|
Por Luciano Monteagudo desde Berlín La gente en general está programada para aceptar la realidad tal como se le presenta, pero no se da cuenta de que las posibilidades de la mente son ilimitadas. La afirmación corre por cuenta de Allegra Geller (Jennifer Jason Leigh), la protagonista de eXistenZ, pero no cabe duda de que el director canadiense David Cronenberg está hablando en voz alta a través de ella. eXistenZ así, con mayúsculas y minúsculas fuera del orden gramatical no es solamente el título de la película que ayer elevó notablemente el nivel de la competencia oficial de la Berlinale. Es también el nombre del juego que está en el centro de la nueva pesadilla de Cronenberg, dos años después de haber estrellado la buena conciencia de muchos con Crash, su controvertida versión de la novela de J. G. Ballard. En eXistenZ, Jennifer Jason Leigh más descentrada que nunca interpreta a la creadora de un juego de realidad virtual programado para que el interesado se pueda internar, como siempre en Cronenberg, en sus terrores y deseos más ocultos. Como si no fuera suficiente con asumir la responsabilidad de haber abierto esta caja de Pandora, la protagonista tiene además que enfrentarse con un grupo de fundamentalistas de la realidad que han puesto sobre ella una suerte de condena o Fatwa como la que sufre actualmente Salman Rushdie y que la persiguen para asesinarla. Para combatirlos ella apelará a su única, a su mejor arma: el juego mismo. La idea central de eXistenZ se vincula con uno de los films más complejos de Cronenberg, Videodrome, donde ya había una lucha por el poder de la imaginación, pero los extraños objetos quirúrgicos y las amorfas criaturas orgánicas que habitan la película recuerdan inmediatamente a los instrumentos ginecológicos de Pacto de amor o a esos insectos-máquinas de escribir de Festín desnudo, que eran capaces de hablar y de copular. Por supuesto, la idea que maneja Cronenberg de la realidad virtual no tiene nada que ver con las computadoras. En eXistenZ no se ve ni una sola pantalla, ni un teclado, ni siquiera el cable de un mouse. A eXistenZ se juega utilizando un panel de control muy particular, una especie de feto, mezcla indiscernible de distintos órganos del cuerpo humano y cuyo botón de inicio es una suerte de pezón blancuzco y pegajoso, hecho de MetaFlesh, según el amplio glosario de términos que el director también autor del guión incorporó a su película. Este control, capaz de almacenar la memoria emotiva, se conecta a su vez a la base de la espina dorsal de los jugadores en un orificio realizado quirúrgicamente para poder enchufar el UmbyCord, un sanguinolento cordón umbilical que permite jugar a varios participantes en serie. Estoy muy preocupado por mi cuerpo, dice con horror uno de ellos, y allí también parece estar hablando en primera persona Cronenberg, una de cuyas obsesiones más recurrentes siempre han sido las excrecencias y mutaciones del cuerpo humano, como las que atravesaba Jeff Goldblum en La mosca. El nuevo orificio en la espalda que llevan los jugadores de eXistenZ también tiene connotaciones eróticas, como las heridas abiertas de Crash, que abrían la posibilidad a una nueva sexualidad. Y, si tienen que defenderse, estos jugadores apelan a un arma muy especial, una pistola automática hecha de carne y hueso (como si fuera el cuerpo en putrefacción de un pequeño mamífero), que en vez de balas dispara dientes humanos, algunos incluso cariados. Más allá de que eXistenZ es un film concebido bajo los códigos del cine fantástico, Cronenberg en el que quizás sea su trabajo más sintético y despojado, como si aquí hubiera catalizado muchos de los temas de su obra anterior no deja de referirse a la realidad, o a aquello que llamamos realidad. De hecho, si su protagonista es amenazada de muerte por un grupo de fanáticos es porque a Cronenberg le impresionó desde un comienzo lasituación del escritor Salman Rusdhie. Allí nació eXistenZ, confesó Cronenberg en la multitudinaria conferencia de prensa que siguió a la proyección del film. Rushdie escribe a partir de la tradición occidental de la literatura y ésa es su realidad. Pero lo que escribe cobra una vida independiente, completamente distinta en otra realidad, la realidad del fundamentalismo islámico, que no entiende ni considera a la tradición a la que ahora suscribe Rushdie. Una vez más, como decía William Burroughs, las obras de arte se materializan, adquieren vida propia y se vuelven contra sus creadores. Para Cronenberg, los instrumentos orgánicos que permiten jugar a eXistenZ no son otra cosa que la materialización de un deseo, de la misma manera que en Escalofríos (1975) se materializaban unas larvas que estimulaban la conducta sexual y cuya extraña forma parecía tan fálica como fecal. La película sugiere algo en lo que creo profundamente y es que nosotros, los humanos, hace tiempo que nos hemos hecho cargo, que somos responsables de nuestra propia evolución como especie. Ya no existimos en la naturaleza sino en un medio artificial, y nos estamos modificando de maneras que todavía ni siquiera hemos aceptado, dijo el director. Nos estamos convirtiendo en aquello que, quizás inconscientemente, queríamos. Por eso pienso que es concebible que haya gente dispuesta a pasar por una experiencia quirúrgica con tal de poder conectarse a un juego excepcional, como sucede en la película. El control del juego es como un órgano, como si el cuerpo hubiera desarrollado específicamente un órgano para jugar a este juego, y eso también me parece concebible, porque de hecho todos los días, sin darnos cuenta, estamos alterando nuestro sistema nervioso y lo estamos extendiendo cuando utilizamos micrófonos, teléfonos celulares y por supuesto cuando navegamos por Internet. eXistenZ no hace sino discutir un poco estas cosas. Entre los más de 200 periodistas que escuchaban a Cronenberg, alguno entonces quiso saber cuáles eran los malos sueños que perturbaban las noches del director capaz de imaginar semejantes pesadillas. Y la respuesta no se hizo esperar: Las conferencias de prensa.
|