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Por Carlos Polimeni ![]() El chiste del trabajo es éste: una banda punk, es decir que hace de la falta de recursos técnicos y hasta melódicos algo así como un atributo, tocando canciones que no tienen que ver, en apariencia, con su estilo. Mezclándolas con otra que sí, al menos un poco. O un poquito. En conjunto, la catarata de temas 17, bien seguiditos, casi todos cortitos y contundentes, como en un disco de Los Ramones es una cabalgata infernal, que invita a una reaudición. A explorarlos de a uno por vez. Incluso, sin respetar el orden, tomando el asunto como un homenaje a Rayuela, de Julio Cortázar. Si algo no hay en la estética punk son matices rítmicos. Al menos así ha sido en los últimos casi veinticinco años. Lo que ocurre es que esta banda punk está haciendo covers de Alberto Cortez, Gilda, Roberto Carlos, Erasure, Manuel Alejandro, The Beach Boys, Paco Ibáñez, Leo Maslíah y León Gieco. Y que lejos de caricaturizar, o ridiculizar, enaltece todo aquello hacia lo que dirige la atención. La mirada punk sobre Callejero, de Alberto Cortez, por ejemplo, es antológica. El costado cursi del homenaje a ese perro de la calle, y sobre todo el modo en que esa canción ha circulado, durante años, por los circuitos de la comunicación popular, proveen al grupo de una base envidiable sobre la que moverse. Es decir, es una de esas que todos sabemos, aún negándola, aún considerándola fea, berreta y ordinaria. Modificándola levemente en el tempo hasta llevarla al reggae, Attaque relee la canción, hasta el costado mismo del homenaje. Algo similar ocurre con Soy rebelde (Yo soy rebelde porque el mundo me hizo así/ porque nadie me ha tratado con amor), una vieja y mínima mala famosa canción romántica, que asciende a la dimensión de hit posmoderno, volcada desde un lugar en que sus afirmaciones describen con exactitud la problemática de muchos hijos de las calles violentas. En otros casos, el medley, que cruza o relaciona una canción con otra, deja al oyente pensando. Amigo, de Roberto Carlos, y White Trash, del Sumo de apenas iniciados los 80, no tienen nada que ver entre sí, en teoría, pero mezcladas suenan con una empatía que impresiona. Casi como una denuncia, pero no es éste el sentido, ni es ésa la gracia. Lo mismo con el del final entre Sweet Dreams de Eurythmics, La bestia pop, de Los Redondos (Charly García es la bestia pop, sépanlo) y Prófugos, de Soda Stereo, una mezcla que parecería insolente si su química no resultara tan absolutamente encantadora. En cuentas resumidas, un grupo de chicos de la segunda oleada punk de la historia argentina, convertidos ya en músicos adultos, se dieron el gusto de hacer un disco raro, recurriendo a las canciones que aprendieron de tanto escuchar por radio, o por influencias de sus padres (sólo así se entiende A galopar, un poema de Rafael Alberti sobre la Guerra Civil Española musicalizado en los 60 por Paco Ibáñez), sin gastarlas, disfrutándolas. Por eso, mezcladas con otras de un espíritu punk más correcto, como Beat on the Brat, de Los Ramones, Fotos de Lily, de Pete Towshend o Perfección, del brasileño Renato Russo, la luz que adquieren es inolvidable. Acaso después de mucho años sin inventar nada, los Attaque 77 coherentes en muchas cosas hasta ahora hayan inventado una fórmula perdurable. Que incluso puede superarlos.
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