Claudio Salgueiro vivía
frente a mi sinagoga, un predio que ya estaba rodeado de pilotes. Lo conocí dos días
después que los skinheads le rompieran el brazo, dejaran su cara desfigurada y una
sensación horrenda de temor en sus ojos. Lo invité a participar en una manifestación
por lo que le había pasado, junto a líderes religiosos de diversos credos y gente del
barrio, cuando me contestó que la paliza no lo había dejado en condiciones de estar
siquiera en pie. Pero inmediatamente me increpó con la pregunta del millón ¿por qué a
ustedes, los judíos los atacan así?
Claudio había vivido una experiencia discriminatoria, simplemente por error. Lo
reventaron a palos por error. Creyeron que era judío. Tratarán de no equivocarse la
próxima. Las últimas veces sus socios ideológicos, tanto en la embajada como en la AMIA
no le erraron. Solo se equivocaron unos jueces al condenarlos. Pero ya era hora de
subsanar el descuido.
Qué ignorancia expresó la Cámara. ¡No saber diferenciar una canción de
una amenaza! Un grupo de inocentes niños vociferaba una casta melodía. Un grito de
guerra, que como párvulos que juegan en una plaza entonan para ovacionar a su equipo
favorito.
Pero señores jueces ¿los palazos a Salgueiro? Simplemente una advertencia
contestará el camarista para que no se haga pasar por quien no es. Una buena
lección para confirmar su identidad.
Cantar contra los judíos se ha tornado una ingenuidad. También en la Alemania ya nazi,
después de la Kristalnacht, algunos dijeron que era solamente una travesura en la que
algunos jóvenes confundidos rompieron algunas vidrieras. ¡Ay, la exageración judía!
Próximo paso: lo de la embajada sin duda que fue una implosión, y lo de la AMIA un
escape de gas. Ahora sí me siento más extraño que nunca. Podía imaginar que había
jueces antisemitas. Si hasta uno con antecedentes filonazis llegó a ser ministro de
Justicia. Pero tanta locura, ¡a punto tal de revocar una sentencia antidiscriminatoria!
No hay duda. La bestia se amalgama abiertamente en los tribunales. Claudio se mudó de
donde vivía frente a mi sinagoga, por temor a que haya más gritos de guerra. Sabe que es
imposible rodear de pilotes hasta los edificios en donde viven los supuestos judíos.
Pobre Claudio. El vivió en carne propia la experiencia de que la guerra es algo más que
gritos. Y ahora hasta la Justicia lo condenó.
* Rabino de la Comunidad Bet-El.
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