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LA ODISEA DE UN SANJUANINO TORTURADO POR LA BONAERENSE
Con la marca policial de por vida

Tras una pesadilla de 55 días, un hombre  terminó con el bazo extirpado y un oído menos. Fue rescatado  gracias a la APDH.

APDH: “Fue una aberración la actuación de la policía, a la que pretenden aumentarle los poderes. Lo tenían en Olmos para cuidarlo y le sacaron el bazo”.

Mauricio Janavel fue molido a patadas y torturado en Sarandí.
Un proyecto oficial impulsa aumentar el poder de la policía.

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Por Horacio Cecchi

t.gif (862 bytes) Aunque el ministro de Seguridad y Justicia bonaerense, León Arslanian, anunció su proyecto de devolver a la policía sus facultades de requisa y de detención de personas durante 24 horas, argumentando que “la policía nunca fue tan eficiente como ahora”, los de la Bonaerense se encargaron de recordarle que en la provincia algunas cosas siguen como entonces: en la comisaría 4ª de Sarandí, bastaron mucho menos de 12 horas para moler a patadas y hacerle el submarino seco a Mauricio Janavel, un joven sanjuanino detenido porque supuestamente intentaba robar un lavarropas saltando un muro. La odisea no terminó con la pérdida de uno de sus oídos. Un juez de Lomas de Zamora lo derivó en el psiquiátrico Melchor Romero, junto a presos peligrosos que le reventaron el bazo a patadas. Le extirparon el órgano en el hospital de la cárcel de Olmos, donde quedó internado para “protegerlo”. Después de 55 días de pesadilla, con la intervención de la APDH, Janavel fue liberado y regresó no sano y salvo a su provincia.
Mauricio Javier Janavel tiene 29 años, es el cuarto de cuatro hermanos varones y una mujer. Habitualmente ayudaba a su madre, Aída Fernández, en la florería Las Orquídeas de la capital cuyana. El 19 de noviembre pasado, para la misma época en que Arslanian trazaba en borrador las líneas de su proyecto para modificar la Ley de Seguridad, Janavel intentaba regresar de Buenos Aires hacia su provincia. Pero se confundió y en lugar de tomar el colectivo hacia Retiro, subió al que iba en sentido contrario y terminó en Sarandí, donde conoció la eficiencia de la policía local. Alrededor de las 19, “mientras esperaba en la parada”, dice Janavel, cuatro policías de la comisaría 4ª de Sarandí bajaron de una camioneta, le pidieron los documentos y “que les pasara plata para tomar algo”. Janavel, que apenas tenía para el pasaje, se negó y reclamó que le devolvieran los documentos. “Todavía tengo la marca de las esposas”, dijo a Página/12. “Al final de un pasillo –recordó Janavel su llegada a la comisaría– había una montaña de arena. Me hicieron una zancadilla y me hundieron la cara y no me dejaban respirar. Me pateaban los riñones, y cuanto más quería zafar, más me pateaban.” Después, esposado, aterrizó en un calabozo.
A las 22, el acusado en la causa 12.363 por “tentativa de robo” de alimento para perros y de un lavarropas –que hubiera debido llevar saltando un muro–, fue trasladado a los Tribunales de Lomas de Zamora. “En el camino me pegaban en el estómago y el hígado, y cuando me agachaba, me daban en la nuca.” Con el informe policial, y aunque el presunto delito era excarcelable, el juez de Garantías Eduardo Tubío lo vio descompensado y pidió una pericia psiquiátrica: Janavel fue encuadrado por el perito penitenciario Guillermo Castromoure en el artículo 34 del Código Penal, reservado a detenidos “peligrosos para sí o para terceros”. Pero, hasta el resultado de la pericia, el joven sanjuanino prolongó su alojamiento en la 4ª de Sarandí. “Cuando salía de los Tribunales me llevaron por un pasillo que no tenía puertas ni escaleras, había una ventana y estábamos en el cuarto piso. Me fueron empujando. La verdad es que me querían tirar. Después iba a ser un loquito que saltó por la ventana. Esposado como estaba, me tiré al suelo y entré a dar patadas y gritar.” El viaje de vuelta, según Janavel, fue un calco del de ida. Al calabozo llegó semiinconsciente y con un oído destrozado. Reaccionó dos días después. “El oído me sangraba y despedía un jugo maloliente.” En la 4ª siguió como huésped hasta el 27 de noviembre cuando, ya con el resultado de la pericia, se despidió de la Bonaerense y entró al Psiquiátrico Melchor Romero, del Servicio Penitenciario provincial.
Le tocó una sala compartida con internos que se encargaron de recordarle que eran presos peligrosos. “Yo estaba aterrado. El que dormía en la cama de abajo estaba ahí por haber matado al padre. ‘Lo maté porque ganaba más que yo’, me dijo.” Después de un llamado telefónico, el 20 de diciembre, llegó su madre, Aída Fernández, desde San Juan. “Lo vi a mi hijo pálido,con ojeras, lo abracé, le dije que lo veía bien. Me contó todo lo que había pasado. Cuando salí me largué a llorar. El jefe del Romero me dijo que estaba inculpado de un delito excarcelable, pero que el juez había pedido una serie de estudios. A mi hijo le di unos paquetes de cigarrillos pero se los guardó en las medias porque tenía miedo de que le pegaran.”
–Llegó en un estado de locura muy violenta –recuerda Aída Fernández que le dijo el juez.
–Después de lo que le hicieron en la comisaría cualquiera estaría así –respondió ella–. Vengo a llevármelo.
–No se va a ir. Quién garantiza que no le haga algo a alguien –le habría dicho el juez de garantías.
Y era cierto. Garantías no había, porque el 22 de diciembre, mientras la mujer recorría pasillos buscando ayuda, un preso le destrozó a Mauricio el bazo a golpes. “Estuve tirado dos horas en la cama. Cuando se dieron cuenta me llevaron al Hospital Alejandro Korn, de la cárcel de Olmos. Entré con 5 de presión alta. No se cómo zafé.” Le extirparon el bazo y a los pocos días, con 17 puntos de sutura, lo mandaron a barrer los pisos. “Como me supuraba la herida y me dolía, me dieron unas gasas, sin desinfectante, para que yo me hiciera las curaciones, y una aspirina.”
Un día después de la golpiza, el jefe de Psiquiatría de Melchor Romero, Guillermo Basallo, realizó una nueva pericia que cambió el rumbo de la historia: Janavel no era más peligroso para sí ni para terceros. El informe pasó vía fax al juzgado, y el 29 volvió a repetir un informe semejante. No existían más razones para mantenerlo internado.
“Si era inimputable, se debía pedir su internación –explicó el defensor oficial Guillermo Puime–. Y en caso contrario, correspondía liberarlo, porque el delito era excarcelable. Cuando salió el informe de que no era peligroso, debía cesar su prisión.” Pero el azar hizo que Janavel viviera toda su odisea al borde de la feria judicial y la puerta de salida amenazara prolongarse hasta febrero, si es que había salida. El mismo juez, antes de irse de vacaciones, habría asegurado a la madre de Janavel que todavía hacían falta más estudios.
El 7 de enero, los hermanos del Ulises sanjuanino se conectaron con la APDH. La diputada provincial Delia Papano (UCR), copresidenta de la Asamblea en San Juan tomó el caso en sus manos y se contactó con sus colegas de Buenos Aires. El 8 de enero, Aída Fernández se entrevistaba con el equipo de Coordinación Jurídica de la APDH, a cargo de Sergio Di Gioioia. “Recién ahí me volvió el alma al piso”, dijo la mujer. “Fue una aberración por todo lo que pasó” –dijo Di Gioioia a este diario–. “Primero, la actuación de la policía a la que pretenden aumentarle los poderes. Después, que a la madre le decían que lo tenían en Olmos para cuidarlo, y le sacaron el bazo. No suena razonable.” El 12 de enero, después de un pedido de la APDH en los Tribunales, Janavel logró abrazarse con su madre del lado de la calle y regresó a San Juan. Terminaron los 55 días de encierro y empezó una visita cotidiana y de por vida a los consultorios médicos.

 

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