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Por Luciano Monteagudo desde Berlín En el mismo momento en el que Berlín discute la realización de un memorial monumental dedicado a las víctimas del nazismo, y cuando críticos culturales como Andreas Huyssen cuestionan, por su negación de la Historia, el gigantesco proyecto de reforma urbana que atraviesa actualmente la ciudad, la Berlinale aporta este año toda una programación dedicada al tema de la memoria del Holocausto. Varios son los documentales y films de ficción que, en las distintas secciones, abordan el tema, pero solamente uno de ellos consiguió hasta ahora ganarse la atención de los medios masivos de comunicación: The Last Days/ Los últimos días, una producción de Steven Spielberg para su Shoah Foundation, creada en 1994. La presencia de Spielberg en Berlín se robó todas las cámaras aún más que Bruce Willis, Meryl Streep y Sean Penn, entre otras stars de Hollywood que atravesaron fugazmente estos días el festival y sirvió para llamar la atención sobre este documental candidato al Oscar, en el que cinco húngaros de origen judío, sobrevivientes de los campos de exterminio del nazismo, exponen sus historias de vida y de muerte ante la cámara. Nadie puede negar su valor a estos testimonios siempre terribles, desgarradores pero ese es un valor en sí mismo, que la película producida por Spielberg y dirigida por James Moll no parece tener en cuenta. Fue Claude Lanzmann, el intransigente director de Shoah el mayor documental que se haya hecho jamás sobre el Holocausto, el primero en advertir sobre el peligro de lo que él llamaba la inflación de la memoria, el uso y abuso indiscriminado de relatos y testimonios, que podía desembocar en la trivialización de su tema. Algo de esto sucede en The Last Days donde no hay una concepción orgánica de qué se quiere hacer con el film, al punto que unos testimonios se superponen a otros, como si la película se conformara apenas con reunir cierta información y luego volcarla al espectador, sin proponer una reflexión sobre la dimensión del Holocausto. Esa normalidad del mal es la que elude constantemente la película producida por Spielberg y enfrenta en cambio, en toda su aterradora magnitud, el documental Un spécialiste/Un especialista, la única auténtica revelación que ha dado hasta ahora el festival. A partir de las 350 horas de material que registraban el histórico juicio a Adolf Eichmann, en Jerusalem, en 1961, el director franco-israelí Eyal Sivan se encerró en una sala de montaje y salió de allí con el retrato en profundidad de uno de los más siniestros criminales de guerra del nazismo. Eichmann dirigía el Judenreferat, el Departamento de Asuntos Judíos, que entre 1941 y 1945 organizó la deportación de millones de hombres, mujeres y niños judíos de toda Europa hacia los campos de concentración. El notable film de Sivan no apela a otro material de archivo que no sea el del juicio a Eichmann (poco después de haber sido capturado en Argentina), pero ese material es tan valioso y tiene una calidad cinematográfica tan sorprendente para lo que se suponía debía ser apenas un registro, que a partir de allí el director supo extraer los momentos más significativos de su personaje. Inspirado en el ensayo de Hannan Arendt Eichmann en Jerusalem, informe sobre la banalidad del mal, el film se inicia con una serie de planos de la sala del tribunal antes del juicio, donde se ve una cabina vidriada vacía. Pero cuando Eichmann ocupa finalmente esa cabina se descubre que, a simple vista, no hay allí ningún monstruo: apenas un hombre común, casi sin ningún rasgo distintivo en particular, un acusado gris y sumiso, que limita su defensa a insistir una y otra vez que él, lo único que hizo fue cumplir eficientemente con el trabajo que se le había ordenado y que si él no lo hubiera hecho, otro lo hubiera realizado en su lugar. Fui una gota de agua en el océano explica, escudándose en una supuesta obediencia debida un instrumento en manos de poderes superiores. El podía ser considerado un especialista (según sus propias palabras) en la deportación de judíos. Nadie podía acusarlo, de ninguna manera, de haberhecho mal su trabajo. Pero no era su responsabilidad qué es lo que hacían luego con los prisioneros en los campos de concentración. El sólo se ocupaba de ponerlos en los trenes correspondientes. Rodeado de sus armas preferidas pilas de papeles y carpetas, Eichmann logra enredar una y otra vez a todo el tribunal en discusiones peregrinas acerca de circulares, planillas y memorandums, hasta que de pronto el Holocausto parece quedar reducido a un mero procedimiento burocrático, una simple cuestión técnica de oficina, un laberinto infinito de sellos, visados y números. Desde el comienzo mismo del film, el contraste entre la monstruosidad de los crímenes de Eichmann sentenciado a muerte y ejecutado en 1962 y la mediocridad del acusado es sorprendente, pero a través de las trece escenas en que está dividido Un especialista, esa brecha parece hacerse cada vez más profunda, hasta que el film termina ofreciendo un retrato en abismo de la banalidad del mal.
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