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UN RECORRIDO POR EL TEMA DE
LOS TEMAS EN LA LITERATURA
Palabra de amor se sostiene en ausencia
Desde el psicoanálisis,
la presencia del amor en la literatura puede situarse en el cruce de dos vertientes: el
amor como tema imposible y el amor como causa y esperanza del siempre
solitario acto de escribir.
Soledad: El amor
rinde culto al encuentro, pero la palabra de amor, que rescata a su autor
de la soledad, es ella misma solitaria, despojada. |
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Por Carlos D.
Pérez *
La evolución de la
narrativa literaria es de sucesivas, fallidas tentativas de alcanzar una concepción
coherente del mundo, de la vida; al menos así lo parece. Los protagonistas avanzan, desde
tiempos inmemoriales, hasta dar con su límite o iniquidad, hasta que un proyecto de vida
se desmantela trágica, dramática o cómicamente. De los que resultan en paradigmas
freudianos uno, Edipo, descifra el enigma de la Esfinge pero comete parricidio e incesto;
el otro, Narciso, se suicida. El señor K, de Kafka, choca contra la arbitrariedad del
poder burocrático, el protagonista de Proust se afana por atesorar un instante de goce,
el escribiente Bartleby, de Melville, con un simple preferiría no hacerlo
desmantela códigos de relación social. Pero al no ser filosofía ni ciencia, la
literatura es extraña a las reglas que organizan el saber. Hoffman, autor elegido por
Freud en su estudio de lo ominoso, lo tuvo claro en El magnetizador al poner en boca de un
protagonista la siguiente contestación al sistema de pensamiento de un interlocutor:
Cuanto acaba de referir está muy bien dicho y ciertas almas sentimentales o
sensibles se complacerán en oírlo, pero sólo por el hecho de ser sistemático, es
falso.
El investigador que procura desarrollar una disciplina suele valerse de la literatura para
poner a prueba o descubrir el rigor de un saber acerca del acontecer humano. Y luego de
esta tarea se mantienen interrogantes: ¿qué perdura? ¿El sistema de pensamiento o el
acto creador devenido obra? Me inclino a suponer que lo segundo, de allí que las
puntualizaciones que se hagan a partir de una obra resulten siempre provisorias, por lo
que estamos en libertad de sustituirlas por otras cuantas veces resulte necesario.
Al ser mentado el amor en la literatura, suele producirse una redundancia: el amor puede
ser el tema del que la literatura se ocupe, pero también es dable advertir que la
cuestión del amor es inherente a la literatura, a la producción de una obra. Se trata de
un acto más o menos solitario, en el que no obstante se apela a otro, indeterminado o
indeterminable. En lo que pareciera el colmo del solipsismo, Rimbaud escribe soy
realmente de ultratumba o Alejandra Pizarnik proclama que su morada es la tumba,
pero resulta insoslayable inferir que son palabras redactadas en la mesa de trabajo que
involucran al otro de la lectura. Esto es decir que la escritura configura un par con la
lectura; nadie escribiría si no supone la lectura potencial. En última instancia, lo que
se espera del lector es un acto de reconocimiento, que es de amor y también puede decirse
a la inversa: la espera de un acto de amor es, por tal, de reconocimiento.
Al ponerse el acento en la relación entre amor y reconocimiento queda explícito un
enigma. ¿Qué debe ser reconocido? ¿Quién reconoce a quién? Es decir, el problema del
sujeto, del destinatario y el asunto mismo abierto como un arco tensado entre esos dos
polos. El escritor procede necesariamente a solas, pero ésa no es la soledad; la soledad
es no poder decirla en escritura, no alcanzar el triunfo de la metáfora.
Cuando el amor se convierte en el tema manifiesto de la literatura, el enigma cobra un
realce especial. El lenguaje amoroso es metafórico, no es novedad que el enamorado tiende
a la poesía. Su palabra pone en evidencia la distancia que hay entre ella y el referente.
No se puede recitar un madrigal a una rosa con una rosa en la mano. Sobran la rosa o
el madrigal, escribe García Lorca. La palabra de amor es una palabra sostenida en
la ausencia.
Se produce la siguiente paradoja: el enamorado tiene muy claro a quién se refiere cuando
escribe, pero siempre habrá incertidumbre respecto de qué refiere, qué dice con una
palabra que delinea algo que para nada se corresponde con lo que llamaríamos un relato
idealista. Antes que eso, solemos encontrar un culto al detalle: el énfasis en lo
profundo de una mirada, en la sutileza de una cintura, en la suave ondulación del pelo.
Sorprende comprobar que el amor rinde culto al encuentro, incluso a la disolución de los
amantes en una unidad trascendente, pero la palabra de amor, que rescata a su autor de la
soledad, es ella misma solitaria, despojada. Palabra abierta al vacío, pues ella genera
el referente, de significado ambiguo porque es metáfora, en la que el escritor se
reconoce a condición de aceptar que su decir lo supera, literalmente lo descoloca.
La palabra de amor es de después, no puede soslayar lo que Freud supo al afirmar que
el amor es nostalgia, aunque en ese después haya un durante, aunque sea la
ilusión e ilusión de un futuro. Si el escritor es un amante apasionado, esa palabra
necesita distanciarse de su pasión y desdoblarse, postergarse, posteriorizarse. De no ser
así, lo postergado sería la escritura en bien de renovar o mantener el encuentro
efectivo de los amantes. El autor vuelve de la inspiración y el trabajo de escritura con
el sentimiento de ajenidad de quien ha frecuentado un lugar extranjero, del que la obra es
mapa o escorzo, y a veces la propia escritura explicita esa excentricidad. Hablando de sus
poemas, Alejandra Pizarnik los llama pequeños fuegos para quien anduvo perdida en
lo extraño.
Apollinaire escribe:
Hoy recogí esta hoja de brezo
El otoño ha muerto recuerda
No nos veremos más en esta
vida
Olor del tiempo hoja de brezo
Y recuerda que aún te espero.
Por mayor que sea la exaltación, la palabra de amor no logra sortear el desasosiego, que
hasta puede saber dulce, que en la escritura se muestra o insinúa con evidencia. En
Vinicius de Moraes leemos:
Por supuesto que es lindo vivir
y la alegría la única emoción indecible.
Por supuesto que te encuentro preciosa
y en ti bendigo el amor por las cosas simples.
Por supuesto que te amo
y que tengo todo para ser feliz.
Pero acontece que estoy triste.
La palabra de amor no es inmoral, su propio fuego la consume, pero se perpetúa suspendida
en la metáfora que es su vida, una llama en ilimitado consumirse.
Suele mencionarse, de modo descalificador, la condición obscena de cierta forma del amor.
Pero en sentido estricto la obscenidad es inherente a la palabra de amor, obscena en tanto
lo fundamental resiste, se opone a su representación en una escena, exigiendo una
continua renovación que sólo puede ser metafórica. En tanto obsceno, el amor se
insinúa pero no hay forma de apresarlo. Cuando se produce la parodia de su
representación se cae en los antípodas de la obscenidad, en lo absolutamente
representable que es lo pornográfico.
Quizás el ejemplo más ilustre de esta fugacidad sea el encuentro de Dante con Beatriz en
la Divina Comedia. Dante escribe esta enorme obra por importancia y por
volumen para darse la posibilidad de un encuentro literario con su amada, aquella
que de joven cruzara fugazmente en Florencia y poco más que eso. Desciende a los
infiernos y recorre lentamente sus círculos concéntricos, los del Purgatorio, hasta
llegar a la puerta del Cielo. Beatriz aparece y el encuentro queda expresado, en el canto
XXXI, con estos versos:
Così orai; e quella, sì lontana
Come parea, sorrise e riguardommi;
Poi si tornò allEterna Fontana.
(Así imploré; y aquella, tan lejana
Como parecía, se sonrió y me miró de nuevo;
Y después se volvió a la Eterna Fontana.)
Dante atraviesa en confusión los dramas humanos, visita a los condenados, acumula
incontables páginas para concluir en la fugacidad de una sonrisa y una mirada que su
amada le destina por un instante para luego volverse a la Fuente Eterna.
Si la desgracia puede ser dicha largamente, la obscena levedad del hallazgo poético es
una insinuación que cruza la escena, un pulso inverso que resiste al tiempo tanto como a
la prosa.
* Consultor del Círculo Psicoanalítico Freudiano
SOBRE EL NUEVO MANUAL DE EXORCISMO DE LA
IGLESIA CATOLICA
Ven y sálvame, que el Demonio me posee
Por Stella Maris Onetto *
En los últimos días del
mes de enero, hemos recibido el ritual actualizado de la práctica del exorcismo, en todos
los medios de comunicación. El fin del milenio nos tenía preparada varias sorpresas: la
caída del Muro de Berlín, la democratización rusa, la globalización, la revolución
tecnológica, y ahora, en las postrimerías del siglo, estamos por quedarnos sin diablo.
Las instituciones y organizaciones se han visto afectadas por cambios que en la última
década se impusieron con gran celeridad. La actualización del manual de exorcismo, cuya
práctica había sido regulada por primera vez en 1614, parece reflejar esos cambios. La
reingeniería ha alcanzado también a Satanás. La Iglesia advierte que éste ya no puede
ser considerado amo y señor de aquellas perturbaciones por las que fueron ejecutadas más
de tres millones de personas acusadas de brujería. ¿Errores de diagnóstico? En aquellos
tiempos lo que hoy llamamos neurosis histéricas y paranoias eran tomadas por triunfos del
demonio sobre almas que se habían alejado de la mano de Dios.
Lo que en 1600 eran las posesiones demoníacas son hoy las neurosis, la psicosis, la
melancolía. Con Freud aprendimos que los demonios son para nosotros malos deseos
rechazados, ramificaciones de impulsos instintivos reprimidos. Pero no proyectamos al
mundo exterior, como en la Edad Media, el objeto de tales poderes: los hacemos nacer de la
vida íntima del enfermo, en el cual moran.
Las terapias que hoy practicamos desde lo científico, en el ámbito de una consulta
médica, psiquiátrica o psicoanalítica, encuentran también en la palabra un instrumento
casi mágico con el que generamos alivio, damos información, formulamos interpretaciones
y construimos hipótesis. Seríamos injustos si no reconociéramos la herencia: aprendices
de hechiceros, de brujos, exorcistas sin dios y sin demonio.
El manual del exorcista también trae una guía para identificar al verdadero endemoniado:
hablar en idiomas desconocidos, saber de hechos ocultos ocurridos a gran distancia y
mostrar una fuerza física que no se corresponda con la edad o la salud son signos a tener
en cuenta. El hecho es que insiste en desconocer hallazgos que en tratamientos de
psicóticos y neuróticos vienen desarrollando la medicina y el psicoanálisis: los
neologismos del esquizofrénico, el retorno de lo reprimido, los ataques de furia en
cuadros como la manía, la epilepsia, corren todavía hoy el riesgo de ser confundidos con
la presencia de Satanás.
Agrega el manual, en esta oportunidad, la saludable sugerencia de consultar con expertos
en medicina o psiquiatría, para no confundir enfermedad mental con posesión satánica.
También propone prudencia en la evaluación de los indicios. En Alemania, en 1976, un
adolescente sometido a un ritual de exorcismo murió de desnutrición y deshidratación.
Sufría de epilepsia, y sus padres no habían consultado a un médico.
Su novedad consiste en que se atreve a sostener una duda: quizá no es el demonio todo
aquello que se nos impone desde dentro con fuerza arrolladora.
Diez años llevó la elaboración de este nuevo diseño que incluye prudencia en el
diagnóstico y consulta previa a expertos en salud mental. Sin embargo, parece que,
todavía y por un tiempo más, muchos van a seguir llamando demonio a todo aquello que
pertenezca a los territorios a los que la lógica de la razón aún no haya accedido.
* Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
El individualismo, bote de plástico
Por Alfredo Grande *
El lunes 25 de enero
asistí al preestreno de la película cubana Las cosas que dejé en La Habana. El tema del
exiliado, tan importante para estos países de Latinoamérica, es de una desgarradora
vigencia. El salvacionismo individualista es un recurso comparable a disponer
de un bote de plástico mientras se hunden cien mil Titanics. Los
organizadores argentinos de este II Taller de Grupos e Instituciones en Salud (del 15 al
20 de este mes, auspiciado por Página/12) dejamos cosas en Buenos Aires y vamos a La
Habana. Somos insiliados que entienden que, para pensar el nivel fundante de la salud y la
educación, es necesaria, al menos una vez por año, la potente transversalidad que ofrece
el socialismo.
Como toda producción, reconoce multiplicidad de génesis: los Encuentros de
Psicoanalistas y Psicólogos marxistas que se iniciaron en el 86; las jornadas
científicas de Atico y la Fundación Vivir y Crecer, la Red de Alternativas a la
Psiquiatría, el inolvidable Espacio Institucional... El destino es el Servicio de
Psicología del Hospital Hermanos Ameijeiras. Su jefa, la Lic. Bárbara Zas, preside el
Comité Organizador Cubano-Argentino. Llevamos trabajos, llevamos artículos de primera
necesidad, llevamos medicamentos, llevamos resmas de papel, llevamos tinta para
impresoras... Nos llevamos a nosotros mismos, seguramente la parte más problemática del
envío. También llevamos la decisión de concretar la validación del Programa de
Intercambio en Salud Mental, cuya directora cubana es la doctora Reina Rodríguez Mesa.
Especialmente importante porque Cuba está en pleno desarrollo de la reorientación de la
psiquiatría para la atención primaria en salud.
* Director de Atico, Cooperativa de Trabajo en Salud Mental.
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