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MAÑANA COMIENZA LA BERLINALE, UNA CITA FUNDAMENTAL
Donde el cine se impone al frío

Nacido como una suerte de resistencia cultural a la “amenaza” del comunismo en Europa, el Festival se convirtió, a través de los años, en un referente ineludible de la cinematografía de todo el mundo. En su 49ª edición, un desfile de figuras de Hollywood le rendirá su homenaje.

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Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) Desde Meryl Streep hasta Harvey Keitel, pasando por Sean Penn, Nick Nolte, Robertna23fo02.jpg (11279 bytes) Altman, Stephen Frears, Robert Rodriguez, Glenn Close y Shirley MacLaine (que será objeto de un homenaje), no son pocos en Hollywood los que este año decidieron, a partir de mañana, darse una vuelta por la edición número 49 del Festival Internacional de Cine de Berlín, a pesar del frío y la nieve que suele abatirse para esta época sobre la ciudad. Las grandes figuras, se sabe, suelen preferir el clima más templado de Cannes o Venecia, los otros dos festivales mayores del calendario cinematográfico internacional. Pero esta temporada el helado río Spree, que atraviesa serpenteante la capital alemana, parece estar decidido a robarle varias caras famosas al Mediterráneo.
Aunque nunca fue fácil atraer a las estrellas de Hollywood al crudo invierno europeo, esa fue desde un comienzo una de las misiones que se impuso la Berlinale cuando inició sus actividades, allá por 1951, apenas seis años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Por entonces, la ciudad –gran parte de la cual aún estaba en ruinas– todavía no conocía la infamia del Muro pero ya estaba dividida, de hecho, en dos grandes sectores, con la Unión Soviética a cargo de la franja oriental y las otras tres potencias aliadas (Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña) atrincheradas en el oeste. Por su situación geopolítica, Berlín siempre fue –como ninguna otra ciudad lo sería– el epicentro de la llamada “Guerra Fría” y el festival nació bajo ese estigma. La idea de las autoridades occidentales (apoyada fervientemente por el canciller Konrad Adenauer, principal impulsor del “milagro alemán” de posguerra) era, al fin y al cabo, bien simple: llevar todo el glamour de un festival de cine a una ciudad sitiada, que era como una espina en el corazón de la Europa comunista.
na23fo03.jpg (8738 bytes)Con el tiempo, el festival de Berlín –en cuyas primeras ediciones fueron premiados films de Gene Kelly (Invitación a la danza), Ingmar Bergman (Cuando huye el día) y Henri-Georges Clouzot (El salario del miedo), hoy todos clásicos reconocidos– fue dejando de ser un mero instrumento de propaganda de las virtudes de Occidente para convertirse en un auténtico foro de debate cultural. La construcción del Muro (levantado en agosto de 1961, después de que los dos bloques llegaron al extremo de las diferencias irreconciliables) coincidió con el nacimiento de los llamados “nuevos cines” y la Berlinale supo dar cuenta de su tiempo, premiando con el Oso de Oro a Michelangelo Antonioni, Jean-Luc Godard y Roman Polanski, entre otros representantes de las tendencias de ruptura de entonces. El Festival se convertiría también en una excelente plataforma de lanzamiento del Nuevo Cine Alemán, que hacia fines de los años 60 comenzaba a despuntar con los primeros films de Werner Herzog y Rainer Werner Fassbinder.
La Berlinale, sin embargo, adquiriría su verdadera personalidad a mediados de los años 70, cuando se convirtió en un punto de encuentro entre las cinematografías de occidente y las de Europa oriental. Adelantándose en varios años al descongelamiento del mundo bipolar, el festival abrió sus puertas a los cines de Yugoslavia, Hungría, Checoslovaquia, Polonia y la Unión Soviética, cuyos films se convirtieron en las nuevas vedettes de la muestra alemana. Paradójicamente, hoy esos cines ya casi no existen, como si con la caída del Muro (en noviembre de 1989), que precedió al derrumbe de los regímenes socialistas de la órbita soviética, toda una cultura, aun la más contestataria, se hubiera desmoronado.
El Festival, claro, fue el primero en reflejar ese proceso. Es que nada de lo que acontece en Europa parece ser ajeno a Berlín. Como ninguna otra ciudad, Berlín concentra las marcas más profundas de la historia de este siglo, como si fueran cicatrices. Para comprobarlo, basta con salir delcine –generalmente el tradicional Zoo Palast, la sala mayor del festival– y encontrase allí enfrente, en la escarchada Breitscheidtplatz, con la ominosa iglesia trunca del Kaiser Guillermo, cuyo campanario arrasado sirve como permanente recordatorio de los horrores de la guerra.
Hoy por hoy, para la Berlinale, ya no se trata sólo de inaugurar oficialmente la temporada cinematográfica internacional (considerando que Cannes, su eterno rival, despunta recién en mayo), sino además de dar cuenta de la impresionante diversidad de expresiones que el cine tiene para proponer en el fin de siglo. Con más de trescientos films reunidos en apenas doce días, Berlín tiene la virtud de albergar las manifestaciones más variadas –las retrospectivas, el Foro del Cine Joven, el Kinderfilmfest, dedicado a los niños–, aunque la atención gira sobre todo en torno a los veinticinco títulos que concursan por el Oso de Oro a la mejor película, que este año reúne, entre otras, las últimas películas de David Cronenberg (ExistenZ), Robert Altman (Cookie’s Fortune), Terrence Malick (La delgada línea roja), Stephen Frears (The Hi-Lo Country), Claude Chabrol (Au coeur du mensonge), Fernando Trueba (La niña de tus ojos) y Bertrand Tavernier (Ça commence aujourd’hui) y el desconocido Toni Bui, que viene de ganar, hace dos semanas, el Festival de Sundance con Three Seasons, y ahora quiere probar suerte del otro lado del Atlántico.
La vida cultural, e incluso política, de Berlín no hubiera sido la misma sin el festival internacional de cine, que en febrero pasado cumplió ya 47 ediciones consecutivas. Nacida en los años más calientes de la llamada “Guerra Fría”, la Berlinale fue primero una vidriera del glamour de occidente. Con el tiempo, sin embargo, la estratégica posición geopolítica de Berlín convirtió al festival en el obligado punto de encuentro que tenían los cines de ambos lados del Muro para dirimir sus diferencias. Hoy el mundo bipolar ya no existe y el festival, como la ciudad toda –desde el Reichstag y la Puerta de Brandenburgo, en plena refacción, hasta la legendaria Postdamer Platz, donde se levantará en breve un complejo urbano futurista–, parece atravesar un intenso proceso de transformación.

 

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