Esta noche somos nada
más que siete parroquianos junto a la barra y es una lástima que el
verano le reste clientela al bar porque la charla resulta instructiva.
La cosa comienza cuando el parroquiano que tiene un brazo ortopédico nos cuenta cómo
ocurrió el accidente en que perdió el original. Un día se propuso convertirse en
navegante solitario estilo Vito Dumas y cruzar los océanos y amarrar en los puertos del
mundo. Construyó su propio velero, lo bautizó Intrépido, zarpó desde una isla del
Tigre, zozobró en mitad del Río de la Plata y fue rescatado por una lancha de
Prefectura. Se dijo que nunca más repetiría semejante error, pero al tiempo construyó
un nuevo velero, el Intrépido II, lo sorprendió una tormenta antes de llegar al océano
y esta vez el naufragio le costó la pérdida del brazo izquierdo.
A continuación habla el parroquiano que tiene el cuello encorsetado. Hace años estudió
los dibujos y las anotaciones de Leonardo Da Vinci sobre la fabricación de alas para el
vuelo del hombre y se propuso avanzar a partir de esos proyectos sin apelar a la
tecnología moderna. Fabricó las alas, se lanzó desde el techo de su casa, cayó en el
patio y la sacó barata: magulladuras y torcedura de tobillo. Se dijo que nunca más
incurriría en semejante error, pero tiempo después mejoró el artefacto, logró planear
unos metros, luego vino el porrazo, se rompió el cuello y ahora está condenado de por
vida a llevar ese corsé que todos podemos ver.
El tercero en hablar es el parroquiano que tiene la cara como campo arado, toda surcada
por cicatrices. Tenía un hermoso gato y se propuso amaestrarlo y enseñarle a realizar
pruebas como los animales que se ven en los circos. Se consiguió un látigo de domador,
trabajó duro y un día se encerró con el gato en una habitación e intentó la primera
prueba. En cuanto lo apuró un poco el gato se puso loco, empezó a los saltos y en una de
esas se le colgó de la espalda y se la rayó desde los hombros hasta la cintura. Se dijo
que nunca más repetiría semejante error, pero al tiempo probó de nuevo y otra vez el
animal enloqueció y después de rebotar como una pelota de pared a pared aterrizó sobre
su cara y las consecuencias están a la vista.
Toma la palabra un cuarto parroquiano:
Las historias que acabamos de escuchar tienen un elemento en común, la reincidencia
después del primer fracaso. Y yo me pregunto: ¿serán demostraciones de ese dicho
popular de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra?
No, mi amigo, nada que ver interviene el Gallego. Las aventuras de los
señores son clásicos ejemplos de la sana tozudez del ser humano persiguiendo sus
ideales. Las grandes conquistas siempre fueron producto de la insistencia. Nada de piedras
en estas historias. Cuando uno tropieza con una piedra lo que queda marcado son los dedos
de los pies y los señores las marcas las tienen en otras partes del cuerpo. El dicho
popular alude a los casos de reincidencias en la elección de personajes de la política,
y estoy hablando con conocimiento de causa porque allá en mi aldea me tocó tropezar dos
veces con la misma piedra cuando voté para alcalde a un tipo que era un atorrante, un
pillo, un tunante, un sinvergüenza de marca mayor y que nos empaquetó con los discursos.
Dos veces lo voté y ya mismo les puedo mostrar las consecuencias.
El Gallego se saca un zapato y la media, pone el pie sobre el mostrador y efectivamente
tiene dos cicatrices bien visibles, una en el dedo gordo y otra en el dedo chiquito.
¿Las ven? Seguro que ustedes también habrán pasado por esto, nadie está libre de
errores, ¿por qué no muestran?
Nos hacemos los tontos, miramos el cielorraso, miramos para la calle. El Gallego insiste:
Estamos entre amigos, estamos en confianza, no me digan que no se animan a mostrar
los pies, no sean tímidos. Vamos, vamos, chicos, arriba esas patitas.
No tenemos más remedio que acceder, todos nos descalzamos y ponemos los pies sobre el
mostrador, inclusive los tres parroquianos de la navegación, el vuelo y el gato
amaestrado. Lo que queda a la vista es la colección de machucones más grande del mundo.
Dedos que parecen pequeñas berenjenas, pequeñas morcillas. Algunos están arrugados como
diminutos bandoneones.
A la flauta dice el Gallego. Cuando venía de España para acá me
avisaron que los argentinos eran una clase de animales que no sólo chocaban dos veces con
la misma piedra sino que podían chocar hasta cien veces. Está bien, saquen esas cosas de
arriba del mostrador que dan mucha impresión y pónganse las medias y los zapatitos. Acá
tengo unas muestras de alfajorcitos que me dejaron en el último invierno. Tomen uno cada
uno, mis chiquitines, así se endulzan un poco la vida.
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