El hombre del Sexgate Ahora Bill Clinton está libre del cepo
del impeachment republicano, ¿no es cierto? Entonces podrá prestar atención a las
crisis de política exterior que requieren su compromiso, ¿verdad? Desde Brasil hasta
Kosovo, desde la paz en regresión en Medio Oriente hasta el previsible deterioro de la
relación con China, Clinton podrá actuar sin que le digan que lo hace para desviar la
atención del escándalo, y lo hará entre otras cosas para asegurar su legado, ¿no?
Desgraciadamente, la experiencia previa aconseja desconfiar de este pronóstico. Clinton
estuvo encepado en el Sexgate por un año, no durante los seis que ha durado su
presidencia. Y en todos esos años, la actitud de su administración en política exterior
sólo puede calificarse, en el mejor de los casos, como intermitente. El presidente (o
mejor dicho, el equipo en que delega esas tareas) financió irresponsablemente a Rusia
hasta que se volvió claro que el camino llevaba a la bancarrota, mientras dejaba
languidecer el proceso de paz en Medio Oriente hasta su coma actual. Siempre que actuó,
lo hizo espoleado por los acontecimientos: Haití, Bosnia, el rescate mexicano y los
ocasionales bombardeos contra Irak muestran distintas acciones diferentes de un mismo
patrón de conducta. Por mucho que lo sientan los teóricos de la conspiración, esa
conducta se repitió durante el tiempo que duró el Sexgate: ante los atentados en Kenia y
Tanzania, Clinton sintió que debía hacer algo y ordenó los bombardeos de Afganistán y
Sudán; ante la expulsión de los inspectores de Irak, ordenó un bombardeo de Irak. Nada
parece capaz de alterar la profunda negligencia de Clinton en política exterior, ni
siquiera una amenaza a su supervivencia.
Por eso, y pese a todos sus frenéticos esfuerzos de último momento para sacarse de
encima la mancha histórica de ser el segundo presidente de la historia en ser llevado a
juicio político (a lo que ahora los teóricos de la conspiración van a atribuirle todo
lo que haga) lo más probable es que Clinton descienda en la historia solamente como el
hombre del Sexgate. Ni siquiera la prosperidad económica de que disfruta actualmente
EE.UU. puede atribuírsele con sinceridad, ya que Clinton, un conservador profundo, dejó
inalteradas las líneas de política económica heredadas de la anterior administración
republicana de George Bush Sr., que tal vez en dos años serán retomadas por George Bush
Jr. Y del resto se ocupó Alan Greenspan, quien en momentos difíciles pareció el único
timonel que mantenía a flote el barco. |