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En paralelo con la polémica local acerca de los límites razonables a la hora de contar la historia de un genocidio, generada a partir de los planes artísticos de Charly García, una película italiana viene dividiendo aguas en el circuito internacional por su mirada poco ortodoxa sobre el Holocausto. Se trata de La vida es bella, un film del italiano Roberto Benigni con siete nominaciones al Oscar, que se estrena mañana en las salas argentinas. Benigni interpreta al excéntrico Guido, quien en la ciudad de Toscana se enamora de una maestra, Dora (Nicoletta Braschi, la esposa del realizador). Durante un tiempo, la pareja vive ignorando el crecimiento del fascismo en Europa, aun cuando Guido es judío. Cuando la violencia los alcanza en carne propia, Guido inventa fábulas para responder a las preguntas de Giosué, su hijo de 5 años: cuando en el cumpleaños de Giosué ambos son obligados junto a otros judíos a abordar un tren rumbo a un campo de concentración, Guido le dice que es parte de su sorpresa de cumpleaños. ¡Déjenme subir! insiste, ¡tenemos reservas! Benigni reconoce que la historia fue inspirada en parte por su padre. Luiggi Benigni, soldado italiano, fue tomado prisionero durante la Segunda Guerra, y pasó dos años en un campo de concentración alemán. Mi padre contaba la historia de un modo muy gracioso, como una fábula. Temía atemorizarnos. Nos protegía, tal como yo protejo al chico en la película. Ese es el primer instinto: proteger a un hijo, señaló el director. Desde su estreno en 1998 en Italia, las opiniones más controvertidas se alzaron en torno al film. La revista Time instó a resistir la película, porque llevar el horror más grande de este siglo al pequeño terreno del entretenimiento popular es aborrecible. Sentimentalmente es una forma de fascismo, robándonos el juicio y la crítica moral. Durante la conferencia de prensa en Cannes, luego de exhibirse el film, un periodista francés acusó a Benigni de burlarse de las víctimas del Holocausto. Sin embargo, en julio pasado, Benigni fue homenajeado en Israel, donde presentó su película en el Festival de Cine de Jerusalén. Allí, el jefe de gobierno de la ciudad le otorgó un premio especial por ampliar el entendimiento universal de la historia judía. De cualquier modo, el realizador no describe su trabajo como una comedia. En su opinión, es una película sobre el Holocausto dirigida por un comediante. Benigni aseguró que lo último que quería era lastimar a alguien u ofender la memoria del Holocausto, porque partí de la idea opuesta. Quise hacer una película hermosa, decir algo poético. Y explicó más motivos: ¿Por qué hacer reír con algo tan trágico como el máximo horror del siglo? Porque ésta es una historia desdramatizada. Aun en el horror está el germen de la esperanza, y hay algo que resiste a todo. Pienso en Trotsky y en lo que sufrió esperando a los sicarios de Stalin encerrado en un bunker en México. Pienso en que, sin embargo, mirando a su mujer en el jardín, escribió que a pesar de todo la vida es bella, digna de ser vivida.
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