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Por Luciano Monteagudo desde Berlín ![]() Que lo del Cine Joven que proclama el Forum no es una cuestión de edad sino de espíritu lo indica el hecho de que habitualmente figuren en sus distintas ediciones los nombres de veteranos maestros como Eric Rhomer y Otar Ioselliani. Este año el Foro tiene entre sus jóvenes invitados al mítico Fernando Birri, creador de la legendaria Escuela Documental de Santa Fe y como tal considerado el padre fundador del Nuevo Cine Latinoamericano, que trae en estreno absoluto a Berlín El siglo del viento, su versión libre y personal del libro de Eduardo Galeano. Realizada en video, esta coproducción argentino-uruguaya, con aportes del canal franco-alemán ARTE y la Televisión Española, fue concebida por Birri con el mismo desprejuicio y carácter fragmentario con el que Galeano escribió su libro. A la manera de un caleidoscopio (o de un electroshock en palabras del director de Tire dié), Birri intercala leyendas y documentos, la Historia con mayúsculas con las pequeñas historias de expoliación del continente, el teatro de marionetas que sigue las huellas de Miguel Mármol, encarnación de la memoria de América latina con el material de archivo. Esta suerte de collage, muy típico de Birri, podrá parecer caótico, un poco a la manera en que lo eran también Un señor muy viejo con unas alas enormes, basada en García Márquez, o, viajando más lejos en el tiempo. Org, la película experimental que filmó hace ya un par de décadas en Roma, pero a pesar de todo El siglo del viento tiene una vitalidad que fue incapaz de demostrar, por ejemplo, la película española Entre las piernas, que pasó ayer en Berlín por la competencia oficial. Con los títulos de crédito a la manera de los Saul Bass y la música literalmente robada a Bernard Herrmann, Entre las piernas se inicia como un supuesto homenaje a Vértigo para terminar siendo no ya una copia del cine de Alfred Hitchcock sino más bien una versión degradada de Magnífica obsesión, en los tiempos en que Brian De Palma asimilaba la estética del Maestro. Nada de asimilación sino mero amaneramiento hay en la película de Manuel Gómez Pereira, protagonizada por Javier Bardem y Victoria Abril, que hacen una vez más lo único que parece que el cine español espera de ellos: follar. Simple, sin efectismos, con la sola convicción de la sinceridad de su historia, la producción francesa Karnaval, ópera prima de Thomas Vincent consiguió remontar la segunda jornada de competencia. Un poco a la manera de Marius et Jeannette, que ofrecía una cálida pintura de la gente de trabajo de Marsella, la cámara de Vincent se aparta de las repetidas calles de París y se instala en una barriada obrera de Dunkerke, al norte de Francia. Allí la película encuentra, en el más crudo invierno, una ciudad gris transformada de pronto por los colores del Carnaval, el único respiro que sus habitantes parecen permitirse en el año. Hay una infinita tristeza en esa fiesta, que permite el improbable encuentro de Béa y Larbi. Ella es un ama de casa joven pero con los ojos ya cansados por el trabajo; él es un francés de origen argelino, que se enamora y no le importa que Béa ya tenga marido y una hija. Nada se decidirá de ese largo, bullicioso fin de semana, pero la película va creando una relación muy particular entre sus personajes, hecha de una sensibilidad particularmente en Sylvie Testud, que interpreta a Béa similar a la de La vida soñada de los ángeles (de inminente estreno en Buenos Aires), otra película que también se atreve a salir fuera de la estrecha realidad de París para buscar otra gente, otros rostros, otras historias, que hasta hace poco no solían frecuentar el cine francés.
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