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Por Rodolfo Gil * Es muy pronto para hablar de la democracia en Venezuela a tan pocos días de la asunción de Chávez, sin que haya tomado medidas demasiado espectaculares. ¿Qué hizo? Presentó un decreto para la convocatoria a la asamblea constituyente, nada más. Por ahora, se está manejando dentro de la legalidad democrática, por lo que es temprano para definir si Venezuela es un caso de lo que un artículo de Foreign Affairs calificó como democracias iliberales, es decir, democracias que son gobiernos elegidos por la voluntad popular, que funcionan con apego a ciertas formalidades constitucionales, pero de pronto tienen rasgos autoritarios como es el caso de Fujimori. Chávez es un hombre que se inició en la vida política a partir de un putsch fracasado, cumplió una condena, canjeó su rango o su status militar por un acortamiento de esa condena, formó un partido político y ganó las elecciones de un país estragado por la corrupción de la clase política. Un país cuyo 80 por ciento de la población vive en la pobreza, con demandas de saneamiento de la clase política y con una crisis económica endémica. En este contexto, habrá que ver qué hace cuando pase la etapa discursiva de la revolución popular y la nueva democracia que surgirá de la nueva constitución. Por lo pronto, en menos de un mes va a hacer su segundo viaje a Estados Unidos a un seminario de análisis de lucha contra la corrupción, la Bolsa de Venezuela se mantiene dentro de ups y downs medianamente normales; el tipo de cambio está medianamente estable; Chávez se apresuró a decir que no va a tocar los contratos petroleros firmados por el gobierno anterior, que va a honrar los compromisos internacionales, léase pagar la deuda externa. Hay dos grandes canales disciplinadores de los mandatarios elegidos democráticamente. Uno es el de las democracias liberales como forma de organización política de las sociedades, con una muy fuerte observancia de los derechos humanos. El otro, una forma de organización económico-social, el de las economías de mercado. Es inocente pensar que un país digno, respetable, importante en el orden internacional vaya a modificar el escenario. Estoy convencido de que los cambios van a venir del centro a la periferia y no de la periferia al centro, pero cuando se produzcan los cambios importantes en las naciones centrales, recién ahí van a repercutir en la periferia. Los países que se llaman democracias o economías emergentes no tienen capacidad de generar los grandes cambios, y las indisciplinas son castigadas muy fuertemente no tanto política como económicamente. No podemos entrar a demonizarlo a Chávez, hasta ahora Chávez se comportó muy responsablemente. Hubo cambios desde el Chávez que decía que iba a freír la cabeza de sus opositores en un mitin político al que está diciendo que va a jugar dentro de las reglas del juego. Este no es el Chávez que pensaba Estados Unidos hace seis meses. Hablar del Perón o del Rico venezolano creo que no tiene el más mínimo sentido porque ni Argentina ni Venezuela son los mismos de los años cuarenta, cuando reinaba el consenso socialdemócrata. No tiene seriedad académica. A Chávez lo condena el pasado de hombre que se levantó contra la Constitución. Lo que hizo ahora lo tendría que haber hecho siete u ocho años antes, en el 92, es decir, formar un partido político y presentarse a la contienda electoral. Optó por el camino equivocado, y lo pagó. * El autor es asesor en política exterior y relaciones internacionales de Eduardo Duhalde.
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