PANORAMA POLITICO
El Club del Clan
Por J. M. Pasquini Durán |
El
11 de abril no era la fecha deseada por el presidente Carlos Menem para las internas
partidarias. Hubiera preferido prolongar por más tiempo la agónica ambigüedad sobre la
ambición del tercer mandato. De manera que la decisión no es obra de su voluntad
personal, siempre contraria a todo límite que no sea el propio. Por su parte, el
gobernador Eduardo Duhalde quería esa fecha, pero acariciaba la ilusión de llegar a ella
como sucesor natural, único, de la presidencia. En cambio, por la candidatura
y también, en urna separada pero simultánea, por la cabecera partidaria tendrá que
pulsear contra el mismo Menem, aunque el oponente formal sea Ramón Ortega. Para completar
el cuadro de ambiciones contrariadas, más de un potencial aspirante envidia al
entertainer tucumano que ocupará un lugar prestado para un destino incierto.
Aunque otro presidente luzca los símbolos del cargo, Menem seguirá pensando que el sitio
le pertenece por destino manifiesto. Nunca dejará de actuar para quedarse o para volver
lo antes posible, no importa si el sucesor es del mismo clan o de otro palo. En eso, Raúl
Alfonsín lo acompaña en el sentimiento. Ambos, máximos caudillos del bipartidismo
tradicional, van a vivir el período 1999-2003 como un tránsito hacia su retorno a la
Casa Rosada. Sólo uno podrá lograrlo, o ninguno de los dos, eso ya no depende de su
exclusiva voluntad, pero ambos necesitan para el intento que sus manos sujeten las riendas
de los respectivos movimientos.
Recostado en el discurso de la socialdemocracia, por ahora Alfonsín no tiene competencia.
Habrá que ver cómo se desenvuelve la relación triangular con Fernando de la Rúa y
Carlos Alvarez si la fórmula de la Alianza se impone en las próximas elecciones. Menem
todavía tiene que subordinar a Duhalde, que aspira a tomarlo todo por aquello de que dos
cabezas no dirigen mejor. Preferiría el método del PRI mexicano, que gobernó casi todo
el siglo XX con una regla implacable: la muerte civil del presidente después de ser
monarca absoluto durante seis años y de elegir a dedo el sucesor.
Argentina está a punto de probar otra experiencia: que el jefe del partido no sea el
presidente elegido en las urnas. Hay otra todavía más importante: ¿para quién
gobernará el elegido? En la primera administración del ciclo democrático, el
alfonsinismo hizo honor a la tradición de la UCR y se colocó entre ricos y pobres,
defraudando a los dos extremos. En la década del menemismo, los únicos privilegiados
fueron los más ricos, como lo acaba de exponer con sincera crudeza el ministro
Fernández: sólo los más fuertes sobreviven en el mercado y todo gasto social, incluido
el de la reparación por los desaparecidos, es superfluo. La mayoría de sus críticos
olvidaron señalar que esas ideas no son del ministro sino las reglas del
modelo que todavía se presenta aquí como el único que tolera la
globalización.
Menem acumula fuerzas en nombre de la defensa de tal modelo, anunciándose
como el escudero de esos intereses ante los eventuales desvíos de su sucesor. Duhalde
pregona que el modelo está agotado pero busca acercarse a Domingo Cavallo, uno de
los padrinos de la criatura. De la Rúa habla del nuevo camino aunque
todavía, como buen degustador de la payada, parece inspirarse más en la poesía
-.no hay camino / se hace camino al andar-. que en un plan de gobierno. Si de
versos se trata, podrían recordarlo a José Hernández: Más Dios ha de permitir /
que esto llegue a mejorar; / pero se ha de recordar, / para hacer bien el trabajo, / que
el fuego, pacalentar, / debe ir siempre por abajo. Lo que no se advierte en
todos esos discursos es un esfuerzo verdadero de imaginación, equivalente al que llega
desde diferentes rumbos internacionales, para mirar al mundo sin el pensamiento
único.
Lo que era políticamente correcto bajo la hegemonía del neoliberalismo se
muestra cada día menos certero y eficiente para atender los problemas del fin de siglo.
Hasta hace algún tiempo, gobernabilidad y modelo eran factores inseparables
de la misma ecuación. Hoy ya no: las depredaciones del capital golondrina, la disolución
social por la creciente desigualdad y la contradicción entre libertad y miseria que
desestabiliza a las democracias, aunque no siempre se presentan del mismo modo, acumulan
suficiente evidencia para ser sometidas a juicio y modificadas.
Es comprensible que el Gobierno no quiera examinar la crisis de Brasil a la luz de esos
parámetros, porque las dificultades importadas le ayudarán a disimular las que causan
sus propias obras, como ocurrió a fines de 1994 con el Efecto Tequila. Antes
de la caída del real se sabía que 1999 llegaba con recesión y más desempleo en
Argentina; el efecto brasileño agrava esa tendencia pero no es la causa única que la
genera. En esa lógica, la caída de la compraventa de automotores será la responsable de
que los docentes no reciban un mísero aumento de tres pesos diarios. Es lo mismo que
creer que las quiebras del comercio minorista se deben a las bolivianas que se instalan a
vender en las veredas o que el auge del crimen es de nacionalidad peruana.
Los principales implicados en el contrabando de armas y de oro, dos delitos mayores, son
nacionales y reciben protección local, lo mismo que muchos otros. Como tres ministros
estaban implicados, el tráfico de armas quedaría bajo custodia de la Corte Suprema, que
usará la misma eficiencia investigativa que empleó para no investigar la actuación de
la Policía Federal en el atentado contra la embajada de Israel, según lo acaba de
reiterar el embajador Avirán, a siete años de aquel desastre. Mientras tanto, el
proyecto oficial sobre inmigración pretende introducir las figuras de
subversión y terrorismo con el pretexto de la inmigración pobre
de Sudamérica. Es la versión remozada de la nefasta Ley de Residencia de 1902 que
ordenaba la salida de todo extranjero cuya conducta comprometa la seguridad nacional
o el orden público, cuando en realidad se trataba de enmascarar la represión
contra la ascendente organización sindical y la protesta social.
Tampoco es cierto que el proyecto de adoptar el dólar como moneda única sea una
iniciativa menemista para el Mercosur. Es un proyecto norteamericano para el hemisferio,
como lo reconoció el mismo Menem en Caracas durante la asunción de Hugo Chávez:
Hay que pensar en una moneda única, quizá, para el ALCA (Area de Libre Comercio
Americana), una región que vaya desde Alaska hasta Tierra del Fuego, según consta
en la crónica del enviado especial de La Nación. De todos los males que asuelan el
territorio nacional los culpables son otros. En cualquier momento María Julia Alsogaray
podría descubrir una célula de paraguayos dedicada a incendiar los bosques de Bariloche.
A Víctor Alderete del PAMI sólo le falta develar una conjura internacional de judíos y
masones para explicar la resistencia pública a la privatización inconsulta y apresurada
de la gestión de la obra social de los jubilados, un bocado de casi tres mil millones de
pesos, cuando son jueces y camaristas nacionales los que hacen lugar a los recursos
legales que presentan jubiladas auténticas y la defensora del Pueblo de la Ciudad de
Buenos Aires. La maniobra en el PAMI es otra, entre varias, que busca manear los pies del
futuro gobierno. Si prosperan los contratos urdidos por el clan menemista, con vigencia
quinquenal, para cancelarlos costará quinientos millones de dólares en indemnizaciones.
La deuda pública es otra trampa explosiva, porque crece a razón promedio de treinta
millones de dólares por día, con lo cual el gobierno que venga, sometido a una severa
austeridad presupuestaria, lo único que podrá hacer es cumplir con las obligaciones
heredadas, mientras los pobres, los desempleados, los jubilados, los docentes, los
inmigrantes sin recursos, seguirán golpeando sus puertas en vano. Para el capitalismo que
no vive de la especulación, el crecimiento del consumo privado es la mejor garantía de
la salud económica, pero eso no podrá suceder si cuatro quintas partes de la población
carecen de lo indispensable.
Los opositores tendrían que alzarse desde ya contra estos vientos que siembran
tempestades o quedarán atados a la agenda de Menem, que apaña a todos los que estén
dispuestos a seguirlo sin hacerle asco a nada ni a nadie, y terminarán discutiendo
trivialidades, efectos en lugar de causas, pidiendo paciencia a los que no la tienen
porque vean lo que nos dejaron. Entre otras imposiciones, tendrán que
conmemorar cada año el Día del Niño Por Nacer, una demagógica iniciativa antiabortista
del presidente Menem, para quedar bien con el Vaticano, mientras miles de niños ya
nacidos seguirán condenados en el país a toda clase de desdichas, incluida la muerte,
por culpa del atraso y la miseria. Serán rehenes de este presente perpetuo, porque no
tendrán la imaginación ni la fuerza para convertirlo en pasado. A pesar de lo que
piensan muchos de nuestros políticos -.escribió hace poco el mexicano Jorge Castañeda
(Davos y el neoliberalismo), las ideas sí cuentan, actúan; en una
palabra, viven. |
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