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Los escenarios de Chávez

Por Miguel Bonasso


t.gif (862 bytes) La mayor parte de los comentarios y análisis sobre el nuevo presidente de Venezuela, Hugona24fo01.jpg (9722 bytes) Chávez Frías, son de una superficialidad aterradora. Las etiquetas reduccionistas tipo "militar golpista", "caudillo populista" y "nuevo déspota" que le prodigan en los medios no dan cuenta de la historia política del personaje, que es mucho más rica y ambivalente, ni de la complejidad de la coyuntura que le toca afrontar. Aventurar a priori que Chávez puede oscilar entre ser un Perón o un Menem implica candidez, desinformación o esa manera provinciana que tenemos los argentinos de ver el mundo a través del cristal deformado de la aldea. Lo que su historia personal muestra sucintamente es que es un militar, a la venezolana, amplio, culto (bien formado en la Universidad Simón Bolívar) y totalmente ajeno a la vocación represiva de los "carapintadas" criollos. Su alzamiento en armas contra el gobierno constitucional de Carlos Andrés Pérez, el 2 de febrero de 1992, puede ser censurado por la obvia alarma que despierta en los observadores latinoamericanos cualquier asonada, pero no desde una óptica simplista que lo asimile, por ejemplo, con los gorilas uniformados de la década del setenta. El entonces mayor de paracaidistas se levantó contra un gobierno que había reprimido de manera feroz el "Caracazo"; que tenía una temible policía política (la DISIP); que naufragó en la corrupción y el correspondiente juicio político al presidente Pérez y que, sobre todo, expresaba el nivel de divorcio imperante entre la sociedad civil y una clase política convertida en verdadera oligarquía, cupular y clientelista (el "cogollo", como la llaman los venezolanos). Lo cual explica que el "golpista" alcanzara, en pocos meses, un nivel impresionante de adhesión popular que siete años más tarde lo llevaría a la presidencia por las urnas. Hasta aquí la historia. Examinemos el presente.

Los tres escenarios más comunes que han escogido los analistas para pronosticar la posible trayectoria del gobierno Chávez son los siguientes: 1. Escenario Bucaram. El mandatario venezolano, víctima de un tropicalismo grave, caería en actitudes delirantes que le valdrían el vertiginoso repudio de los mismos que lo votaron y sería rápidamente desplazado del poder. 2. Escenario Fujimori. Su inocultable tensión con un Congreso que no domina lo llevaría a la disolución del Parlamento y a imponer una suerte de dictadura pseudoconstitucional, como la del peruano. 3. Escenario Menem. Pragmático, astuto, deseoso de perpetuarse en el gobierno, el antiguo paracaidista arrojaría por la borda las promesas efectuadas en la campaña electoral y se convertiría en otro adalid del modelo neoliberal y el capitalismo salvaje.

El primer escenario parece totalmente descartado. No sólo por las diferencias abismales entre Chávez y el ex presidente ecuatoriano sino también por el sentido del equilibrio que trasuntan algunas medidas iniciales como la composición del gabinete. Donde ocupan puestos claves hombres progresistas, decentes y experimentados, como el canciller José Vicente Rangel, que fue candidato a presidente en los setenta, con el apoyo de dos partidos de izquierda moderada, el MAS y el MIR, y luego ejerció un periodismo crítico, de gran repercusión, que puso al desnudo las lacras del "cogollo". O el ministro del Interior, Luis Miquelena, un septuagenario lúcido, hábil negociador, que militó en la URD, un partido cercano al PC venezolano. Dos figuras de la izquierda que coexisten con la ministra de Hacienda, Maritza Izaguirre, quien venía ocupando ese cargo en el anterior gobierno democristiano de Rafael Caldera. Y a quien el nuevo presidente pidió que se quedara para emitir una señal tranquilizadora en dirección al FMI y la comunidad financiera internacional. Un rasgo pragmático, que podría acercarlo al modelo Menem más que a los paradigmas anteriores, si no fuera por ciertas diferencias importantes tanto económicas como políticas. Chávez instruyó a Maritza Izaguirre para negociar con el FMI sobre la base de una mayor disciplina en las cuentas fiscales y ya anunció privatizaciones en algunos sectores como el aluminio, pero busca refinanciar la deuda externa en condiciones más flexibles para un país deprimido por el bajo precio del barril petrolero y ninguno de los partidos que integran la coalición gobernante (el Polo Patriótico) plantea desmesuras, como sería la privatización de la petrolera estatal (PDVSA). Pero, además, su promesa central de la campaña, que es la reforma política, la está cumpliendo a rajatabla y con gran celeridad. La firma anticipada de su decreto para llamar a un referéndum sobre la Asamblea Constituyente, en el que algunos creen observar un germen de autoritarismo, es coherente con su promesa de "refundación institucional y moral de Venezuela". Y además es sano para el sistema político. Porque las instituciones democráticas del país, diseñadas bajo la influencia de Washington en los cincuenta, se han ido esclerosando hasta llevar a esa crisis total de la clase política que generó precisamente la emergencia de Chávez y su Movimiento Bolivariano. Por ahora es su gran carta y por eso insiste en ella. En lo económico, ya lo admitió, no podrá hacer milagros y es más que probable que sobrevenga una época de austeridad, pero si logra reformar el sistema político, para que la democracia no sea una estructura vacía de contenido popular, habrá dado un paso hacia lo que realmente cuenta y parece tan difícil de alcanzar en todos nuestros países, que es una sociedad más equilibrada y justa en el terreno social. Y eso, si se logra, sería lo contrario de lo que hizo Menem.

 

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