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Empezar desde cero


Por Claudio Uriarte


t.gif (862 bytes)  ¿Qué tienen en común un presidente conservador que se sienta a negociar con unas guerrillas que se reivindican marxistas, que incluso les concede el monopolio de la violencia en cinco provincias como requisito de esa negociación, con otro presidente, esta vez populista y ex golpista, que dice de sí mismo que es "un revolucionario", que "el Congreso que diga lo que quiera, el que va a tomar decisiones aquí no es el Congreso, sino el pueblo soberano"? ¿Qué tienen que ver el colombiano Andrés Pastrana con el venezolano Hugo Chávez?

La respuesta: ambos constituyen, en sus acciones y en su propia existencia, una suerte de sinceramiento respecto de situaciones que antes se habían negado, pero que terminaron resultando inescapables. En Colombia, lo que se sincera es que no existe un Estado, en la medida en que nadie dispone del monopolio de la violencia, en un territorio repartido entre las distintas fuerzas de seguridad, las guerrillas y el narcotráfico. En Venezuela, lo que el arrasador "huracán Hugo" de un 56 por ciento de los votos dejó claro es que la vieja clase y el viejo sistema políticos, representados ahora por el Congreso al que Chávez quiere abolir --con la convocatoria a asamblea constituyente--, estaban terminalmente descompuestos, hundidos en el desprestigio y en la corrupción de la decadente "Venezuela saudita". No había forma de rehacer el viejo edificio, sólo aceptar su desplome y empezar uno nuevo.

Desde luego, ninguno de los caminos abiertos por Pastrana y Chávez está exento de riesgos. En Colombia, el "despeje militar" de las cinco provincias del sur --que totalizan 42.000 kilómetros cuadrados-- no sólo crea el riesgo --temido por EE.UU.-- de una "zona de libre narcotráfico", sino que deja expuesta la selvática frontera norte del Perú --ya afectada por el conflicto con Ecuador-- a la infiltración de guerrillas y el contrabando de armas. En Venezuela, el experimento bonapartista de Chávez bien puede derivar hacia una dictadura lisa y llana: como lo deja claro el ejemplo clásico de Napoleón III, bonapartismo y dictadura nunca están lejos.

Pero ambos caminos eran inevitables. En Colombia, fuera de una intervención norteamericana, nada sino la negociación puede avanzar la situación, aunque sea con unos señores de la guerra de ideología vaga pero demandas financieras muy precisas. En Venezuela, sólo Chávez puede restaurar un mínimo de confianza en el poder político. En los dos casos, se trata de reconstruir un sistema desde cero.

 

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