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Por Mónica Flores Correa desde Nueva York Una alegría bajo control. Como la sonrisa del gato de Cheshire, la Casa Blanca ha decidido que la manifestación de su felicidad, cuando el Senado absuelva esta semana a Bill Clinton, no será exuberante sino sutil. Pero como la sonrisa del gato de Cheshire, que continúa suspendida en el aire cuando el felino se desvanece en el bosque, será persistente y, a los ojos de los republicanos, pesadillescamente sardónica. Usando una regla habitual en las relaciones exteriores, la de "nunca humillar al vencido", la Casa Blanca ha dejado sentado que no se jactará de este triunfo doméstico para no herir susceptibilidades conservadoras. Tampoco repetirá el clima casi de festejo que ostentaron Bill Clinton, Hillary Clinton y varios demócratas en el Rose Garden el día en que la Cámara de Representantes votó el "impeachment". Muchos encontraron indignante esa presunta despreocupación desafiante con que los Clinton tomaron la mala nueva. Lo importante ahora, considera la gente de Clinton, es no irritar y mantenerse en un perfil bajo. Por ello, mientras el Senado comenzaba ayer el debate de los dos artículos del "impeachment" (perjurio y obstrucción de justicia), después de decidir en una votación (59 a 41) que la deliberación se haría a puertas cerradas, la Casa Blanca no ofreció ninguna declaración que se anticipara a los hechos, limitándose a decir que como todos --o un poco más que todos-- estaba a la espera de los acontecimientos. "No hay nada que celebrar aquí --dijo el asesor presidencial Paul Begala al New York Times--, decir que ganamos es como decir que se gana en un terremoto. Uno sobrevive y luego reconstruye." Esta aseveración se sumó a lo que ya había dicho previamente Joe Lockhart, el vocero presidencial, que la noticia de que el Senado no destituye a Clinton no se recibirá con triunfalismo revanchista. Lockhart enfatizó que no habrá jolgorio, únicamente alivio. El New York Times también comentó que los asesores de Clinton han estado discutiendo si el presidente debe decir algo después de ser absuelto o mantenerse en silencio. Los allegados a Clinton destacan que la felicidad es parcial. Después de todo, Clinton, siguiendo al presidente Andrew Jackson, es el segundo mandatario acusado por la Cámara de Representantes en la historia de Estados Unidos, y el manchón histórico será imborrable. En la votación de ayer, finalmente se impuso el deseo republicano de que el debate se hiciera a puertas cerradas. Los demócratas querían lo contrario, con el apoyo de algún conservador como Kay Bailey Hutchinson, quien lideró el esfuerzo para que las deliberaciones fuesen públicas. Pero la iniciativa no prosperó. Lo bueno, si breve, dos veces bueno, parecieron acordar los senadores, quienes susurran en los pasillos su hartazgo y extenuación por estas cinco interminables semanas de argumentaciones y testimonios. Decidieron que cada uno contaría con 15 minutos para presentar su opinión ante los colegas, acerca los cargos contra Clinton por el Sexgate. El senador Trent Lott, líder de la bancada republicana, manifestó algo desesperanzadamente que confiaba que los legisladores "no demos solamente discursos, sino que haya deliberación". Con apenas una o dos excepciones, se prevé que los 45 senadores demócratas votarán por la absolución de Clinton en los dos cargos. Se espera también que prácticamente los 55 republicanos lo encontrarán culpable de ambas acusaciones. Algunos republicanos, sin embargo, han dicho en estos últimos días que no todos votarán a favor de la condena en el artículo de perjurio. Una movida de Lott pareció ayer destinada a confortar el ánimo por el suelo del ala ultraconservadora. El senador envió una carta al fiscal Kenneth Starr con una información acerca de que la Casa Blanca posiblemente tenía un sistema oculto de grabación que había registrado las conversaciones de Clinton con Monica Lewinsky. Pero para no ser acusado de que estaba haciendo una maniobra para dilatar el horroroso tedio del juicio, Lott aclaró a los periodistas que se limitaba a entregar información que le había sido enviada. Joe Lockhart, de la Casa Blanca, negó que existiese dicho sistema. A su vez, el senador Arlen Specter pidió al Senado que llamase a declarar a tres personas que cuestionaron como falso el testimonio que el asesor Sidney Blumenthal diera la semana pasada. Pero Tom Daschel, líder de la minoría demócrata, objetó la propuesta y los republicanos, ansiosos sólo por terminar el dolor de cabeza de este proceso, decidieron ignorar el pedido de Specter.
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