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OPINION
No hay mejor defensa...

Por Eduardo Aliverti

El verano de los argentinos viene renovando una lección, casi diariamente: los vacíos que se dejan en política tardan en ser ocupados, visto en escala, lo mismo que puede durar un reparto de caramelos a la salida de una escuela. Y como es obvio, en este caso el ocupante es el Gobierno y la desalojada la oposición (se entiende por esto último al conjunto de quienes enfrentan al menemismo pero, en esencia, a la Alianza, como única fuerza en condiciones sociales y electorales de derrotarlo).
Tampoco se trata de una novedad que haya traído el estío. Desde su victoria en octubre del ‘97, la unión entre radicales y frepasistas no logró mantener el entusiasmo que acompañó a su lanzamiento en la presunción, quizá, de que el descrédito popular del oficialismo implicaba no seguir destinando esfuerzos para doblegarlo. Comenzó entonces una larga siesta, de la que sólo despertaron cuando los menemistas pusieron todas sus fuerzas en el proyecto de la recontraelección, que ni siquiera fue tumbado por la Alianza sino por Eduardo Duhalde, al mover la pieza del plebiscito bonaerense. Del mismo modo, los hoy despertados bríos por perpetuar a Menem resultan trabados por la entente entre el gobernador y Domingo Cavallo. Dos ejemplos sustantivos para demostrar que la iniciativa política permanece en los variopintos tablados del escenario peronista, pero ni de lejos los únicos. Aparecen, aquí sí, las “novedades” veraniegas. Dos, centralmente. La crisis en Brasil y el tema recurrente de los inmigrantes.
Frente al caso brasileño, Menem opuso al desconcierto general el brulote de la dolarización. Ya sea que técnicamente se trate de un delirio, o fuere que consista en una eventualidad potable visto que el Gobierno ya demostró con creces su completa carencia de escrúpulos de clase alguna, lo cierto es que toda la dirigencia partidaria y empresarial bailó y aún baila al compás de ese golpe de fuerza, inicial y mediático. El mismo salvajismo procedimental se verifica en el asunto inmigratorio, ante el que el oficialismo no dudó un instante. En realidad, primero lo investigó como problema nuevo. Y después lo instaló como una suerte de abecé para el entendimiento del desempleo y la violencia, con la vista puesta en los más bajos instintos populares de discriminación y xenofobia, y el logro, a través de ellos, del interés de los medios. De nuevo la iniciativa.
Como en Córdoba al cierre del año pasado, mientras la Alianza se sumía en un debate diletante sobre si apoyar o no a sus propias fuerzas. O como ahora en Catamarca, que vota en marzo y donde frente al autismo opositor desembarcará Menem para recargar las pilas del reestablecido Ramón Saadi. Pone piel de gallina, desde el segundo en que aparece la imagen de María Soledad Morales.
Pero las (malas) leyes de la política entienden de ideas y empujes canallescos, si es necesario, antes que de códigos morales. En eso el menemismo es insuperable aunque, como se ve, le alcanza para sopapear a una oposición a la que parece habérsele descompuesto el despertador.

 

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