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El gran tema

Por José Pablo Feinmann


t.gif (862 bytes) Si no tuviera, como tengo, un gran tema para esta nota, echaría mano a alguno de los infalibles recursos que tienen los columnistas cuando, sencillamente, no se les ocurre nada. Es decir, cuando no tienen, como yo tengo hoy, un gran tema. Estos infalibles recursos surgen del oficio, de los años, de los reflejos veloces, de una sagacidad que, al cabo, el columnista laboriosamente ha construido. El más infalible de esos recursos radica en numerar la nota. Tal cual; 1), 2), 3) 4) etcétera. Porque cuando uno no tiene un gran tema tiene que ocuparse de muchos, y si numera la nota empieza por darle cierto aire de rigor, cierto aire matemático, casi profesoral. El título se impone, surge de esta organización de lo multifacético. El título es: Miscelánea. Que significa mezcla conjunto, mezcolanza, amasijo. Pero, con los años, con la trágica, recurrente y súbita falta de ingenio de tantos columnistas, la palabra miscelánea entró en descrédito. Ahora, los columnistas, cuando no tienen un gran tema –como, insisto, hoy tengo yo– recurren a la palabra fragmento, que fue impuesta por la vague posmoderna y, por lo tanto, da culta. De modo que así titulan sus notas; Fragmentos. Si me permiten, aquí, un consejo, les diré que siempre que vean una nota que se titula Fragmentos, huyan: el tipo no tiene nada que decir.
Por ejemplo: si yo, hoy, no tuviera, como tengo, un gran tema, hubiera titulado Fragmentos a esta nota. Y la hubiera numerado. Y en 1) me hubiera ocupado de alguna película de reciente estreno. Esto es infalible para columnistas de ingenio herido: recurrir a la película de la semana. Yo hubiera recurrido a Babe 2, la del chanchito. Parece que es muy buena (cosa extraña en una secuela) y trata de los sinsabores del simpático puerquito en una ciudad monstruosa que lo rechaza, que se le muestra esquiva y hasta feroz. Ocurre, sin embargo, que mi columna no es una columna de cine. Debo relacionar a Babe 2 con un tema candente, actual, densamente humano y político. ¿Cómo no ver en Babe, en su dolorosa relación con esa ciudad que lo expulsa, un símil con la situación de los inmigrantes ilegales en la Argentina? Trazado este símil cerraría el primer punto de mi nota Fragmentos. Abro, entonces, el segundo. ¿Cuál podrá ser? Hojeo el diario. Sí, qué duda cabe: la ingeniera Alsogaray (que siempre entrega temas a los columnistas de ingenio fragmentado) protagonizará el punto dos. Durante una conferencia de prensa, en Bariloche, a raíz de los incendios forestales, agredió verbalmente a periodistas. Les dijo que eran incendiarios disfrazados. Una joyita de la ingeniera, nunca falla. Siempre que hay que poner un trazo grueso, una guarangada política, algo que a todos, por contraste, nos haga sentir exquisitos y buena gente, está ella, la ingeniera. Observen que su frase (periodistas disfrazados de incendiarios) es tan contundente, tan brutal, que con sólo ella cubro el punto dos. Aquí, pongamos, ya llevo unas treinta líneas. O más. No voy mal. Ahora, el punto tres. Porque una nota que se llama Fragmentos tiene esta ventaja: uno no tiene que estructurarla, puede poner todos los puntos que se le antojen, o, si prefieren, todos los fragmentos. (Osvaldo Soriano tenía talento hasta para estas pillerías. Había inventado un artilugio que era el viejo artilugio de Fragmentos pero más divertido. Se llamaba Llamada (Internacional) y era así: un editor de un diario extranjero lo llamaba por teléfono para pedirle una nota. Soriano le comentaba los temas de la semana. Al editor ninguno lo convencía del todo, con lo cual Soriano trasladaba al editor la imposibilidad de elegir un tema, el tema de una nota estructurada y no unafritanga de fragmentos. El editor sugería otros temas. Soriano se los comentaba. El editor preguntaba si no había nada mejor. Soriano sugería algo. Al editor no lo convencía. Soriano sugería otra cosa. Y así hasta el final de la nota, que estaba llena de diálogos y evitaba los numeritos. A eso llamo yo zafar con ingenio.)
Ahora, decía, el punto tres. Creo que en el punto tres lo pondría al loco Chávez. Este venezolano es un tipo colorido, le da fuerza a cualquier fragmento, él solo cubre lo que sea. Juró como presidente y dijo: “Juro sobre esta Constitución moribunda”. Haría notar que nadie puede validar su propio acto por medio de una Constitución moribunda. Es por medio de esa Constitución que se lo nombra presidente, si él la declara moribunda se declara, a sí mismo, un presidente casi ilegítimo. Haría notar el peligro de los caudillos populistas en esta hora de consolidación de las democracias latinoamericanas. Y nada más: porque, creo, al columnista fragmentario no sólo le falla el ingenio, tampoco tiene muchas ganas de trabajar. Ahora, el punto cuatro y último. ¿Cuál podrá ser? Qué duda cabe: Brasil. Pero trataría de darle un toque no económico, ya que ha sido, el tema, pulverizado por los economistas. Hablaría de la angustia que Brasil genera en la gente. Uno dice “Brasil” y ya nadie piensa en la alegría, en las garotas de Ipanema, en Vinicius, en Jobim, en Sonia Braga y en Doña Flor. No; uno piensa en los créditos hipotecarios en dólares, en los autos cero que los argentimedios supimos conseguir, en Roque, en Soros, en la dolarización. Uno piensa que todo se va al mismísimo diablo y la angustia corroe el alma como nunca antes. Y, ahora sí, culminaría la nota. Con, claro, un resumen. Porque toda nota que se llame Fragmentos (que es, recuerden, la que yo hubiera escrito hoy si no tuviera, como tengo, un gran tema) debe concluir con un resumen que otorgue la engañosa, intrigante y, digámoslo, sutil pero tramposa idea de que todo ha tenido una unidad porque “todo tiene que ver con todo”. ¿O la insensibilidad de María Julia Alsogaray no tiene que ver con el despiadado destino de los inmigrantes que se refleja, de modo sorpresivo pero insospechable, en Babe 2? ¿O Hugo Chávez no representa un peligro para nuestras democracias tanto como los descalabros económicos de Brasil? Sí, qué tanto: todo tiene que ver con todo y por medio de los fragmentos de esta nota hemos llegado a una visión totalizadora, que es lo que queríamos. Y así –si no tuviera, como tengo hoy, un gran tema– cerraría esta nota fragmentaria, fácil, hecha con el oficio, que no dice nada porque no tiene nada que decir. En cambio, insisto, yo, hoy, tengo un gran tema. Del que me voy a ocupar en alguna próxima nota.

 

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