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El fracaso de un golpe de Estado Por Carlos Escudé |
![]() En realidad, lo acontecido no hubiera podido ocurrir durante la Guerra Fría. Entonces se creía luchar por valores superiores y contra el mal absoluto, y esto movilizaba escrúpulos y limitaba el oportunismo. Jamás hubieran corrido el riesgo de paralizar la política norteamericana por un escándalo sexual, porque eso les hubiera valido el escarnio generalizado. Pero con la misión redentora de Estados Unidos en crisis, desapareció la percepción consensual de un interés nacional, y la política se canibalizó. Resurgieron viejos demonios autoritarios. Las instituciones democráticas norteamericanas son ejemplares, pero la cultura de su pueblo es a veces de una intolerancia que hace parecer magnánimamente liberal a la Argentina actual. Recuérdese por caso la Ley Seca de la década de 1920, que prohibió el consumo de vino. O la caza de brujas macartista de los años 50, que encontraba comunistas debajo de cada cama. O la actual marginación del fumador, víctima de los cambiantes humores de la sociedad. Fue en ese contexto cultural que los republicanos apostaron a las raíces puritanas sin medir los costos para el Estado y la sociedad. Y perdieron. Pero la lucha se volvió sórdida. No sólo la obscena ventilación pública de detalles propios de toda relación sexual privada, sino también el más mezquino cálculo en cada paso de la gran comedia librada en el Congreso. Todas las decisiones delataban que lo que allí se jugaba no era la justicia. ¿Serían públicas o secretas las deliberaciones finales? Los demócratas, a sabiendas ya de que el juicio no era popular, votaron porque fueran públicas para que los instigadores pagasen el costo político. Pero éstos, responsables de la obscenidad anterior, impusieron su mayoría alegando el recato que las circunstancias imponían. Habiéndose votado contra la destitución, ¿habría una declaración de censura contra la conducta de Clinton? Los demócratas la querían, ansiosos de mostrar que no eran los apologistas de la conducta presidencial. Pero los republicanos, que habían buscado la destitución, se negaron ahora a censurar, especulando con que tal vez la "mayoría moral" castigue a los demócratas por haber salvado a Clinton. ¿Defensa de la moral? ¿Democracia ejemplar? Lo que sí aprendimos es
que, más allá de las graves falencias de nuestra propia democracia, ya nadie tiene la
autoridad para impartirnos sermones de moral política. |