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Ella quiso abortar, él quería tenerlo

Un hombre denunció a su ex novia porque él quería seguir adelante con un embarazo que ella interrumpió. Cuando no hay acuerdo en la pareja, ¿quién tiene la última palabra?

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Por Sandra Russo

t.gif (862 bytes) De acuerdo a la mitología de la que han dado cuenta innumerables telenovelas, siempre es la chica (mala) la que usa un embarazo no buscado para “enganchar” al galán que, si es noble, no sólo no osará insinuar la interrupción de la gestación sino que le hará honores y estampará su firma en el acta de matrimonio. La realidad está plagada, sin embargo, de muchos más matices. Esta semana trascendió un caso de La Plata –los nombres de protagonistas se mantienen en reserva, aunque se sabe que son de clase media y de familias católicas– en el que un hombre denunció a su novia después de que ella se realizara un aborto sin su acuerdo. La denuncia, pese a que tiene pocas posibilidades de prosperar y constituye en sí misma la evidencia de que las leyes argentinas promueven que una decisión de pareja –íntima si las hay, como que se trata de decidir si se quiere o no tener un hijo– se convierta en delito de acción pública, deja planteada una pregunta para volver sobre la cuestión del aborto: cuando ante un embarazo no deseado ella decide interrumpirlo y él no, ¿a quién le cabe la última palabra?
El joven platense, de 24 años, es empresario y su caso fue conocido esta semana merced a una derivación inesperada, ya que el incidente con su novia tuvo lugar el año pasado. Una nueva denuncia, esta vez contra los padres de su ex novia, llevó la historia a los diarios. El joven los acusa de querer amedrentarlo y amenazarlo de muerte a través de sus custodios personales.
Cierta o no, esta vuelta de tuerca acerca el caso al rubro policial y lo aleja de su costado más interesante, que es debatir si ante un embarazo no buscado la opinión y el deseo de la mujer y el hombre tienen igual peso, o no. Quieren la tradición y la naturaleza que el hombre le dé al hijo su apellido, mientras la mujer le presta el cuerpo, y los dos ponen en juego emociones profundas, desde el amor más incondicional hasta el rechazo. ¿Puede uno de los dos reservarse el derecho a dirimir, en una situación de conflicto como ésta, si llevar adelante o interrumpir la gestación? Si la respuesta es que la mujer tiene el derecho, ¿qué papel le cabe al padre, apenas el de espectador del proceso? Si la respuesta es que el derecho lo tiene el hombre, ¿por qué la mujer debería prestar su vientre a un embarazo que no buscó y no quiere? En ambos casos, no importa si se está en contra del aborto o a favor de su despenalización: el aborto, se opine de él lo que se opine, ocurre.
Todo comenzó a mediados de 1998, cuando en una discoteca platense se conocieron él y ella, dos años mayor, profesora de chicos especiales. Empezaron una relación que incluyó rápidamente la presentación de las familias, y todo iba de parabienes hasta que tres meses más tarde una noticia cayó como un rayo: la confirmación de un embarazo. Siempre según la versión de él, los dos se entusiasmaron e hicieron planes, pero después de la primera visita al médico ella decidió que no era el momento de ser madre. El quiso convencerla, pero no pudo impedir –a pesar de que a fines de setiembre se presentó en el juzgado de turno para denunciar a su novia y al médico que la atendía– que el embarazo fuera interrumpido.
La denuncia tiene pocas posibilidades de prosperar porque, como dice la abogada Julieta Masagüe, “hay que demostrar que la mujer estaba embarazada, y que al momento del aborto el feto estaba vivo. Eso es muy difícil”. La mayoría de las denuncias por aborto las realizan, para cubrirse, los médicos a los que las mujeres recurren para atenderse por las complicaciones derivadas de la intervención. La pena por el delito de aborto, tanto para la mujer como para el médico que lo realizó, puede llegar a cuatro años. Pero si la mujer fue mal atendida –el caso de los centenares de mujeres que llenan camas de obstetricia en los hospitales públicos– queda eximida de la pena: se considera que ya pagó el delito con el perjuicio a su propia salud.

Producción: Soledad Vallejos

 

El dolor del varón
Por Sergio Sinay*

Ninguno de los dos puede tener la última palabra. Un hijo debería ser un punto de acuerdo en la vida de una pareja, un punto de llegada a una etapa nueva, pero en común. En la práctica, por cómo estamos construidos biológicamente, la última palabra siempre tiene la posibilidad de tenerla la mujer. La cultura nos ha hecho creer que siempre es al revés, que una mujer siempre quiere tener un hijo. Pero en mi experiencia con grupos de hombres he tenido contacto con muchos casos de varones que han querido tenerlo y mujeres que no, aunque entre que suceda eso y que se llegue a la instancia de este caso, hay un trecho. Imagino que para esta mujer la decisión ha sido muy dolorosa, porque ninguna mujer aborta alegremente. En cuanto al hombre, está en juego algo más abstracto, pero también hay dolor. El caso, de todos modos, está hablando de una nueva relación entre hombres y mujeres.

* Periodista y escritor.

“Ella es la que decide”
Por Alicia Cacopardo*

La última palabra siempre la tiene la mujer. Quien lleva adelante el embarazo es la mujer. Claro que es mejor que estén de acuerdo, pero la que decide es ella. Este caso es una excepción, los casos que llegan a la salita en la que yo trabajo –en la zona más pobre de San Martín– son al revés. En general es ella la que se queda sola, la que es abandonada. Algunos suponen que en la maternidad se agota toda la vida de una mujer, que es un objeto, un recipiente para tener hijos. Al hombre no, la paternidad no le corta ningún proyecto. Los casos de embarazos no deseados muchas veces ocurren porque fue él el que no quiso usar preservativo.

* Médica.


Los que ponen el cuerpo
Por Gustavo Garófalo*

Es una situación muy compleja. Una es la decisión de paternidad, de que nazca un nuevo ser, que en principio debería ser consensuada. Si bien la mujer es la que pone el cuerpo, tengo la impresión de que plantear que ella tiene la última palabra es parcializar el tema. En este caso, hay un cuerpo materno pero hay dos cuerpos más: el cuerpo fetal y el cuerpo del padre, que se siente comprometido en ese embarazo. Algo de él está jugado allí, y no creo que nadie tenga derecho a decidir qué es lo que debe vivir de otro sin que ese otro participe. Una mujer no tiene derecho de decir “aborté porque es mi cuerpo” cuando hay un padre. No se puede decir que la maternidad concierne sólo a la mujer. Los analistas conocemos el duelo que hace una mujer que aborta, pero también sabemos que el hombre sufre el mismo tipo de duelo. No obstante, lo de la denuncia penal me parece sobredimensionado.

* Psicoanalista.

 

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