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“BUENOS AIRES VIVO 3” TRANSITO A DOS AGUAS
Tiempo nuevo para el rock

Ante unos veinte mil jóvenes, los Illya  Kuryaki, Babasónicosy Los 7 Delfines llenaron de adrenalina el predio de Costanera Sur, un día antes de que la lluvia frustrara el show de Mercedes.

Los Illya Kuryaki mostraron solidez arriba del escenario.
Provocaron fervor, especialmente entre las chicas.

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Por Pablo Plotkin

t.gif (862 bytes) Por el camino que separa el río espeso de la ciudad, cientos de chicos y chicas llegaban antes del anochecer del viernes para disfrutar de una fecha moderna de esta tercera edición de Buenos Aires Vivo, el ciclo de recitales que organiza durante el verano el gobierno porteño. De pronto Costanera Sur se pobló de adolescentes arregladas para ver a su banda favorita y de pibes con ganas de divertirse. No eran pocos. Unas veinte mil personas ocuparon el Boulevard Rosario Vera Peñaloza para ver los shows de Los 7 Delfines, Babasónicos e Illya Kuryaki & The Valderramas. Empezó a las ocho y media y, más de tres horas después del inicio, Emmanuel Horvilleur, cantante de los Kuryaki, se deshizo del pantalón como un stripper profesional y escapó en calzoncillos hacia atrás del telón, sacando chispas y seguido por un aluvión de alaridos femeninos. Era el final del número central y el cierre de la velada sónica en la ribera de Buenos Aires.
Los 7 Delfines se encargaron de abrir la fecha con su tradición de pop oscuro y electrificado, cargado ahora con una dosis mayor de densidad y largos solos de guitarra. La banda de Richard Coleman –cada vez más parecido a Robert Smith, el líder de los ingleses The Cure– intentó durante 45 minutos calmar la ansiedad del público, que en su mayoría había ido a ver a las otras dos bandas. Sergio Rotman, líder de Cienfuegos y viejo amigo de Coleman, subió al escenario para tocar el saxo en una de las canciones y dar pie al tramo final de la performance de los Delfines. Cerraron de manera ampulosa, interpretando su ya histórica versión castellanizada de “Héroes”, el superclásico de David Bowie.
Después fue el turno de Babasónicos, tal vez los que aportaron los momentos más calientes de la noche. Los sónicos del sur bonaerense mostraron durante una hora que tuvo pasajes altos y otros no tanto su tecno-rock distorsionado y fervoroso, pogo del público incluido y un interesante derroche de adrenalina de los siete músicos en escena. La figura excluyente de la banda es el cantante Adrián Dárgelos. Metido en un trajecito blanco con apliques de tul celeste, la voz de Babasónicos desplegó todo su histrionismo de dandy post Moura, aunque por momentos se lo escuchaba muy bajo y se le entendía poco. Repasaron las canciones de su último disco, Babasónica, maquilladas con la electrónica que disparaban desde las máquinas dispuestas a los dos costados el estrambótico DJ Peggyn y Uma-T. También presentaron “Desfachatados”, una ranchera cibernética que estará incluida en su próximo álbum, de salida planificada para fines de marzo. Los aplausos de despedida sonaron fuerte en la noche de Puerto Madero, después del tema-epílogo “Seis vírgenes descalzas”.
El número central estuvo a cargo de Illya Kuryaki (aunque mucho público de Babasónicos se fue una vez terminado el show de su banda). Después de ver el concierto del grupo que lideran Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur, quedaron claras dos cosas. La primera: IKV es una de las bandas argentinas más sólidas y aceitadas arriba de un escenario. La segunda: Dante y Emmanuel definitivamente devinieron en algo así como los sex symbols del rock local. A cada pirueta o gesto sugestivo de uno de ellos, correspondía un griterío agudo de excitación. Pero lo notable, erotismo aparte, fue el poderío que ostentó la banda en vivo. Arrancaron con el viejo rap “Fabrico cuero” y repasaron diferentes etapas de su carrera: “Jugo”, “Jaguar house”, la versión libre del tema de Queen “Another one bites the dust”, “Chaco”, “Expedición al Klama Hama” y “Remisero”, entre algunos otros. En una hora y media, reeditaron el cóctel de hip-hop, funk y pop que siempre los caracterizó, pero afilado en relación con presentaciones anteriores. Más allá, eso sí, de algunas versiones excesivamente largas y de los tics no siempre felices de la dupla líder. La imagen de la noche bien podría ser la de Horvilleur ofrendando su camiseta al público y dos chicas disputándosela, haciéndola jirones. La banda, a todo esto, hacía bien su trabajo.

 

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