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¿Por que se pelean como chicos, o como perros rabiosos,
Charly Garcia y Andres Calamaro?

Los egos, los celos, la historia

Los medios sensacionalistas insisten en una tesis que parte de algunas realidades pero llega a ningún lado: según ese razonamiento, la discusión se basa en que García es amigo de la ex esposa de Calamaro, que estaría celoso. Aquí, una historia más completa de una relación de stars que tiene dos décadas de conflictos.

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Las acciones de García  en el negocio musical  están por el piso.

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Andrés Calamaro está en la
cumbre de su carrera artística.


Por Carlos Polimeni

t.gif (862 bytes) Charly García está acostumbrado a ser noticia en verano, cuando casi no pasa nada, los noteros de los canales y revistas deambulan en busca de novedades, y él pasea su escasísimos kilos por la escenografía de las playas que le vengan en gana. O por ciudades en que nada es del todo relevante. A lo que no está acostumbrado, ni podrá, es a que haya una persona dando vueltas por las noches, munida de un bate de béisbol, amenazando con tratarlo como Mike Tyson a Franz Botha. Y lo haya estado anunciando desde hace meses, a los cuatro vientos. Que esa persona sea el músico argentino más exitoso de los últimos cinco años, Andrés Calamaro, le agrega un cierto matiz excepcional a la situación. La irrupción en la historieta de lo que en España llaman eufemísticamente prensa del corazón completa el panorama: parece que vende bien suponer que todo lo que hay en el medio es una mujer. Desde la Guerra de Troya para acá, a la humanidad le gusta pensar que, a veces, un cabello de hembra jala tanto como varios automóviles de ocho cilindros. El problema es que en la ¿sorpresiva? enemistad entre Charly García y Andrés Calamaro juegan varios otros elementos, que también son clásicos en la historia de la humanidad, como el rencor, la envidia y los celos. Lo que está en juego, en síntesis, es bastante más que las polleras de la pobre Mónica García, que nunca tuvo duda alguna entre uno u otro. Simplificando, Calamaro-García se miden por el trono del número uno de la música argentina de los 90, que los dos se creen con derecho a ocupar sin el otro cerca, cada uno con sus argumentos.
Los que creen que la pelea es nueva acaso ignoren una serie de hechos que comenzaron en los tempranos 80, cuando el ambiente rockero porteño estaba sometido al criterio de la cocaine-decision y Charly aceptó una serie de trabajos de productor de grabaciones, con las que hacía dinero fácil –siempre lo necesitó– mientras guiaba a los novatos por las complicaciones de los estudios. Las trompadas que hoy le promete Calamaro serían las hijas de las que Miguel Abuelo le dio en aquella época, acusándolo de haber sembrado la discordia en Los Abuelos de la Nada, envidiando su éxito. Esto último parece absurdo, porque ya por entonces García era el solista número uno de la Argentina. Pero lo de la discordia era real. Calamaro ve ahora, en retrospectiva, que cuando García se empeñó en que grabase con su voz de adolescente el súper éxito “Mil horas” estaba enviándole un mensaje por elevación a Miguel Abuelo, que era el dueño absoluto del grupo. Nunca terminó de arrepentirse de haber caído en la tentación, mucho menos desde que Miguel murió en 1988. Por entonces, obedeciendo a los cantos de sirenas, se había ido hace rato de los Abuelos. Incluso, había aceptado ser músico de Charly y lo había invitado a grabar cuando concretó sus delirantes primeros discos como solista.
Como estuvo en una formación que no grabó, y que incluso debutó entre gallos y madrugadas, en un pub de Temperley, bajo el nombre de Las Ligas, muchos no saben que Calamaro fue músico de Charly, luego de que la portentosa exhibición de éste en el Festival Buenos Aires Rock and Pop 1986 disolviese en escena la banda en que tocaba los teclados Fito Páez. Calamaro y Richard Coleman parecían demasiado personales, demasiado modernos, para ese grupo en que también tocaban Cristian Basso y Fernando Samalea. Calamaro era demasiado orgulloso, y tenía demasiados temas propios dándole vuelta en la cabeza, como para ser un músico de Charly, pero aceptó su trampa de subordinación.
En la psicología de García, digna de un congreso de expertos, Andrés y Fito siguen siendo hoy aquellos chicos a los que él les dio la oportunidad desde la cima y que luego se atrevieron a discutirle un lugar que sólo aceptaría compartir con el piné de Spinetta. Por eso mismo, no es casual que sus hostilidades para con Andrés se produzcan ahora, y no antes. Cuando Páez se catapultó hace un lustro hacia la cima del éxito vendiendo la friolera de 600 mil ejemplares de El amor después del amor, tuvo que soportar numerosas embestidas de su ex empleador. “Estoy harto de rosarinos”, bramaba García en los medios. A diferencia de Andrés, y con otros consejeros, Fito no respondió, e incluso aceptó ser humillado en alguna circunstancia para no concretar una pelea frontal. El año pasado, y más de una vez, Páez le recomendó a Calamaro que no colisionara con Charly. Calamaro lo escuchó, pero nunca le hizo caso. “Cada vez que Fito o yo estamos por sacar un disco importante, él hace lo que sea para llamar la atención”, recuerda Calamaro. Lo que Calamaro no menciona ahora es que, como buena parte de los músicos de su generación, fue un fan de Charly. Y que incluso llegó a discutir acaloradamente con quienes defendían a Spinetta como número uno. Otro dato: está enojado con Spinetta, por una serie de comentarios despectivos de éste sobre sus últimos años. También le reprocha haberse quedado en los laureles artísticos.
Hasta mediados de los 90, el canon del rock en la Argentina tenía a Charly García y Luis Alberto Spinetta como indiscutibles número uno, rodeados de un abanico de nombres notables –Litto Nebbia, León Gieco, Moris, Pappo, Gustavo Cerati, Javier Martínez, entre otros– como una especie de corte aceptada, pero en movimiento, con un lugar vacante para el príncipe heredero. Si a esta altura Gieco parece haber convertido aquel primer lugar compartido en una Santísima Trinidad, también está claro que su rush de ventas y buenas canciones puso a Páez varios casilleros adelante del resto de la corte. Mientras Gustavo Cerati prepara su ingreso al terreno solista después de disolver Soda Stereo, Spinetta navega en los limbos del más allá artístico y Páez está en un raro impasse de su carrera, Calamaro siente que está llegando a la cima del canon, al mismo lugar en que estuvo Fito, y que todo lo que hace García es un intento por empujarlo hacia abajo. Es más: para Andrés, como para la mayoría de los críticos, hace muchos años que García vive del prestigio del pasado, sin componer más que aisladas buenas canciones ni publicar discos históricos. Para García, en cambio, Andrés es una especie de nuevo rico, que pretende ser aceptado en el primer nivel sólo porque es exitoso. Calamaro siente que el éxito es una circunstancia, y que en todo caso lo que tiene son una serie constante de buenas y muy buenas canciones, que su rival, en realidad, envidia. “Los discos no se venden: los discos, en todo caso, son comprados por personas que te respaldan, con las que tenés un pacto”, piensa Calamaro. Andrés está seguro de que sólo los Redonditos, que desde hace años no tocan en Buenos Aires, podrán hacerle sombra en los números cuando le llegue la hora de salir a defender en vivo los temas de su próximo disco. García no quiere advenedizos en el parnaso.
Si las cifras fueran la cuestión, las de Calamaro son apabullantes. De los 110 mil discos promedio de los tres últimos compacts de Los Rodríguez, sus números saltaron a más de 400 mil de Alta Suciedad (250 mil en Argentina, 140 mil en España, y mucho más que 30 mil en otros países de America latina). Con estos números, es uno de los grandes de la industria argentina, y el único rockero –fuera de los Redonditos de Ricota, sobre cuyas ventas no hay información oficial buena, pero son grandes– en un circuito, el de los que venden más de 200 mil ejemplares, que por lo demás conforman Luis Miguel, Soledad, Gilda, los discos de Chiquititas, Andrea Bocelli, Ricky Martin y Alejandro Sanz. LuisMi, con los 1.354.795 discos vendidos de Romance está en el lugar número uno indiscutido del mercado. La ventaja de Calamaro sobre el resto de los artistas locales de pop y rock es sideral si se tiene en cuenta que tiene listos los temas para su próximo disco, que podría llamarse Brutal honestidad y ser doble, y que con el descarte podría llenar otros dos compacts, mínimo.
Las cifras de Charly son desalentadoras para sus aspiraciones. A partir de Clics modernos, en 1984, en un mercado mucho más chico, de cada nuevo proyecto, sus cifras eran siempre superiores a las cien mil unidades y su público solía llenar varias veces los teatros en que se presentaba. Su techo al respecto fue Parte de la religión, con 125 mil unidades, a partir de 1987. Por esa misma época, llenó diez veces el Opera. El panorama ha cambiado para su carrera. El aguante, el demo que publicó como disco en junio del año pasado, apenas va por 39.800 copias vendidas, según información oficial de Sony. El excelente trabajo que concretó con Mercedes Sosa, Alta Fidelidad, se estacionó en los 60 mil, tras un buen comienzo, informa Polygram. Charly no sólo necesita vender discos para mantenerse como un artista que suma a su excentricidad guiños interesantes a las multinacionales –ya que prestigio es lo que le sobra– sino porque tiene graves problemas económicos derivados del descontrol en que desarrolla su vida. Por esos problemas, de todo tipo, tiene, según una investigación de la revista Noticias, más de trescientos mil dólares de deudas a ejecutar.
Los títulos de los discos no son ejercicios vanos de marketing, o al menos no lo son casi siempre. Si Calamaro no contestó con el suyo –Alta suciedad– al de García-Mercedes, en la historia parecerá que sí. Al Alta fidelidad, un nombre muy musical, que en primera lectura alude a una amistad entre ambos intérpretes, Andrés opuso uno que da título a un tema que dice “No se puede confiar en nadie más, alta sociedad, basura de la alta sociedad”, en una de cuyas canciones amenaza con “pasar a retiro de un tiro”, o de un batazo, o de un susto, al “culpable” de su soledad. Charly fue durante mucho tiempo Carlos García Moreno, y una parte de su familia presumía de codearse con la alta sociedad porteña. Entre las docenas de temas nuevos de Andrés –“el peor de estos es mejor que el mejor de Charly en los últimos diez años”, suele decir cuando está muy up, y no para que sea publicado– hay uno que alude a lo que ve como una constante histórica en ambas carreras. Sus personajes son Alejandro Avalis, el ex plomo de Fito Páez que hoy es su manager, y Toto, un ex plomo de Charly que murió de cirrosis en la indigencia, sin lograr que éste lo recibiera.
Andrés se precia ser fiel a sus amigos, García está económicamente cercado por una importante serie de juicios de ex amigos, colaboradores, músicos y empleados a los que, en ejercicio natural de sus estados alterados, en algún momento dejó de pagarles lo pactado. Los amigos de Charly ven horrorizados ese proceso por el cual los que hasta ayer eran parte de su enjambre de cholulos y acólitos hoy pretenden sacarle dinero en tribunales, y afirman que eso parece haberse convertido en un deporte de moda. Todos suponen que lo tiene, que no se lo volatilizó, como indican las cuentas de Noticias, o que en todo caso tiene capacidad económica latente como para conseguirlo. Hay datos que no abonarían del todo esta tesis, como que sufre una serie de embargos de sus liquidaciones de derechos de autor en Sadaic –unos 120 mil dólares al año– e incluso de las recaudaciones de sus shows, por juicios previos, que lo dejan muy corto de efectivo. Sus dos recitales de diciembre en Obras, que recaudaron 150 mil dólares, lo dejaron con sólo 15 mil en el bolsillo, pero éstos, a su vez, fueron a paliar algunas de las deudas de los juicios de sus ex aliados. Si con estos problemas a cuestas García, cuyo estudio de grabación está ocupado por ilegales hace meses, estuviese, de verdad, con ánimo de guerrear por una dama, sería un ser extraplanetario.
Sin embargo, ya se sabe que una vez que los medios amarillos echan a rodar una bola resulta difícil pararla, y siempre hay elementos objetivos para hacerla rodar. De nada sirve que García explique que Mónica en rigor es su amiga y que la mencione como su socia (lo será seguro, si obtiene dinero de su divorcio de Calamaro). Presionado, llegó a decirle a Gente la semana pasada que no se acostó con Mónica, lo que es un bochorno para todos. De nada sirve que Calamaro esté cansado de que le pregunten por una relación que se quebró, traumáticamente para él, por motivos que no se llaman Charly. De ese quiebre, y casi de ninguna otra cosa, se hará cargo en el disco, destinado por lógica a aumentar notablemente las ventas de Alta suciedad. Uno de sus mejores temas es una canción de regreso a Buenos Aires, aunque ahora haya vuelto a Madrid. Otro, uno sobre sus dos compañeras de ruta estos meses, “Victoria y Soledad”, dos hermanas tramposas. Mientras tanto, Mónica no se explica en España qué clase de país es éste, en el que sale en las revistas como la mujer por la que se pelean estrellas a las que, en realidad, son sus egos los que las separan. Y entre los cuales jamás debió optar.

 

Claves
ron2.gif (93 bytes)   La creciente enemistad entre Charly García-Andrés Calamaro no tiene en el centro una mujer, aunque una hay: es un choque de estilos, personalidades y comportamientos entre dos estrellas que se sienten con derecho al puesto de número uno de la historia del rock en la Argentina.
ron2.gif (93 bytes)   Calamaro ve a García como una antigualla que sobrevive gracias a un prestigio conseguido en otras décadas, que hace de sus deficiencias virtudes artísticas. García lo mira como un advenedizo, que intenta ocupar, a fuerza de ventas, un lugar reservado sólo para los que el público elige como grandes.
ron2.gif (93 bytes)   García impulsó en parte la carrera solista de Calamaro, pero éste interpreta ahora que fue una maniobra para separar a Los Abuelos de la Nada, por celos de Miguel Abuelo. Sin embargo, aunque esto se sepa poco, años después llegó a tocar en un grupo de García, del que se fue en silencio.

 

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