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SUBRAYADO

Por Mario Wainfeld

Una interna posmoderna

Antonio Cafiero enfrentó a Carlos Menem en la interna peronista del ‘88. Luego se hizo duhaldista hasta que Eduardo Duhalde lo desplazó de una lista para poner a su mujer Hilda “Chiche” González. Hasta el sábado era el candidato menemista para gobernador de la provincia de Buenos Aires. Ayer empezó a sonar como posible ladero en la fórmula presidencial de Carlos Reutemann.
Alberto Pierri comenzó su actuación política en el peronismo en una lista que encabezaba Cafiero, un puesto de poca monta que sus malidecentes dicen que recibió en contrapartida a aportes económicos. Pronto riñó con Cafiero y se hizo duhaldista. Hasta que Duhalde lo bajó de la misma lista que a Tony (ver párrafo anterior) y se hizo menemista. Aspiraba a ser candidato a vice de Ramón “Palito” Ortega, a quien la oferta le gusta mucho menos que nada. Por eso, está analizando volver con armas y petates al duhaldismo, donde lo esperan con cara de pocos amigos y a condición de que se ponga a la cola.
Los ejemplos son dos, eso sí, dos figuras importantes del sistema político. Pero podrían multiplicarse por cien. Nadie, ni los propios protagonistas saben quién terminará con quién en la frenética interna del PJ, signada por pasiones desenfrenadas y odios eternos que se enfrían en un periquete, por fulminantes cambios de camiseta entre los rivales realizados durante el partido y no tras su finalización. Ni siquiera la muy tenue separación entre “promodelo” y “antimodelo” sirve de línea orientadora.
Las luchas internas del peronismo, digamos desde el ‘45 hasta el ‘88, fueron vitales, a veces violentas y hasta sádicas. Eso sí, nunca carecieron de sentido. Disputar el mando del peronismo implicaba definir posturas frente al mundo moderno. Frente al estado benefactor, a las fuerzas armadas, a los sindicatos, a las izquierdas, a las derechas. Sus internas aludían a representatividades, formas de situarse frente a los poderes fácticos, actitudes para ubicarse dentro del conflicto de clases.
La interna peronista de cara al año 2000 es muy otra cosa, es marcadamente posmoderna. Todo es posible, nada es previsible ni especialmente coherente. Desde luego, el peronismo no es un caso aislado o muy diferente al de sus adversarios políticos. La exacerbación de los personalismos, la determinación de alineamientos en exclusiva función de los candidatos, la falta de núcleos ideológicos sólidos no son monopolio del PJ sino un dato de fin de siglo. En esto, como en tantas otras cosas, el peronismo no es una excepción ni una rara avis con relación a sus antagonistas. Antes bien, como suele ocurrir con casi todo lo que ocurre en la política nacional, es (según como prefiera describirlo el intérprete) el más sincero, o el más burdo, o el más desenfadado representante de las tendencias de una época.
Los Pierris, los Cafieros, los Cavallo (figuras que aluden a variadas historias, que podrían multiplicarse por cien) seguirán cambiando frenéticamente de bando o de alineamiento hasta el propio cierre de laslistas. Hasta ese mágico momento, toda coalición será posible, toda ruptura puede acontecer.

 

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