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Si querés llorar, andá
“QUEDATE A MI LADO”, DE CHRIS COLUMBUS

En un film que produjeron, y en cuyo guión metieron mano, Julia Roberts y Susan Sarandon son la actual y la ex de un marido casi ejemplar, en una historia muy para mujeres con ganas de sufrir.

El film es “un vehículo para el lucimiento de las dos actrices”.
Sigue una receta al pie de la letra y logra lo que busca: lágrimas.

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Por Horacio Bernades

t.gif (862 bytes) Está comprobado, medido y estudiado: las mujeres son uno de los públicos más fieles para el cine, y Hollywood lo sabe. Parecería que en esa ciudad la palabra mujer y la palabra lágrimas siguen siendo sinónimos, por lo cual el producto ideal para ese mercado resulta el que siempre fue: lo que los estadounidenses denominan tearjerker. “Una de llorar”: eso es Quédate a mi lado. Es también el típico “vehículo de lucimiento para sus dos estrellas”, Julia Roberts (la única actriz en condiciones de cotizarse tan alto como sus colegas varones) y, sobre todo, Susan Sarandon, cuyo personaje cuenta con una de las principales virtudes a la hora de aspirar a un Oscar: sufre de un cáncer.
En su carácter de productoras ejecutivas, Roberts & Sarandon diseñaron los personajes a su medida. Por las dudas –según se cuenta– metieron también mano en el guión. Rubro del film en el que figura, de por sí, un verdadero ejército de guionistas oficiales. En esta clase de películas, lo que importa no es tanto la historia como los sentimientos, por lo cual la anécdota es sencillísima. Julia es Isabel, fotógrafa de modas y mujer moderna, que tiene problemas con los hijos de su novio (Ed Harris), bastante mayor que ella. Con el niño Luke (Liam Aiken), el problema es que es muy travieso. Pero como también es muy simpático, está todo bien. No ocurre lo mismo con Anna (Jena Malone), que además de atravesar por unos difíciles doce años no tolera a la nueva novia de papá, y se especializa en hacerle la guerra. Una guerra que mamá Jackie, la ex de papá, (Sarandon) no hace nada por aplacar. Todo lo contrario: vive compitiendo con su rival Isabel, para ver quién de las dos tiene más grande la condición de mujer. Y de madre, sobre todo.
Está todo dispuesto para agradar a ese público femenino tradicional al que apunta el film: en el corazón, dos mujeres lindas y con agallas, dispuestas a agarrarse de los pelos; a su alrededor, problemas familiares, con un destacado rol para un niño y una niña, ambos sumamente carismáticos (sobre todo el pibe, que suscitará kilos de ternura en la platea femenina). Todo no, falta algo: las lágrimas. Así que a los 45 minutos de proyección, puntualmente, Sarandon va al médico y se entera de que tiene un cáncer. Machaza, se la aguantará, sin decirle nada a nadie. Hasta que la familia se entere y lloren todos juntos, el día de Navidad, alrededor del arbolito. Que está muy bien ser catártico, siempre y cuando no se olviden las tradiciones.
Quédate a mi lado es el resultado de implantar una de esas historias aleccionadoras al estilo Selecciones del Readers’ Digest entre fotos de la revista Houses & Gardens. Todos los personajes son admirables y modélicos, capaces de enfrentar lo peor con una mezcla de coraje, espíritu alto y buen humor. Sobre todo las dos productoras y guionistas no acreditadas: véase por ejemplo la escena de comedia musical en la que Jackie –poco después de enterarse de la infausta noticia– canta y baila junto a sus hijos, o esa otra en la que ambas ex rivales se enfrentan, en un bistró, y terminan arrojándose las flores más hermosas. Todo, en medio de unoscaserones palaciegos, de esos que despiertan suspiros de envidia. Si querés llorar, andá.

 


 

“LA NOCHE DEL COYOTE”
Una película in-creí-ble

Por H. B.

t.gif (862 bytes) La noche del coyote confirma lo que nadie ignora: hay películas buenas, malas, muy malas... y hay ciertas películas argentinas, que parecerían pertenecer a un género que está más allá (o más acá, o en alguna otra parte) de eso llamado cine. Lo más preocupante de La noche del coyote es que esta nueva incursión argentina en lo indescriptible no aparece firmada por algún viejo amigo del desastre, sino por un debutante veinteañero, con una formación que debería suponerse sólida. El chico –Iván Entel, se llama– no sólo cursó estudios en la Universidad del Cine que dirige Manuel Antín. Además, el nombre de esa prestigiosa institución y el de su no menos prestigioso mentor (que vienen de producir Mala época, y habían hecho lo propio con Moebius) aparecen en los créditos de la película, dando un implícito aval a este despropósito.
Está todo mal en La noche del coyote: el guión nunca sabe a dónde va, y la película, menos; los actores parecen preguntarse qué están haciendo allí, y hasta técnicos habitualmente más que solventes (como el director de fotografía Marcelo Iaccarino) dan la impresión de haber sufrido un efecto de contaminación, haciendo mal su trabajo. Hay errores dignos de Ed Wood, como esa escena en la que se hace de noche después de haber amanecido. Para completar el desastre, por alguna razón se les ocurrió a Entel y a su socia, coproductora y coguionista Joy Stout, juntar a actores angloparlantes con otros argentinos, y hacer que todos hablen en inglés. Cecilia Dopazo y Fernán Mirás (sí, la parejita joven de Tango feroz, reunida otra vez) más o menos zafan con el idioma, pero la pobre Solita Silveyra hace el ridículo a lo grande, hablando un inglés de barrio que recuerda al yeneral González del negro Olmedo.
La historia, si la hay, recurre al manoseado truco del cine dentro del cine, con unos actores argentinos (Mirás & Dopazo) que viajan al desierto de Mojave para filmar allí una película de terror berreta, a las órdenes de un veterano del género. La noche del coyote es inane cuando quiere jugar a El estado de las cosas quince años después, y sencillamente ridícula cuando pretende convertirse (sin la menor convicción) en una de terror, con muñecos de papel maché y sustos que no asustarían ni a alguien que sufra de pánico crónico. Lo que sí asusta es que alguien se haya tomado cuatro años (así dice la gacetilla, tan mal escrita como mal filmada y pensada está la película) para hacer esto, que actores con trayectoria se hayan embarcado en este viaje a la nada, que la más prestigiosa escuela de cine del país la haya apoyado. Y que el Incaa le haya dado crédito, cuando hay una cola de jóvenes talentosos esperando apoyo del Estado para empezar o terminar películas llamadas a renovar, de una vez por todas, el cine argentino.

 

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