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Todos odiamos a María Julia

Por Pedro Lipcovich


t.gif (862 bytes) ¿Por qué la funcionaria más odiada del país se mantiene en su cargo?: examinar la presencia de María Julia Alsogaray en Bariloche, a raíz de los últimos incendios, permite discernir una respuesta.
Los incendios en Río Negro responden a una red de responsabilidades, que empiezan por la del plantador forestal. El más importante de los incendios recientes, que devastó nada menos que 22.000 hectáreas, empezó en la estancia San Ramón. Pese a que el siniestro recibió una amplísima cobertura de medios nacionales, sólo Página/12 dio a conocer que, ya a mediados de 1997, la Dirección de Bosques de Río Negro le había advertido al propietario de esa estancia sobre la falta de realización de trabajos en el sotobosque que ponía su explotación bajo “amenaza permanente de incendios”. Notablemente, el funcionario rionegrino encargado de hacer cumplir estas pautas confiesa su falta de medios y denuncia a la Secretaría de Agricultura de la Nación por la retirada del Estado de sus funciones de control.
Por otra parte, la mayoría de los 400 siniestros que se produjeron este año –aunque no los más graves– se atribuyen a la acción deliberada de personas. Ninguno de estos hechos fue aclarado todavía, y su investigación está a cargo del Poder Judicial y la policía de Río Negro, cuestionados por impunidades como las de los múltiples crímenes de Río Colorado y Cipolletti. Un sociólogo de Bariloche vincula la curva ascendente de incendios intencionales con “el incendio institucional que vive la provincia desde 1995”. Por último, estos incendios mostraron la descoordinación entre las múltiples entidades que deben combatirlo, entre sí y con los voluntarios de la sociedad civil.
En esta red de responsabilidades, la de la ingeniera Alsogaray es sin duda primordial, como corresponde a su cargo de secretaria de Recursos Naturales y Ambiente Humano, de la cual depende el Plan Nacional de Lucha contra el Fuego. Es claro que María Julia Alsogaray no debiera ser secretaria de medio ambiente, no por ineficiente o frívola sino porque, dada su trayectoria, sus ideas y sus intereses, jamás estará dispuesta a ejercer la función esencial de su cargo: frenar, contrariar, poner límites a las acciones basadas en el lucro privado. La sola presencia de este personaje en la cúspide del sistema de control medioambiental tiende a desalentar o corromper al resto de los actores, pero no los exime de sus respectivas responsabilidades.
El viernes pasado, para las 7 de la tarde, estaba prevista una manifestación de vecinos autoconvocados en el Centro Cívico de Bariloche, cuyo propósito era solicitar a todas las autoridades involucradas en el problema acciones más efectivas y un mejor diálogo con la sociedad civil. Ese mismo día llegaba María Julia Alsogaray, quien había convocado a una conferencia de prensa que se haría en el Aeropuerto, a la misma hora. Durante el transcurso de la jornada, el lugar de la conferencia de prensa cambió al lujoso Hotel Panamericano, a pocas cuadras del Centro Cívico: era evidente que los manifestantes iban a terminar desplazándose al Panamericano y que la manifestación iba a transformarse en lo que ocurrió: un repudio a María Julia, similar al que tuvo lugar otras veces y en otros lugares.
La movilización alteró así su sentido: el reclamo que intentaba vincular a la sociedad civil con las autoridades se transformó –no podía ser de otro modo por lo que María Julia representa para la sociedad– en el insulto a una persona que quizá merezca ser insultada. Pero en esa transformación de la acción cívica se pierde la posibilidad de entender y quizá procesar conflictos que no se reducen a la maldad de una persona.
¿Desea María Julia ser repudiada? Es mejor no preguntarse por los deseos personales de la señora Alsogaray. Lo seguro es que es muy bien remunerada por cumplir la función de concentrar el repudio; codo a codo la denuestan el puestero que perdió sus ovejas en el incendio y el empresario cuyo incumplimiento contribuyó a provocarlo. Su figura actúa a la manera del enemigo extranjero, encubriendo las contradicciones y conflictos de la sociedad, contribuyendo a que se desconozcan su historia y sus problemas.
Así, la ingeniera Alsogaray cumple dos funciones que conviene distinguir. En el plano político, como secretaria de medio ambiente, sus acciones y omisiones merecen las diversas críticas que han sido señaladas por organizaciones ambientalistas como Greenpeace. Pero, además, ella presta su figura a una operación ideológica (no en la banal acepción que propone la “caída de las ideologías” sino en la definición que, a partir de Friedrich Engels, precisa la ideología como efecto de distorsión de la realidad) que encubre la verdadera complejidad y naturaleza de los conflictos donde participa y en los cuales, por supuesto, obtienen ganancia determinados sectores sociales en detrimento de otros. La permanencia de María Julia no es mero resultado de la pasión del Señor Presidente y, cuando ella caiga, otra u otras figuras la reemplazarán en su odiosa función.

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