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TROPEZONES

Por Antonio Dal Masetto


t.gif (862 bytes) Esta noche somos nada más que siete parroquianos junto a la barra y es una lástima que elna28fo01.jpg (8616 bytes) verano le reste clientela al bar porque la charla resulta instructiva.
La cosa comienza cuando el parroquiano que tiene un brazo ortopédico nos cuenta cómo ocurrió el accidente en que perdió el original. Un día se propuso convertirse en navegante solitario estilo Vito Dumas y cruzar los océanos y amarrar en los puertos del mundo. Construyó su propio velero, lo bautizó Intrépido, zarpó desde una isla del Tigre, zozobró en mitad del Río de la Plata y fue rescatado por una lancha de Prefectura. Se dijo que nunca más repetiría semejante error, pero al tiempo construyó un nuevo velero, el Intrépido II, lo sorprendió una tormenta antes de llegar al océano y esta vez el naufragio le costó la pérdida del brazo izquierdo.
A continuación habla el parroquiano que tiene el cuello encorsetado. Hace años estudió los dibujos y las anotaciones de Leonardo Da Vinci sobre la fabricación de alas para el vuelo del hombre y se propuso avanzar a partir de esos proyectos sin apelar a la tecnología moderna. Fabricó las alas, se lanzó desde el techo de su casa, cayó en el patio y la sacó barata: magulladuras y torcedura de tobillo. Se dijo que nunca más incurriría en semejante error, pero tiempo después mejoró el artefacto, logró planear unos metros, luego vino el porrazo, se rompió el cuello y ahora está condenado de por vida a llevar ese corsé que todos podemos ver.
El tercero en hablar es el parroquiano que tiene la cara como campo arado, toda surcada por cicatrices. Tenía un hermoso gato y se propuso amaestrarlo y enseñarle a realizar pruebas como los animales que se ven en los circos. Se consiguió un látigo de domador, trabajó duro y un día se encerró con el gato en una habitación e intentó la primera prueba. En cuanto lo apuró un poco el gato se puso loco, empezó a los saltos y en una de esas se le colgó de la espalda y se la rayó desde los hombros hasta la cintura. Se dijo que nunca más repetiría semejante error, pero al tiempo probó de nuevo y otra vez el animal enloqueció y después de rebotar como una pelota de pared a pared aterrizó sobre su cara y las consecuencias están a la vista.
Toma la palabra un cuarto parroquiano:
–Las historias que acabamos de escuchar tienen un elemento en común, la reincidencia después del primer fracaso. Y yo me pregunto: ¿serán demostraciones de ese dicho popular de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra?
–No, mi amigo, nada que ver –interviene el Gallego–. Las aventuras de los señores son clásicos ejemplos de la sana tozudez del ser humano persiguiendo sus ideales. Las grandes conquistas siempre fueron producto de la insistencia. Nada de piedras en estas historias. Cuando uno tropieza con una piedra lo que queda marcado son los dedos de los pies y los señores las marcas las tienen en otras partes del cuerpo. El dicho popular alude a los casos de reincidencias en la elección de personajes de la política, y estoy hablando con conocimiento de causa porque allá en mi aldea me tocó tropezar dos veces con la misma piedra cuando voté para alcalde a un tipo que era un atorrante, un pillo, un tunante, un sinvergüenza de marca mayor y que nos empaquetó con los discursos. Dos veces lo voté y ya mismo les puedo mostrar las consecuencias.
El Gallego se saca un zapato y la media, pone el pie sobre el mostrador y efectivamente tiene dos cicatrices bien visibles, una en el dedo gordo y otra en el dedo chiquito.
–¿Las ven? Seguro que ustedes también habrán pasado por esto, nadie está libre de errores, ¿por qué no muestran?
Nos hacemos los tontos, miramos el cielorraso, miramos para la calle. El Gallego insiste: –Estamos entre amigos, estamos en confianza, no me digan que no se animan a mostrar los pies, no sean tímidos. Vamos, vamos, chicos, arriba esas patitas.
No tenemos más remedio que acceder, todos nos descalzamos y ponemos los pies sobre el mostrador, inclusive los tres parroquianos de la navegación, el vuelo y el gato amaestrado. Lo que queda a la vista es la colección de machucones más grande del mundo. Dedos que parecen pequeñas berenjenas, pequeñas morcillas. Algunos están arrugados como diminutos bandoneones.
–A la flauta –dice el Gallego–. Cuando venía de España para acá me avisaron que los argentinos eran una clase de animales que no sólo chocaban dos veces con la misma piedra sino que podían chocar hasta cien veces. Está bien, saquen esas cosas de arriba del mostrador que dan mucha impresión y pónganse las medias y los zapatitos. Acá tengo unas muestras de alfajorcitos que me dejaron en el último invierno. Tomen uno cada uno, mis chiquitines, así se endulzan un poco la vida.

 

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