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Bofetada

Por Antonio Dal Masetto

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t.gif (862 bytes) Estamos acodados a la barra, saboreando las primeras copas de la noche, y un parroquiano recuerda que hace tiempo, cuando frecuentaba otro bar alguien se le acercó y le dijo: “Yo sé que vos no sos Gutiérrez. Vos sos otro. Pero sos exactamente igual y hacés las mismas cosas que hacía Gutiérrez. Ahora que él se fue, vos estás ocupando el lugar de Gutiérrez”. Esto marca el rumbo de la conversación, que a partir de ahí gira alrededor de la posibilidad de roles repetidos, del doble o los dobles que cada uno podría tener en el mundo y esas cosas.
–Disculpen, señores –dice un tipo al que no conocemos–, estuve siguiendo la conversación, los oí hablar de roles, y la verdad que ando con algunos problemas con ese tema, estoy más bien desesperado y necesitaría una oreja que me escuche.
Es un tipo elegante, traje y corbata, buen mozo, pero con la cara desencajada y una gran tristeza en los ojos. Inmediatamente todos ponemos nuestras orejas a su disposición.
–Soy un hombre educado, cuidadoso, pero cada vez que intento seducir a una mujer me ligo un sopapo. No importa lo que haga, no importa lo que diga, no importa quién sea la mujer a la que me acerco. Consulté con una bruja y me dijo que estoy marcado por la fatalidad, que en el mundo hay roles fijos y a mí me tocó éste: soy el que recibe la bofetada.
Todos sentimos pena por el tipo y quisiéramos ayudarlo aunque no sabemos cómo. Junto a la barra se encuentra también la señorita Nancy, bella como siempre, aunque esta noche luce más voluptuosa que nunca. Y es justamente ella la que toma la iniciativa y una vez más nos demuestra que tiene un enorme corazón.
–Mirá –le dice al trajeado–, una cosa es filosofar y otra es creer en brujas, magia y fatalismo. Este es un bar racionalista y no aceptamos esas cosas. Te propongo que hagamos una prueba, declarate conmigo, probate y probame, animate, y quedará demostrado que todo eso del fatalismo es pura charlatanería.
–¿No me vas a pegar?
–Nadie te va a pegar.
El trajeado traga saliva, después pone cara de inspirado y titubeando un poco le dice a Nancy que cuando la mira se pierde en la profundidad de sus ojos y es llevado a través de un mar de corales por maravillosas criaturas marinas.
Todos nos miramos muy serios y la miramos a Nancy que no se inmutó. El trajeado vuelve a tragar saliva y, más animado, le asegura a Nancy que desde el momento en que la vio se sintió arrebatado hacia el cielo por un cortejo de ángeles mientras a su alrededor el universo entero danza con los acordes de una sinfonía celestial.
Volvemos a mirarnos y miramos también la mano derecha de Nancy que acaba de crisparse un poco. Después el trajeado compara a Nancy con una gacela cuyo grácil desplazamiento por la pradera inunda el aire de perfumes nuevos y pone en la boca un sabor más dulce que el más dulce de los néctares del mundo.
El brazo de Nancy comenzó a temblar y yo, que estoy a su lado, me corro un par de pasos para colocarme fuera de la trayectoria del sopapón que se viene. En efecto, el derechazo sale disparado hacia la cara del trajeado pero a último momento se desvía en su trayectoria y se estrella con mucha potencia en la mejilla de Pablito, que está a su lado. Pablito es un joven que hace poco se integró al grupo de los parroquianos que frecuentan el bar.
Todavía un poco agitada, Nancy se arregla el pelo y le habla al trajeado: –Ahí tenés, ¿viste que no es como vos decís?, ¿viste que al final no cobraste?, quiero que sepas que me conmoviste profundamente, estoy muerta por vos, por primera vez sentí que estaba ante el príncipe azul, el que siempre busqué. Anotate bien el lugar, la fecha y la hora, para que no se te olvide nunca, y acabala con ese asunto del fatalismo.
Después se vuelve hacia Pablito:
–Vení, bebé, acompañame a tomar un café a casa que te quiero mostrar mi colección de muñequitas de porcelana.
Toma la mano con la que Pablito se está tocando la mejilla enrojecida y lo arrastra dulcemente hacia la puerta.
–No me dolió, señorita Nancy –dice Pablito mientras se van.
Todos nos dirigimos al trajeado.
–¿Se convenció de que no hay fatalismo? –le decimos–. La señorita Nancy se lo acaba de demostrar.
–Sí, pero se fue con otro –dice el tipo.
Ante esta evidencia no tenemos respuesta y callamos. Entonces es el Gallego el que interviene:
–No intente desentrañar el misterio, amigo, es el Eterno Femenino, tomemos un trago, la casa invita, para usted una copa doble.

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