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“Nunca fui un emblema de la dictadura militar”

Marcelo Garrafo, entrenador del seleccionado argentino de hockey, era la estrella del equipo en  el Mundial de 1978. Recuerda con dolor aquella época y asegura que aberle ganado  hace poco al  campeón Holanda  “fue histórico”.

Marcelo Garrafo, antes estrella, ahora
entrenador.

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Por Gabriela Carchak

t.gif (862 bytes) Marcelo Garrafo, entrenador de la selección masculina de hockey sobre césped que consiguió un triunfo histórico en la serie que disputaron frente a Holanda, último campeón mundial, olímpico y del Champion Trophy, hace apenas unas semanas, analizó junto a Página/12 las consecuencias del logro y la proyección para Winnipeg 1999 y Sydney 2000, además realizó un recorrido por sus épocas de jugador durante la dictadura militar, en la que se lo sindicaba directamente como una de las caras del deporte en aquellos años.
–¿Cuál es la importancia real de los triunfos en la serie ante Holanda?
–Es que los chicos hayan podido vivir, darse cuenta y comprobar que se les puede ganar a los mejores equipos del mundo, no un partido de casualidad sino una serie. Tenemos que ser prudentes porque nuestro objetivo no era ganarles la serie sino que nuestro fin son los Panamericanos de Winnipeg. Si estas victorias significan que nosotros ahora nos vamos a sentir banca nos va a hacer mucho daño; es preferible seguir siendo punto y jugar en Winnipeg como punto porque tenemos que estar concentrados. Si no hay oro en Canadá, no hay Sydney 2000.
–Con ese perfil bajo se saca la presión de encima.
–Claro, exactamente, es una manera de sacar presión. No obstante hay una realidad que indica que en el hockey mundial, el de caballeros está mucho más desarrollado que el de mujeres, por ende es mucho más difícil. Nosotros nos propusimos llegar, pero nuestro camino es mucho más difícil que de las chicas.
–Además de lo histórico que representa...
–¿Histórico? No le habíamos ganado nunca. Como jugador, yo nunca les gané; es más, nunca Holanda nos había jugado una serie internacional, nos jugaba de vez en cuando un partido de favor, nos hacía cuatro o cinco, y muchas gracias chicos. La primera vez fue hace dos meses, en Holanda, durante nuestra gira por Europa, cuando ellos hacían la presentación de la Copa del Mundo a su público; habían llevado el trofeo a la cancha y todo el circo. Les ganamos 4-1 en un partido muy parecido al último 5-0 acá en San Fernando. Para nosotros eso fue histórico. Yo estaba tan emocionado que llamé a Buenos Aires para contarlo y no me creían. De la Asociación me mandaron un fax pidiéndome que ratificara el resultado y que mandara la verdadera valía del partido, como diciéndome que habían jugado con suplentes o era un equipo B, no me creían. Me agarró una bronca y una indignación terrible. Pero ahora les ganamos 5-0, eso es historia.
–Lo llevo a la Copa del Mundo de 1978 en Buenos Aires, ¿qué recuerda de aquel torneo?
–Que jugábamos en la cancha de polo y que para nosotros fue bárbaro porque era la primera vez que se hacía un campeonato en nuestro país y tuvo mucha trascendencia, para lo que era en ese momento el hockey. Recuerdo anécdotas deportivas por sobre todas las cosas.
–¿Estaban al tanto de lo que pasaba en ese momento en el país?
–No, evidentemente no. Me acuerdo que en una gira que hicimos en 1979 previa a los Juegos Olímpicos de Moscú, a los que después por el boicot no fuimos, jugamos un partido en Holanda y antes de empezar entraron unos chiquitos formados que llevaban una pancarta –que no entendíamos porque estaba en holandés– pero sí leíamos que al final decía 30 mil. Preguntamos y nos dijeron que era por los 30 mil desaparecidos. Nosotros desconocíamos todo esto; de tal forma vivíamos engañados que hasta nos indignamos, y salimos con tanta bronca que les empatamos 5-5.
–Usted fue una imagen fuerte en 1978, tanto que algunos lo recuerdan como la cara del deporte de la dictadura.
–¡Por favor, no me digas eso! Jamás lo pensé. Primero que no creo haber trascendido tanto como para que alguien me identifique con la dictadura. Realmente me pone mal lo que me decís, porque con lo que menos me identifico es con la dictadura. No tengo, por suerte, ninguna relación ni ningún pariente militar. Lo que me ha dejado la dictadura es una formación represiva de mi adolescencia; cuidado con el libro que vas a comprar, cuidado con lo que leés, y esos miedos. La gente de mi generación lo tiene como incorporado. No tengo ninguna relación, es más, voté a Alfonsín. ¡Por favor, no me identifiquen con Videla!
–¿Recuerda situaciones anormales que hayan sucedido durante la Copa del Mundo del ‘78?
–No. Lo que me acuerdo es que cuando íbamos a entrenar a la cancha de polo, que era un predio de los militares, entrar era terrible, teníamos que llegar todos juntos y reunidos y con un orden preestablecido. Estábamos ajenos a todo lo que ocurría y además engañados.
–Ahora que ya es adulto y ve de lejos lo que sucedió, ¿que siente al respecto?
–La indignación que sintieron todos, pero lo más grave es lo que uno después se da cuenta que recogió de todo eso. El “no te metás”, el no poder protestar cuando nos dejaron afuera de Moscú 1988, eso era imposible, nosotros no pensábamos en la posibilidad de protestar, porque fuimos educados con la premisa de que no existía la protesta en grupo. Lo que más recuerdo de los militares lo llevo hoy día a día, a los 41 años, con la cultura represiva que viví. Me ha costado mucho romper con esa cultura y tomar una actitud más rebelde o de buscar respuestas, porque se nos ha enseñado que lo que era blanco era blanco y no había discusión, porque el que discutía, desaparecía o se lo llevaban preso.
–¿Alguna vez pensó que su imagen fue usada por los militares?
–No en verdad. Si hubiéramos salido campeones del mundo tal vez hoy me plantearía algo diferente, me sentiría usado, pero salimos octavos. De lo que sí me doy cuenta ahora es que la imagen sana que tenía podía ser aprovechada por estos sujetos nefastos. Me acuerdo que nos llevaban –a todos, no a mí solo– a darle la mano a los presidentes, a Videla, a Galtieri, a Bignone, esto siempre pasaba antes de los torneos. Quiero que quede claro: los repruebo, condeno y jamás me identifiqué con ellos.

 

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