No sólo hay que atender
a las víctimas sino que hay que erradicar las estructuras injustas que las generan. Ese
fue, palabras más o menos y en el marco de un discurso religioso, el mensaje social de
Juan Pablo II en el documento que acaba de entregar en México y Estados Unidos. El
neoliberalismo y sus consecuencias, la agudización de la pobreza y la corrupción son
algunas de las claves de lectura elegidas para analizar la realidad social. En la ocasión
el Papa retomó una terminología, como la calificación de pecado social para
denunciar los problemas estructurales del sistema, más cercana a la crítica comprometida
del catolicismo progresista de América latina de los años setenta y los ochenta, que a
los discursos de la última década, período durante el cual los sectores conservadores
ganaron amplios espacios de poder dentro de la jerarquía. Hoy en América, como en
otras partes del mundo, parece perfilarse un modelo de sociedad en la que dominan los
poderosos, marginando e incluso eliminando a los más débiles, afirmó Karol
Wojtyla.
Es evidente que el Papa se está haciendo eco del tono que caracterizó el Sínodo de los
obispos americanos en 1997 en Roma y que, ya entonces, tiñó de un lenguaje socialmente
crítico a las proposiciones secretas que le fueron entregadas. Lo que ahora se
transformó en documento pontificio es reflejo de aquello que los obispos católicos de
América latina y Estados Unidos le presentaron como preocupación a Juan Pablo II. El
pronunciamiento de la jerarquía católica puesto en voz de su más alto vocero revela una
visión sumamente crítica de la realidad social del continente americano, sostiene que el
neoliberalismo es el causante de que los pobres sean cada vez más numerosos,
víctimas de determinadas políticas y estructuras frecuentemente injustas y
recomienda que en las acciones que se emprendan, también por parte de la Iglesia, se tome
en cuenta que se trata no sólo de aliviar las necesidades más graves y urgentes
mediante acciones individuales y esporádicas, sino de poner de relieve las raíces del
mal, proponiendo intervenciones que den a las estructuras sociales, políticas y
económicas una configuración más justa y solidaria.
Todas estas afirmaciones están incluidas en el documento Iglesia en América que el Papa
entregó en México y Estados Unidos como programa de acción para los católicos de la
región y que, en el marco de un mensaje expresamente religioso, ponen en claro lo que la
Iglesia piensa respecto de las consecuencias de las estrategias neoliberales aplicadas en
esta parte del mundo. El extenso pronunciamiento (62 páginas) no modifica sustancialmente
el discurso de la Iglesia Católica en materia social, pero refuerza el tono de la
crítica, deja en evidencia el análisis de jerarquía católica sobre temas claves como
la justicia social, los derechos humanos, la carrera armamentista, el tráfico de drogas y
la corrupción, y hace un llamado a la acción directa y decidida de los cristianos en
estos campos trazando líneas directivas para ello.
Sin dejar de reconocer que la globalización trae consigo ciertas consecuencias
positivas, el Papa advierte que si la globalización se rige por las meras
leyes del mercado aplicadas según las conveniencias de los poderosos, lleva a
consecuencias negativas. Según Juan Pablo II, esas consecuencias son la
atribución de un valor absoluto a la economía, el desempleo, la disminución y el
deterioro de ciertos servicios públicos, la destrucción del ambiente y de la naturaleza,
el aumento de las diferencias entre ricos y pobres, y la competencia injusta que coloca a
las naciones pobres en una situación de inferioridad cada vez más acentuada.
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