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Exclusivo: el realizador John Madden habla de los meritos de su film “Shakespeare in love”
“Por él, la generación MTV conocerá a Shakespeare”

En Berlín, el cineasta que está en boca de medio mundo desde que su film fue nominado a 13 Oscar concedió una entrevista a Página/12. Entre otras cosas, dijo que intenta vincular la figura del genial dramaturgo con un público nuevo, que no va al teatro.

“Intenté mostrar un Shakespeare al que esta generación se le acercara sin miedo, lo que no es nada fácil.”
La película de John Madden –aquí durante el rodaje– tiene la friolera de 13 nominaciones para el Oscar.

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Por Luciano Monteagudo desde Berlín

t.gif (862 bytes) Dirigió en escenarios de Nueva York Medida por medida (con Christopher Walken), interpretó en Londres uno de los personajes centrales de La duodécima noche y durante más de tres años enseñó en Yale técnicas dramáticas para actores especializados en Shakespeare, pero nada de eso, dice, lo hace un experto en su obra. En todo caso, lo lleva en la sangre, como todo actor y director británico que se haya formado en el teatro londinense. Se trata de John Madden, el realizador de Shakespeare apasionado, la película sorpresa del Oscar, que logró trece candidaturas, apenas una menos que las marcas históricas de La malvada (1950) y Titanic (1997).
En su filmografía figuran trabajos tan diversos como algunos episodios de Prime Suspect, una de las mejores series que haya dado últimamente la televisión inglesa, y La señora Brown, un dramón victoriano –con la mismísima Queen Victoria como protagonista– típico ejemplo del cine británico más solemne y académico. No es precisamente el caso de Shakespeare in Love, una ingeniosa fantasía sobre los amores y conflictos que podría haber vivido el Bardo mientras escribía Romeo y Julieta, allá por 1590. Protagonizada por Joseph Fiennes y Gwyneth Paltrow, Shakespeare apasionado es ahora una de las 25 películas en competencia de la Berlinale, que culmina el próximo domingo. El paso de Madden por la muestra fue fugaz, lo que demuestra que el director (49 años) tiene por supuesto muchas más fichas en juego en Los Angeles que en Berlín. Sin embargo, Página/12 pudo conversar con él en uno de los grandes hoteles que durante doce días toma por asalto el festival.
–¿Le parece que la lluvia de candidaturas al Oscar, que superan incluso a las de El soldado Ryan, son indicativas de lo que sucederá durante la entrega de premios?
–Aunque todo el mundo me habla del tema, la verdad que la sola mención del Oscar ya me da dolor de estómago, de los nervios. Todos los involucrados en la película estaban seguros de que íbamos a tener varias candidaturas, pero francamente yo no, porque pensaba que sólo algunos miembros de la Academia iban a votar por Shakespeare enamorado, y en categorías muy determinadas. Pero lo que más me llamó la atención es que, de alguna manera, las trece candidaturas son la expresión más clara de que el film funciona como un todo y que es valorado en su conjunto y no solamente en uno u otro aspecto técnico o artístico. Al mismo tiempo, es inusual –y en esto las candidaturas también son reveladoras– que una película sea tan abarcadora, que interese a tanta gente, a públicos tan distintos y con intereses tan diferentes entre sí. Por supuesto, siempre quise que Shakespeare apasionado fuera una película accesible a todos los espectadores. Soy un defensor apasionado de la idea de que si una película, por específico que sea su tema, tiene una verdad en sí misma tiene las mejores oportunidades de ser universal. Pero volviendo a lo de la Academia de Hollywood: nunca esperé una cosa así. La verdad es que me gustaría parar todo esto aquí mismo, con las trece candidaturas, y no seguir adelante, porque no vamos a ganar las trece, por supuesto.
–¿Piensa que la popularidad del film entre los miembros de la Academia de Hollywood se debe también al carácter autocelebratorio del mundo del espectáculo que tiene Shakespeare apasionado?
–Obviamente la película es acerca de mi industria, de mi trabajo, acerca de lo que significa ser un narrador y tener el deseo de transportar a la gente por otros mundos, distintos a aquellos en los que viven cotidianamente. Eso me parece que está muy presente en Shakespeare apasionado. Y ciertamente cuando uno conoce a muchos escritores, directores, actores es gratificante poder devolverles el respeto que se merecen, pero sin dejar de reírnos un poco de nosotros, de nuestros vicios y vanidades. Esta película, es verdad, celebra al mundo del arte y del espectáculo, y soy consciente de que ésa es la gente que integra la Academia.
–¿Había algo en la película que lo preocupara especialmente, a lo que tuvo que dedicarle más trabajo o atención?
–La parte de la película que más me sorprende en relación con la respuesta del público es cuando Shakespeare finalmente termina de escribir Romeo y Julieta y llega el momento tan ansiado y tan temido del estreno. La representación de la obra, debo confesarlo, me tenía preocupado, angustiado. Había que poner en escena solamente algunos fragmentos de la pieza, claro, pero al mismo tiempo tenía que dar una idea cabal del todo y tratar de captar la atención y la emoción del espectador de cine de la manera en que lo hubiera experimentado si estuviera allí mismo, en el teatro. Además, toda la película gira en torno a lo que sucede detrás de las bambalinas, antes de que se abra el telón, y eso podía llegar a arruinar la ilusión del momento mismo de la representación, sobre todo cuando el espectador de cine se ve reflejado, de alguna manera, en el público que colma el teatro The Rosa. Pero me atrevería a decir, sin embargo, que es el momento que mejor funciona en el film. Se produce una cierta comunión, como si el círculo que comenzamos a trazar al inicio de la película por fin se cerrara.
–La película transcurre en 1590 pero tiene un tono muy contemporáneo, ¿cómo lo consiguió?
–Hay muchos elementos que, combinados, contribuyen a que la película no sea un mero film de época. Marc Norman, que fue quien concibió el proyecto y escribió el primer guión, se acercó al material desde un punto de vista ahistórico. De alguna manera, utilizó a Shakespeare como su propio espejo y el de tantos escritores, que en determinado momento sufren un bloqueo, el horror de la página en blanco. A su vez, Tom Stoppard, responsable final del guión que se ve en la pantalla, basado en el primer tratamiento de Norman, agregó su propio marco de “posmodernismo”, muy reconocible para aquellos que conozcan su pieza Rosencrantz y Guidenstern ha muerto, inspirada en estos dos personajes de Hamlet, por cierto. Y salpicó la historia con esos insidiosos anacronismos, pero no gratuitamente sino como una forma de explotar aún mejor la doble visión que tiene la película sobre los hechos que narra, la historia de un hombre que no es consciente del genio en el que está por convertirse. La sola palabra “Shakespeare” produce hoy una resonancia que no tiene en absoluto en el marco de nuestra película, donde todavía ese nombre es totalmente inocente en términos de significado. A todos estos elementos, yo traté de sumarles una visión muy cinematográfica, muy visual, que no se detuviera precisamente en detalles de orden histórico. Y bueno, por encima de todos nosotros está, por supuesto, el propio Shakespeare, siempre más actual que nunca, con la ventaja a nuestro favor de que Romeo y Julieta es una de sus obras más modernas y jóvenes de espíritu.
–¿Pensó en algún público en particular cuando hacía la película?
–Bueno, el público mayoritario de cine en estos días es lo que podríamos llamar la generación MTV y mi única preocupación al respecto era presentar un Shakespeare al que esta generación no se le acercara con miedo, que fuera accesible, algo que por otra parte no es nada difícil, considerando que Shakespeare es un personaje que resiste por sí mismo cualquier encasillamiento. Alguien se puede quejar, como he leído por allí, de que el nuestro es un “Shakespeare light”, pero es que, entre tantas otras cosas, Shakespeare, o al menos el Shakespeare que reflejan sus obras, también tenía humor, como lo prueban sus comedias. Y Shakespeare era un gran seductor del público, instintivamente escribía para mucha gente muy distinta entre sí, escribía para la reina pero también para el pueblo que se agolpaba en la galería de su teatro. Y la película, que concebimos como un acto de pasión por Shakespeare, también quiere serle fiel a sus ideales y a sus motivos dramáticos. De hecho, en cada una de sus comedias los personajes son al comienzo un poco como los del inicio de nuestra película: un poco tontos, románticos, envanecidos, pero que después de una experiencia crítica, generalmente con una mujer,se encuentran con el dolor, la pérdida, a veces incluso la muerte, y comprenden lo que significa el amor y la compasión. Muy humildemente lo digo, esa misma línea dramática es la que quisimos seguir en la película. Así que si hay por allí algún “experto” en Shakespeare que quiera quejarse, allá él.
–¿La trama es totalmente una invención, una especulación o reconoce alguna fuente histórica?
–El cine es capaz de transportarnos a otros mundos y a otras épocas, cada vez más, de maneras que eran inimaginables apenas veinte años atrás. Y a su modo Shakespeare también hacía lo mismo, pero con la diferencia de que su única herramienta técnica, su única arma era el lenguaje. El cine dispone ahora de otras formas de disparar la imaginación, aunque lamentablemente nos hemos vuelto muy literales. Pero aun así, hay algo que el cine puede hacer maravillosamente y es especular, imaginar algo a partir de lo que no sabemos. Y de la vida de Shakespeare no sabemos prácticamente nada en concreto. Alguien me señaló cierta coincidencia con La señora Brown, mi película anterior, donde se especula acerca de un episodio desconocido en la vida de la reina Victoria.
–¿Por qué cree que el cine ha revisado tanto la obra de Shakespeare en los últimos años?
–Probablemente porque Shakespeare es el mejor narrador de historias que uno pueda imaginar, con una extraordinaria modernidad psicológica en sus personajes. Hay observaciones que son increíblemente contemporáneas y que nos llaman la atención cuando interpretamos hoy a Shakespeare. Es notable como Shakespeare se acomoda a los sentimientos modernos y a las estructuras de pensamiento actuales. Y uno puede hacer con sus obras casi cualquier cosa, y siempre funcionan: un Macbeth kabuki, o un Hamlet siberiano... En la base de todo, siempre está Shakespeare y no veo por qué Hollywood se lo iba a perder.

 

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