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Cuando Vicente López y Planes escribió el Himno Nacional Argentino, que musicalizó Blas Parera, ya había revistado en el Regimiento de Patricios y había sido designado auditor de la Expedición Auxiliadora del Norte ordenada por la Primera Junta, después de la Revolución de Mayo de 1810. En los siguientes cincuenta años, el Himno, que tenía un montón de estrofas, iría sufriendo una mutilación tras otra, producto de distintos intereses de sucesivos gobiernos por no ofender sentimientos que su letra original parecía ofender. Durante la segunda presidencia de Julio Argentino Roca, por ejemplo, se eliminaron por decreto las frases que aludían con rencor a España (aquí el fiero opresor de la patria su cerviz orgullosa dobló), así como la Asamblea de 1813 había decidido suprimir partes (se levanta a la faz de la tierra una nueva y orgullosa nación) que molestaban los intereses de Inglaterra, de la que muchos de los llamados patriotas querían ser colonia por entonces. El bueno de Vicente se cansó de aclarar, durante no menos de veinte años, que no debía cantarse, como se canta hoy, ya su trono dignísimo abrieron, frase que no tiene sentido, ya que había escrito ya su trono dignísimo alzaron. Ocurrió, sencillamente, que cuando la Asamblea sancionó la composición como Himno Nacional, lo hizo sobre un texto con un error, por una equivocación del copista. Aunque usted no lo crea, y dé a pensar bastante sobre el resto. Lo del trono en el Himno de un país que acaba de expulsar a las tropas del rey de España tiene explicación: en el seno de la propia Asamblea había muchos convencidos de que una vez declarada la independencia de España, este territorio debía procurar ser... colonia francesa. Incluso en 1816, el Congreso de Tucumán dictaría instrucciones reservadas a un negociador para que no descartase la posibilidad de que el territorio argentino pasara a depender... del rey de Portugal, cuya corte se había trasladado a Brasil. Volviendo al autor del Himno, fue secretario de Hacienda y ministro de Hacienda de varios gobiernos, secretario de la Asamblea, secretario de gobierno de Balcarce y de Pueyrredón, representante porteño al Congreso de Tucumán, director de Estadísticas durante el gobierno de Martín Rodríguez, presidente del Superior Tribunal de Justicia, presidente interino de la Nación al caer Rivadavia y dos veces gobernador de Buenos Aires, entre otros cargos públicos de gobiernos consecutivos y enemigos entre sí. Todos los datos precedentes están tomados de distintos capítulos de El águila guerrera. La historia argentina que no nos contaron, un notable libro de Pacho ODonnell, lleno de datos preciosos e ignorados por los que construyeron el canon que hoy se llama Historia Argentina. Una de las perlas del libro está, justamente, en La cresta de la ola, el capítulo dedicado al ínclito, y aun así desconocido personaje, que escribió las palabras que alguna que otra vez todos cantamos. Hablando de don Vicente López y Planes, Pacho empieza puntualizando que algún periodista de hoy lo llamaría camaleónico y agrega: Aunque quizás se tratase de la tácita regla universal de que todo gobierno necesita mostrar a algún prestigioso para compensar tanto aventurero y advenedizo. ¿De quién está hablando el bueno de Pacho que fue primera espada del radicalismo porteño, y secretario de Cultura, y hoy pelea por la senaduría de Capital del menemismo, del cual también fue secretario de Cultura, aunque de la Nación? La política, dijo Pacho el lunes pasado en una entrevista con Página/12, es algo demasiado importante para dejarla en manos de políticos. Podría agregársele: la cultura también. La Historia, seguro.
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