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Lo de Mendoza es una vergüenza

Los responsables involucrados en el episodio de las bombas contra Chilavert coincidieron  en el despropósito: el negocio debe seguir.

Chilavert (lo que le pasó o no) es, con respeto, lo de menos.
Lo sintomático es la capacidad colectiva para hacerse los distraídos.

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Por J. S.

t.gif (862 bytes) El partido entre Vélez y River en Mendoza –que ganaron los de Manera con dos goles de Camps– sigue dejando secuelas. Algunas no son permanentes, por suerte, como la conmoción auditiva que sufrió Chilavert por los dos bombazos próximos a sus tímpanos: “sólo” le queda un zumbido molesto. Otras secuelas son cada vez más preocupantes: con estos corresponsables, el fútbol argentino, como espectáculo, no tiene arreglo. Es cuestión de pasar revista a lo actuado y lo dicho.
La hinchada que protagonizó el gesto brutal y desencadenó el problema no tiene atenuantes: está prohibido arrojar bombas de estruendo. Pero lo hacen. Una de ésas –no hay que olvidarlo– le reventó un ojo a un fotógrafo chileno que había venido a celebrar junto al Matador Salas en el Monumental la última vez que gritó River. Pero siguen. Y después gritan: “El Chila se cagó...”
El arquero que sufrió la agresión no puede ser motivo (por principio) de sospecha de simulación o exageración. Poner el énfasis en esa posibilidad es colocar la regadera lejos de las begonias... Chilavert o cualquier jugador tiene todo el derecho natural de pedir seguridad personal dentro del campo. Es un absurdo que se lo quiera convertir en culpable.
Porque la policía, que se manifestó a través de declaraciones del comisario general Juan Carlos Najurieta, a cargo del operativo de seguridad, reconoció fallas pero criticó al arquero: “Al parecer no tenía ganas de jugar el partido”, aseguró. Y explicó después: “La primera bomba cayo detrás del arco, sobre el alambrado y la segunda, varios metros detrás del jugador”, queriendo ejemplificar, con la precisión, que había estallado “lejos”. Najurieta agregó, además, en el mismo sentido, que según el comentario de un médico de la clínica Godoy Cruz el arquero “no tenía nada” y que, lo más grave, el mismo árbitro Martín había dicho que lo hecho por Chilavert “era un acto de inconducta, una simulación que constaría en el informe”. Se verá. Pero no exime a la policía.
Lo visible y mensurable fue la ineficacia del operativo. El control fracasó: 400 efectivos para el estadio más 100 en adyacencias del parque General San Martín, pero nadie en las tribunas ni siquiera en posición frente a ellas (incluso después del primer bombazo). Cerrado el estadio desde las 15, teóricamente se revisó a todo el mundo –”incluso a los proveedores” dijo Najurieta–, pero “alguien se está prestando al juego”, admitió el jefe policial, “porque son siempre los mismos elementos y de la misma intensidad los arrojados al campo de juego”. Qué suerte que se dieron cuenta... La explicación final de por qué no se ocupó la popular sur después del primer estallido no tiene sentido: “Se trató de evitar un mal mayor, porque si hubiésemos actuado en ese momento, corríamos el riesgo de generar un clima de mayor irritación”. Sobre todo si, como muchas veces, se reprime al voleo, a distancia o agarrando al que está más cerca.
La actitud del árbitro Claudio Martín hizo extrañar –seamos obvios– a Javier Castrilli. Más allá de su explicación reglamentaria –“si la gente de Vélez me mostraba que Chilavert estaba lastimado yo suspendía, pero ellos propusieron el cambio de arquero”– y de la salvedad de no haber sufrido presiones –”nadie (la televisión) vino a decirme que debía seguir o no el partido”– se mostró alevosamente predispuesto a “salvar” el espectáculo. Incluso accedió a “descontar lo menos posible” –cinco minutos menos– para no perjudicar a la organización. En descargo del juez hay que apuntar que la gente de Vélez aceptó continuar el match. Tanto Manera como el gerente de la institución de Liniers, Bernardo Becker, criticaron la ineficacia policial, pero optaron por una actitud”constructiva” y, mientras se solidarizaban con Chilavert, le dieron una manito a la organización. Norberto Etchezuri, uno de los organizadores, lo dijo muy simplemente: “Por suerte no fue suspendido, gracias a la predisposición de los dirigentes de Vélez”. Más claro...
En síntesis: una vez más, sobre la cordura y el buen sentido, prevaleció la actitud del distraído, la irresponsable tolerancia hacia los que, precisamente por eso, siguen teniendo como rehén al fútbol argentino.

 

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