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Los que para el año 2000 quieren llegar bien alto

Unas cuatro mil personas planean pasar el 31 de diciembre en la cima del Aconcagua.  Advierten que no hay lugar para todos.

Sólo para la semana de Año Nuevo se espera la cifra de montañistas de toda la temporada actual.
Los montañistas de la provincia aseguran que tanto entusiasmo es en realidad “una locura”.

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Por Mariano Blejman

t.gif (862 bytes) La parafernalia del festejo del arribo del año 2000 llegó alto. El Aconcagua, el pico más alto de América, se prepara para recibir el nuevo milenio con un batallón de andinistas, turistas, excéntricos e improvisados ascensionistas, que simplemente quieren llegar allí para subir el 31 de diciembre de 1999 y bajar el 1º de enero del 2000, como si se tratara de un juego de niños. En términos andinísticos, los entendidos coinciden en que se trata de una locura: ni la base ni la cumbre podrían albergar los ocho mil montañistas que aspiran a pasar el fin de siglo entre las nubes. Sin contar el impacto ambiental que provocaría semejante invasión al Centinela de Piedra y la propia seguridad de los andinistas, que podría verse afectada con tal avalancha de gente.
El récord se rompe año a año. A fin de esta temporada se calcula que habrán ascendido el Aconcagua, de 6959 metros de altura, unos 4000 visitantes. Las previsiones para la próxima llegan al doble de esa cifra. El gobierno provincial se debate qué hacer con tanto entusiasmo: se suman los problemas de la basura dejada en la altura, la situación de los guardaparques y la falta de información adecuada en algunas expediciones. Por añadidura, ya se discute el aumento del arancel de ingreso.
Según varios prestadores de servicios, guías de alta montaña y el gobierno provincial, para el festejo del año 2000 se esperan alrededor de 4000 personas para esa semana y algo más de 8000 durante toda la temporada, lo cual constituiría un verdadero impacto ambiental. El problema se debe a que en la altura no hay descomposición de la materia orgánica y todo debe ser retirado del lugar, algo extremadamente dificultoso a 5000 o 6000 metros de altura. La empresa Biotec, liderada por Gonzalo Sayavedra e Ignacio Lucero, desarrolló un sistema de baños ecológicos, en los que se disecan los desechos, que son bajados al final de la temporada. Esta aparece como una de las soluciones más viables, pero no será definitiva hasta que no se implemente como la única forma de tratar los desechos humanos: aún existen en la montaña las desagradables letrinas.
La avalancha, en términos andinísticos, “sería una locura”, dice Carlos Tejerina, guía de alta montaña, que llevó a la expedición de Página/12 a la cumbre del Aconcagua, el 16 de enero a las 5.05 de la tarde. “Ni la base, y menos la cumbre podrían albergar semejante cantidad de gente”, advierte.
Pero además hay un grave problema de seguridad con los inexperimentados. La situación ha mejorado desde que –llevada por la necesidad de controlar el accionar de miles de personas que invadían las laderas del cerro Aconcagua–, la Dirección de Recursos Naturales y Renovables de Mendoza impulsó en los años 90/91 la creación de un cuerpo de guardaparques especializado para las tareas de control. Para Eduardo Torres, director del organismo, “el parque no se autosustenta totalmente, ya que los gastos rondan los 450.000 dólares, y se reciben ingresos por permisos algo más de 300.000”. Aunque en la actualidad se cobran 60 pesos a los montañistas nacionales y 120 a los extranjeros, la intención de la Dirección es aumentar los costos a fin de lograr equilibrar la balanza de pagos.
Para enfrentar eventuales críticas al aumento, en el cuerpo de guardaparques argumentan que “el problema es ver al Parque como un ente aislado. El andinista que llega a la provincia realiza gastos en hotelería, comida, equipamiento, mulas. No solamente en el permiso”. Además, se quejan porque los prestatarios de servicios “sólo se fijan en cuál es el precio que Recursos le va a cobrar para el ingreso al Parque, sin otra meta que intentar pagar menos”.
Cuando en los primeros años de la década del 90 se instaló en Plaza de Mulasun polémico hotel de alta montaña, dentro de la licitación de concesión del Parque se encontraba la necesidad de destinar una partida de 70.000 dólares para la creación de una Patrulla de Rescate especializada, que dependía del hotel. Esta se conformó por eximios andinistas y funcionó exitosamente durante los primeros años de su creación. Sin embargo, con los años, esa patrulla desapareció. Actualmente, depende de la Policía de la provincia de Mendoza, y está conformada por efectivos especializados con 7 integrantes que se renuevan cada 15 días.
Sin embargo ante cada rescate participan todos los que tiene la posibilidad de hacerlo: guías, guardaparques, andinistas y por supuesto la patrulla.
Según Fernando Leyes, guardaparque de Plaza de Mulas, “el mayor problema es la desinformación con la cual se manejan grupos que vienen a subir el cerro. Hay algunas empresas que venden el ascenso como si se tratar de una caminata. Esto aumenta las condiciones de inseguridad. Si los andinistas vienen con jeans y zapatillas, seguramente terminarán congelados”.
En los últimos tres años se ha logrado mejorar el tiempo y forma del pago de salarios de los guardaparques y esto logró retener a sus mejores figuras y a los médicos especializados en altura, que no son fáciles de encontrar. Este año hubieron, hasta la fecha, cuatro casos de muertes, todos extranjeros. Tres de ellos iban sin un guía que los acompañara. Luis Ramón, jefe de Guardaparques en Plaza de Mulas explica que “aunque los edemas pulmonares y cerebrales suelen sucederse ya desde los 4000 metros de altura, hay un cierto momento en que la cumbre es una obsesión para el andinista, y no hay consejo que valga. Uno les dice que se vuelvan, pero ellos siguen subiendo. Después fallecen en la noche”.
El otro tema en disputa es la adquisición o disposición de un helicóptero para los rescates. Nidia Pérez, guardaparque, recuerda que para el festejo del centenario del cerro, cuando se recordó el glorioso primer ascenso del guía suizo Mathias Zurbriggen, el 14 de enero de 1897, “había sólo 13 guardaparques (contra los 22 actuales). El día de los actos estaban trasladando helicópteros del Ejército, mientras nosotros intentábamos evacuar a un gringo con los pies congelados, que era capaz de manejar él mismo el helicóptero ya que había estado en Vietnam. Pero fue imposible: estaban ocupados bajando funcionarios”.
Mientras tanto, el Centinela de Piedra sigue debatiéndose entre la vida y la muerte de quienes intentan su cumbre. A pesar de todos, el monstruo blanco seguirá estando incólume, viendo pasar la vida de quienes se pelean por poseerlo y quienes quieren festejar en sus laderas el discutido comienzo del próximo milenio.

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