ciertamente mayor, y totalmente libre. Por momentos, incluso, es imposible saber hacia dónde se dirige. Todo es posible en el mundo creado por el australiano George Miller (el mismo, es bueno recordarlo, de la trilogía Mad Max que lo hizo famoso). Hacia el tramo final del film, cuando su trama ya adquiere un destino esperable, queda para el recuerdo una escena en la que todos los animales atraviesan en puntas de pie una sala en la que decenas de niños duermen. Salvo uno, que sólo atina a observar en silencio semejante desfile. Tan maravillado como lo puede estar cualquier espectador de este segundo Babe aún más imaginativo, profundo y rosado que el primero.
PORQUE TE QUIERO, TE MIENTO, DE
THOMAS GILOU Por Luciano Monteagudo
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