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Por Alfredo Zaiat Las veinte sucursales del Banco Israelita de Córdoba fueron divididas entre seis bancos, que a partir de hoy se harán cargo del personal, de los depósitos y de toda la operatoria de cada agencia que le tocó en el desguace. En el cierre de esa entidad, la tercera vinculada con la comunidad judía en menos de un año, se cruzan traiciones, falta de ética profesional, el efecto corrida bancos Patricios y Mayo y, fundamentalmente, una cuestionable política de Pedro Pou, presidente del Banco Central. Este, en lugar de buscar alternativas para evitar la caída del Israelita, no sólo no hizo nada sino que además le dio el último impulso para su derrumbe utilizando a la prensa. El comunicado El Israelita de Córdoba venía mal y un artículo aparecido el sábado 6 de febrero pasado en La Nación no sólo aceleró la corrida, sino que también fue la excusa que utilizó Pou para decidir la suspensión de la entidad el lunes siguiente a la noche. Durante ese día un cronista de este diario consultó a un estrecho colaborador de Pou sobre cuál era la situación del Israelita. Ese funcionario le dijo, en tono jocoso y sin que mediara pregunta, es obvio que algo tuvimos que ver en la difusión de la información al medio de prensa. El comunicado del Banco Central de ese mismo día a la noche con ese comentario como antecedente es una pieza de colección que permite revelar hasta qué punto puede llegar la arbitrariedad de un presidente del Central, con una intrincada personalidad como la de Pou, si no tiene ningún control público y la oposición mira para otro lado. En el comunicado 33.488 el BC dispuso la suspensión parcial del Israelita de Córdoba motivada por el significativo retiro de depósitos producido en el día de la fecha. La jugada de Pou fue echarle la culpa al medio de difusión, a quien le facilitó la información, por esa corrida: Aparentemente como consecuencia de una noticia periodística publicada el día sábado en un matutino de esta Capital Federal. Más increíble resulta que en ese comunicado Pou sostiene que el Banco Israelita de Córdoba SA no tenía problemas de liquidez hasta el día viernes 5 de febrero de 1999 y estaba en condiciones de atender normalmente el vencimiento de sus depósitos. ¿Una nota en un diario hace inviable un banco? Como la respuesta a ese interrogante no le daría la razón, Pou adelanta que sí lo sería al prever, según expresó en el comunicado, que de continuar estos retiros, en pocos días más el banco (por el Israelita de Córdoba) se vería imposibilitado de honrar sus compromisos. Entonces, lo suspendió, aclarando que la entidad requiere de un aumento de su capital y, si no lo logra, será desguazado. La suerte del Israelita de Córdoba ya estaba decidida. El presidente de esa entidad, Juan Machtey, reafirmó ante Página/12 que no tiene dudas de que Pou aceleró la corrida de depósitos. La noticia (por el artículo de La Nación), que muestra una precisión bastante sospechosa, no pudo haber provenido de otra fuente que no sea el Banco Central. Así, dentro de la comunidad se da cada vez más crédito a la versión de Beraja sobre que en una reunión que mantuvo con Pou durante la crisis del Mayo, el mandamás de la autoridad monetaria le dijo que no quiere bancos étnicos. Y, además, les confirma la idea que gana cada vez más adeptos en la colectividad sobre los prejuicios antisemitas de Pou, imagen que los banqueros en desgracia se dedican a difundir para evitar responder por las estafas que cometieron. Terreno fértil También es cierto que la estrategia de Pou, quien busca que el Congreso apruebe un proyecto de ley de inmunidad judicial para el directorio del Central, no hubiese tenido éxito si el Israelita de Córdoba no hubiese arrastrado problemas ajenos (las caídas del Patricios y Mayo) que terminaron siendo propios. Salvo que necesitaba aumentar su capital, como tantos otros bancos del sistema debido a las rigurosas exigencias del BC para acelerar la concentración, al Israelita de Córdoba no se le conoce irregularidades por defraudaciones, como sí las tuvo el Patricios de la familia Spolski y el Mayo de Beraja. El Israelita de Córdoba empezó a perder depósitos a mediados de agosto del año pasado a partir del estallido de la crisis rusa. Desde entonces hasta comienzos de este mes, la sangría había alcanzado al 30 por ciento, fondos que fueron restituidos a los depositantes con recupero de cartera y capital propio, sin ningún auxilio del Banco Central vía redescuentos (le hubiese correspondido hasta 20 millones de pesos, de acuerdo con la normativa). El último día que estuvo con las puertas abiertas perdió otro 10 por ciento de depósitos. Es obvio que la caída del Mayo aceleró su deterioro, debido a que profundizó la corrida pese a que no tenía ninguna vinculación con el banco de Beraja. Era una entidad, evidentemente, que por la sensibilidad que tenía la comunidad no estaba en una situación óptima. Tenía que aumentar su capital, padecía una sangría de depósitos y un aumento de la morosidad y registraba rentabilidad negativa. Y desde fines de diciembre pasado tenía una veedor de la entidad monetaria en su casa matriz. El Central le reclamó un plan de regularización y saneamiento. El Israelita de Córdoba, a la vez, inició negociaciones con el Banco del Suquía para su capitalización. Pou no tenía mucho interés en que esa operación tuviera éxito. Por un lado, negó la asistencia (20 millones de dólares) que el banco de Roggio demandó para hacerse cargo de la entidad. Por otro, exigió a las autoridades del Israelita de Córdoba un imposible en las condiciones en que se encontraba: aumentar las previsiones por incobrabilidad de deudores en una suma que equivalía casi a la totalidad del patrimonio neto del banco. Antes le había mandado una inspección que no encontró nada fuera de orden, le rechazó un esquema de capitalización y también le había objetado el criterio de riesgo con que había clasificado los créditos. Frente a un banco débil, Pou tenía el terreno fértil para hacer su juego.
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