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UN ALLANAMIENTO A LAS PATADAS EN UNA CASA EQUIVOCADA
La cámara cómplice de la policía

Buscaban un arsenal y entraron como una tromba. Los del grupo GEO tiraron la puerta abajo. Un helicóptero brindaba apoyo.  Pero la dirección correcta del operativo estaba a una cuadra.

Blanca Quiroga se siente como en una película de Suar.
“¿Pero acaso se creen que soy una vieja guerrillera?”

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Por Pedro Lipcovich

t.gif (862 bytes) “Búsqueme a este hombre”, dirá el juez al oficial de policía, y le presentará un identikit. El oficial, con su infalible olfato policial, demorará apenas un instante en reconocer al acusado: “Soy yo mismo, señor juez”. La escena es posible y hasta probable, y se armó así: un vasto operativo policial, con helicóptero y todo, se constituyó para allanar una vivienda en La Plata en busca de armas y objetos robados. Como no había nadie, cinematográficamente derribaron la puerta a patadas y entraron, pegados a las paredes con sus armas largas. Pero la casa era de una inofensiva anciana: los sabuesos habían confundido la calle 5 con la calle 5 bis. “Shit”, pensaron los émulos de Swat cuando el hijo de la anciana, que vive en una casa vecina, les hizo notar su error. Pidieron disculpas, vagamente prometieron arreglar la puerta y se fueron rapidito, pero se negaron a identificarse. Después, cuando la señora fue a denunciar lo sucedido, en el juzgado le pidieron un identikit del policía que comandaba el operativo: de nuevo se pondrá en marcha el helicóptero, para buscarlo.
Desde que, hace un año y medio, falleció su marido, la señora Blanca Quiroga suele pasar las noches con su hija Mónica, que vive en el centro de La Plata: “Quedé viuda, no me dan ganas de estar sola”. Por eso, en su casa de la calle 5 bis sin número, Barrio Aeropuerto, no había nadie ayer a las 7 menos cuarto de la mañana. Justo a esa hora empezó el operativo.
Efectivos del GEO (Grupo Especial de Operaciones), todos vestidos de negro, bajaron de su camioneta negra y, junto con policías de Quilmes y de la comisaría 8ª de La Plata, apoyados por un helicóptero, se apostaron en el patiecito de la señora Blanca. “Ellos decían ‘¡Salgan todos con las manos en alto!’, pero en la casa no había nadie”, contó la vecina Delia Argentina Tapia, que presenció el operativo.
Como nadie respondía, los representantes de la ley forzaron la puerta a patadas. El apoyo aéreo, desde muy cerca, los protegía y registraba las operaciones: “Ese helicóptero no paraba de sacar fotos: yo seguro que salí porque estaba parada en el patiecito”, estimó Delia Argentina.
A esta altura del batifondo, el hijo de la dueña de casa, que se llama Osvaldo Diez y vive al lado, tomó cartas en el asunto: “Yo estaba tomando unos mates, escuchaba golpes y pensaba que era el señor de acá al lado que estaba arreglando algo, pero vino la hija de mi vecina, la que nos cuida los chicos, a avisarme: ‘¡Te están rompiendo la casa de tu mamá, hay milicos por todos lados!’. Y, sí, estaban apostados con metralletas y el que los dirigía iba escribiendo todo a máquina”.
Página/12 pudo apoyar su libreta de apuntes en la misma mesita de jardín, imitación mármol, donde reposó la máquina de escribir de la autoridad. Desde allí puede verse la callecita de tierra y las casas con techo de zinc del barrio Aeropuerto; a metro y medio de la mesita, la puerta de chapa muestra, a la altura de la cintura de un hombre, la abolladura causada por los botines marciales.
Según el duro lenguaje judicial de la denuncia que se efectuó después, “debido a la violencia inferida sobre la puerta, el sistema de cierre quedó afectado y en la parte inferior de la misma se observa un gran hundimiento, debiendo el hijo de la declarante enderezarla en parte para poder proceder al cierre de la misma”.
Pero Osvaldo Diez no se quedó callado: “‘¿Qué están haciendo?’, les dije. ‘Orden del juez’, dijo el que dirigía, y me mostró la orden de allanamiento. Yo la miré y le dije: ‘Te equivocaste: dice calle 5 y ésta es la 5 bis’. Abrieron los ojos así de grandes”. Con los ojos así abiertos, los policías, la camioneta negra y el helicóptero se movilizaron cien metros hasta la dirección correcta.
A todo esto la dueña de casa, avisada por su hijo, se había tomado un taxi y, a las 7 y cuarto, llegaba al patio de su casa. “¿Sabe que nos equivocamos?”, la recibió el policía, sentado ante su mesita con la máquina de escribir, y comunicó: “Lamentablemente le rompimos la puerta. Pero en la otra esquina dio positivo”. “Pero si yo vivo sola... ¿Se creen que soy una vieja guerrillera, se piensan que tengo una ametralladora debajo de la cama?”, increpó la dueña de casa. “No le tocamos nada, señora, ¿no ve que está todo ordenadito? Si fuera un allanamiento de veras le tirábamos todo...”, explicaba el oficial.
“Tuvimos que abrir la puerta porque nadie abría, pero pidan un presupuesto y se la arreglamos”, decía el policía y, contó después Osvaldo Diez, “me pidió mi número de teléfono para llamarme a la tarde: me dijo que iba a pagar de su propio peculio”. Hasta el cierre de esta edición, el oficial no había procedido a telefonear.
En todo caso, “el rubio que dirigía todo no quiso identificarse”, dijo la señora Blanca. “Eso es lo peor –observó su hijo Osvaldo–: yo lo único que sé es que vino gente de uniforme pero no me dejaron ningún dato, y eso que les insistí.”
La esposa de Diez, Brenda, contó que “uno de los policías me dijo que lo buscara en la comisaría 8ª de Quilmes pero ¿cómo lo reconozco?: es petiso y gordo, y está lleno de policías petisos y gordos”. Es más, destacó Delia Argentina Tapia, “como no mostraron la credencial, no sabemos si a lo mejor son actores filmando una película. Adrián Suar ahora está haciendo cada cosa...”.
Cuando los policías se retiraron con su helicóptero, la señora Quiroga y su familia fueron a la Oficina de Denuncias de la Fiscalía General Departamental de La Plata, donde les pidieron que describiera al oficial a cargo del operativo. La doctora Laura García, instructor judicial de la Fiscalía de Cámara, firmó el informe judicial: “Se trata de un hombre de estatura aproximada 1,80 metro, de contextura delgada, cabellos rubios, muy cortos, tez blanca, ojos verdes, edad aproximada 33 años, el que llevaba anteojos de lectura (marco redondo dorado)”.
A la tardecita, de la Fiscalía la llamaron a la señora Quiroga y le aseguraron que, con esa descripción, iban a hacer un identikit.
“¿Pueden hacerte eso de tirarte la puerta abajo y después nada más decir ‘me equivoqué’?”, clamaba Mónica, hija de la señora Quiroga. Y Federico, de dos años y medio, nieto de la damnificada, sintetizaba magistralmente la situación: “La abuela se quedó sin puerta”.

 

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