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Por Juan Carlos Sanz Sus partidarios lo seguirían hasta la muerte; lo mismo que sus rivales. Abdulá Ocalan, Apo, es, para los primeros, el líder carismático del gran Kurdistán, y el enemigo público número uno de Turquía para los segundos. Y una pesadilla para todas las cancillerías occidentales. Debilitado en el frente de combate tras el formidable despliegue militar turco en el sureste de Anatolia y la pérdida de sus bases en el norte de Siria e Irak, Ocalan, que cumplirá 50 años en 1999, empezó, sin duda, demasiado tarde su viaje hacia ninguna parte. Desde 1993 ha ofrecido sucesivas treguas unilaterales, que siempre han sido rechazadas por el gobierno turco. Y cuando las autoridades sirias, bajo la amenaza de guerra de Ankara, se decidieron a expulsarlo el pasado mes de octubre hacia un difuso exilio en Moscú, el líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) debió comprender que él mismo debía ser quien encabezara la ofensiva diplomática de la causa kurda ante los países europeos que tradicionalmente han apoyado económicamente y con armas a Turquía. Orondo, con su poblado bigote negro, Ocalan pasaría inadvertido en cualquier bazar turco si no fuera por el halo de mesianismo con el que sus seguidores han revestido su leyenda. Nacido en 1949 en la aldea de Omerli, en la provincia turca de Sanliurfa, en la frontera con Siria, Ocalan procede de una familia campesina en la que apenas se hablaba el kurdo. Como tantos otros jóvenes de su generación, se vio envuelto en las luchas políticas que conmocionaron a Turquía a finales de los años setenta, con enfrentamientos entre grupos radicales de la izquierda y bandas paramilitares de extrema derecha, como los temibles Lobos Grises. En su época de estudiante en la Universidad de Ankara, Ocalan fundó el PKK en 1978, después de haber sido detenido y encarcelado por actividades pro kurdas. Pero tuvo tiempo de huir de Turquía antes de que estallara el golpe de Estado militar de 1980 para exiliarse en Damasco, un tradicional rival del hegemonismo turco en la región, y en el valle de la Bekaa, en territorio libanés controlado por Siria, donde instaló su principal base de operaciones y los campos de entrenamiento guerrilleros, a partir de los cuales lanzó su ofensiva armada en 1984. Convoyes enteros con decenas de soldados turcos han sido aniquilados desde entonces en el sureste del país, en una guerra abierta aunque no declarada, en la que el ejército de Ankara no ha escatimado el uso de artillería, carros de combate o incursiones de aviones. El vía crucis de Apo se ha urdido en una compleja telaraña desplegada desde hace cuatro meses en Siria. Un misterio, como casi toda la existencia del líder kurdo, aún sin desentrañar. Primero fue expulsado por Damasco ante la amenaza bélica de Ankara. Tras librarse de un huésped incómodo, el gobierno de Hafez el Assad lo envió a Moscú, donde la Duma llegó a votar a favor de concederle asilo político a comienzos del pasado mes de noviembre. Mientras tanto, el Parlamento griego lo invitaba a viajar a Atenas. Pero las autoridades rusas decidieron más tarde expulsarlo también del país y lo embarcaron con destino a Roma con un falso pasaporte turco. El pasado 12 de noviembre fue detenido en el aeropuerto de la capital italiana bajo la acusación de terrorismo que había sido dictada contra él por los gobiernos de Alemania y Turquía. Las autoridades italianas, sin embargo, decidieron no extraditarlo a Turquía, un país donde sigue aún vigente la pena de muerte, y, tras una serie de recursos judiciales, fue finalmente puesto en libertad el 16 de diciembre, ya que Alemania revocó la orden de captura internacional que había dictado contra él. Durante una reciente entrevista con el Corriere della sera, Ocalan manifestó que su caso no era personal, sino que se encontraba en Italiapara lanzar un mensaje político, para decirle al mundo que es urgente afrontar la causa kurda. Apo confiesa tener mucho que decir acerca de dos atentados sobre los que todavía hoy existen más sombras que luces. El perpetrado contra el Papa el 13 de mayo de 1981 por el turco Ali Agca, quien fue juzgado y condenado pero tras el que Ocalan ve la mano del grupo de ultraderecha turco Lobos Grises. Y la muerte a tiros a la salida de un cine en febrero de 1986 del primer ministro sueco Olof Palme. El crimen no tiene aún un culpable pero, según Ocalan, un jefe del PKK capturado por el ejército turco pocos meses después del atentado confesó que Palme había muerto por calificar de terrorista al PKK.
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