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DECLARARON CLINICAMENTE MUERTO AL REY HUSSEIN, DECANO LIDER ARABE
El día del adiós interminable

El rey Hussein fue declarado clínicamente muerto y sólo se mantuvo vivo mediante sistemas de apoyo vital. La familia real decidirá cuándo “desconectarlo”. Jordania rezaba ayer por quien fuera su líder durante 47 años.

Jordanos rezando por “nuestro señor” en una mezquita de la capital de Amman.

t.gif (862 bytes)  Ayer, en Jordania, fue un día de adiós interminable. Fuentes del gobierno de Jordania declararon al rey Hussein “clínicamente muerto”, y precisaron que la decisión de desconectarlo del sistema de vida artificial en que se mantiene dependía de la decisión de su familia, y podía ser inminente. Pero el anuncio no se produjo en la noche jordana de ayer, mezclando la impresión de agonía con la certidumbre del duelo.
La capital estuvo en virtual estado de luto desde el arribo del monarca desde Estados Unidos, y hubo una veda sobre toda actividad de entretenimiento. Los habitantes se mantuvieron en vigilia por su rey, quien había anunciado que volvía “para morir con su gente”. Varias cancillerías del mundo enviaron su consternación y su deseo de que el monarca mejorase, mientras que la familia real se reunía en torno de Hussein. Más de un centenar de personas se congregaron frente al hospital en señal de apoyo, mientras que el imán oficial llamó a todos los fieles a rezar por el “restablecimiento del rey”. Mientras se multiplicaban los rumores e informes oficiales, no hubo disturbios, sino resignación. “El momento es triste –explicó llanamente un jordano–; no hay palestinos ni hachemitas, somos todos hijos del rey”.
El monarca había llegado en la madrugada a la capital jordana, y fue trasladado con urgencia al Hospital Militar, para pasar sus últimas horas. No hubo una recepción masiva en el aeropuerto. Sólo el personal de seguridad que siempre rodeó al monarca, el gabinete, y la familia real. En el hospital, la hermana de Hussein abandonó el recinto en llanto, mientras que la reina rezaba en una sala del hospital.
La veda de información sobre estas actividades fue estricta en Amman, y la población se agrupó ávidamente en torno de radios y puestos de diarios para obtener los últimos partes oficiales sobre el estado de “nuestro señor”. Empeoraban con regularidad. “Sigue bajo observación médica”, “está en estado crítico”, “esta en coma”, “clínicamente esta muerto”, leían los informes, que nunca llegaban al anuncio que todos temían. Sin embargo, un pariente del rey confió a la prensa que “se está muriendo”, y trascendió que el gabinete debatía como “revelar la noticia” a la población.
Una muerte en realidad anunciada hace tiempo, lo que no disminuyó la emoción de las respuestas a nivel mundial. En Israel, el primer ministro Benjamin Netanyahu afirmó que él “y todo su pueblo” rezaron por el rey, a quien el premier vio por última vez cuando actuó de garante durante la firma del acuerdo de paz de Wye Mills entre israelíes y palestinos. Desde el otro lado, el líder palestino Yasser Arafat recibió la noticia mientras estaba reunido en Bonn con el canciller alemán Joshcka Fischer. Arafat había declarado que también rezaba constantemente por Hussein, mientras que Fischer declaró que “la pérdida nos causa a todos gran dolor”. Desde la Casa Blanca, Bill Clinton lo había calificado de “un maravilloso ser humano”, y Moscú lo definió como “una gran autoridad”.
En efecto, la muerte del rey Hussein marca el comienzo del fin de una era de patriarcas en el Medio Oriente –un fin con presagios preocupantes por los problemas de sucesión que lo seguirán–. Al sur de la frontera, en Arabia Saudita, el enfermo rey Fahd de 76 años ya fue reemplazado como regente por el príncipe de la corona, quien a su vez tiene 70 años. En Egipto, Hosni Mubarak nunca designó a un sucesor para la vicepresidencia que dejó vacante en 1981, cuando reemplazó al asesinado presidente Anwar Sadat. También es dudoso quién reemplazará al presidente Hafez al-Assad, de 69 años, en la más oscura e impredecible Siria, luego de la muerte en 1994 de su hijo mayor y heredero. Y, por supuesto, la gran incógnita es sobre el sucesor del venerable Arafat, también de 69 años, quien en el último tiempo ha comenzado a demostrar síntomas de lo que podría ser el mal de Parkinson. Hay una excepción en esta gerontocracia del mundo árabe: el juvenil Saddam Hussein, de escasos 47 años, quien parece gozar de perfecta salud.

 


 

DESAPARECE EL EJE DE UN EQUILIBRIO INESTABLE
La paz queda más expuesta

Por Claudio Uriarte

t.gif (862 bytes) La muerte del rey Hussein de Jordania no es un hecho inesperado, pero acelera los tiempos en una dinámica política ya volátil y en una región donde la paz está en un suspenso que puede derivar en cualquier momento en conflicto abierto. Dos fechas clave a observar vienen en mayo: el 4, cuando Yasser Arafat cumpla o no su promesa-amenaza de declarar unilateralmente un Estado Palestino; y el 17, cuando los israelíes concurran a votar en unas elecciones generales entre el primer ministro Benjamin Netanyahu –que ha congelado la paz con los palestinos–, y una diáspora opositora que todavía no termina de proponer una alternativa creíble de poder, sobre todo para reimpulsar un proceso de negociaciones que sigue demostrándose profundamente divisivo para su sociedad.
Las dos fechas tienen la potencialidad de derivar en el estallido del proceso de paz: la primera, por la amenaza de Netanyahu de contestar a la movida de Arafat con la anexión de partes enteras de Cisjordania, tal vez con una reconquista de parte del 30 por ciento de los territorios que ya está bajo autogobierno palestino; la segunda, por la posibilidad de que Netanyahu vuelva a afirmarse como primer ministro sobre la base de acuerdos políticos con una extrema derecha nacionalista cuyo precio por entrar en el gabinete y apoyar al primer ministro en el Parlamento sigue siendo la interrupción del proceso de paz, si no su reversión manu militari. En cualquier caso, el desenlace puede traducirse en una renovación en pleno del conflicto palestino-israelí y en un nuevo impulso al radicalismo fundamentalista en la región.
La desaparición del rey Hussein, que fue el aliado árabe más confiable de Israel y Estados Unidos pero al mismo tiempo el más potencialmente inestable, cobra gravedad precisamente en este punto. La legitimidad de la monarquía hachemita es por lo menos problemática, al basarse en una minoría de beduinos en un país poblado mayoritariamente por palestinos. La existencia de una nacionalidad jordana también es problemática, lo que se demostró de modo dramático en el apoyo que el rey Hussein, cuyas credenciales prooccidentales eran impecables –desde su educación británica y su esposa norteamericana hasta las necesidades de reaseguro político-militar para su régimen– debió prestar a Irak en la Guerra del Golfo de 1991. Ese apoyo fue puramente declarativo, pero subrayó que la estabilidad de la Casa Real descansa sobre un complejo equilibrio con los palestinos, que en ese momento expresaban su furia con Israel y con Estados Unidos aclamando al enemigo de sus enemigos.
Desaparecido el rey Hussein, que gobernaba ese equilibrio al modo de un autócrata benévolo –pero que tampoco vaciló en aplastar a los palestinos militantes cuando éstos se le rebelaron en el Setiembre Negro de 1970–, la capacidad de sus sucesores de seguir manteniendo el timón es incierta, sobre todo porque el trámite de la sucesión en Amman vino condimentado de una intriga palaciega en que el monarca privó a su hermano Hassan de su condición de sucesor para entregársela a su hijo mayor, Abdalá. Que el pecado de Hassan haya sido asumir por las suyas el nombramiento de comandantes militares mientras el rey estaba internado en Estados Unidos es un dato inquietante, porque la última instancia de defensa de la monarquía es precisamente el ejército. Abdalá, a todo esto, es un militar sin experiencia política, lo que contrasta con el rey al que debe suceder, decano de los estadistas de Medio Oriente y uno de los últimos ejemplares de una generación en su crepúsculo.
Si palestinos cisjordanos se radicalizan, los de Jordania harán eco. Y la liquidación de los acuerdos de Oslo de 1993 puede inaugurar un dominó, donde no sólo quede amenazada la paz jordano-israelí sino la estabilidad de la propia monarquía.

 

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