Panorama Económico
Y se hizo la luz
Por Alfredo Zaiat |
La
oscuridad hizo la luz, juego de palabras obvio en estos días pero oportuno como las velas
o el bidón de agua para los más de 150 mil usuarios de Empresa Distribuidora Sur SA
(Edesur) que padecen el corte del suministro eléctrico. Apagón que muestra con claridad
la ausencia del Estado en el ejercicio de control de la privatizadas. Empresas que
desarrollan sus negocios en un mundo ideal, alejadas de los vaivenes de la economía y con
consumidores cautivos, que sólo tienen la obligación de pagar en fecha (a todo esto los
recargos por mora de Edesur son escandalosamente elevados) sin que nadie los escuche. El
apagón puede servir para dar luminosidad a un debate que el Gobierno obviamente rehúye y
la Alianza evita: las condiciones en que progresan y se desarrollan las privatizadas.
Estas crecen en monopolios naturales, obtienen (des)regulaciones a medida, consiguen
renegociación de contratos que siempre derivaron en aumentos de las tarifas, lograron la
dolarización e indexación de sus ingresos, recibieron rebajas de impuestos que no fueron
trasladadas a los consumidores. Así, consolidaron un núcleo de poder económico ante la
inexistencia de controles eficaces por parte de los entes reguladores. Y el apagón de
Edesur lo muestra a la luz de las cerillas.
Ese escenario privilegiado en que operan las privatizadas explica, en gran parte, sus
extraordinarias rentabilidades. Desde que comenzaron a manejar las ex empresas estatales,
las privatizadas en su conjunto acumularon ganancias por casi 13 mil millones de dólares.
Para que se entienda bien: un 1, un 3 y nueve 0 a la derecha. Por operar en mercados
monopólicos con elevadas tarifas (el ajuste más reciente ha sido, casualmente, el
anunciado para la luz, con un aumento promedio del 7 por ciento) la relación utilidad
sobre ventas de las privatizadas trepa al exagerado 12,1 por ciento, mientras que para el
resto de las empresas más importantes del país es de apenas el 0,8 por ciento.
El consorcio que controla Edesur pagó, en agosto de 1992, por el 51 por ciento de la
mitad de lo que era Segba 30 millones de dólares más 481 millones de papeles de la
deuda, que a valor de mercado de entonces no superaban los 100 millones. El Estado, a la
vez, se hizo cargo de los pasivos. En lo que va de su gestión, Edesur acumula una
ganancia de poco más de 210 millones de dólares. Es decir, que ya recuperó con creces
lo invertido para quedarse con la distribución eléctrica del área sur de Capital y
conurbano bonaerense.
Cuando comenzó el proceso de transferencia al sector privado de las empresas eléctricas
(Segba, Agua y Energía e Hidronor) se establecieron tres segmentos diferenciados:
generación, transporte y distribución. División para, en teoría, introducir
competencia en el sector. En un imprescindible trabajo de Flacso para comprender ese y los
otros procesos de administración privada de las ex empresas estatales (Privatizaciones en
la Argentina. Marcos regulatorios tarifarios y evolución de los precios relativos durante
la convertibilidad), conducido por Daniel Azpiazu, se destaca que esa política de
desintegración establecida en el marco de regulación fue en la práctica ignorada sin
que los entes de control intervinieran. El proceso de re-integración vertical e, incluso,
horizontal de las unidades de negocio segmentadas, se ha dado ahora bajo el control del
capital privado. El más relevante es el que involucra al grupo Endesa (España)-Enersis
(Chile), que es accionista simultáneamente de Edesur y Edenor. Esa concentración del
capital en un mismo grupo derivaría en la paradoja de que en el caso de una rescisión
del contrato a Edesur, y su posterior transferencia a Edenor, quedaría todo en las mismas
manos.
Ese juego libre con un Estado ausente que derivó en concentración de rentas a manos de
las privatizadas dice mucho más que cifras y movimientos accionarios que sorprenden.
Refleja, fundamentalmente, la estructura económica que se ha moldeado en esta década,
con una apertura no administrada y con un tipo de cambio que ha favorecido el desarrollo
de los sectores de servicios sin competencia importada. Y que han crecido en mercados
monopólicos u oligopólicos, y en algunos casos incluso con subsidios del Estado pese a
que registran ganancias, como en trenes y subtes. Así, eliminado todo riesgo empresario y
garantizado el elevado margen de rentabilidad, se ha consolidado un reducido grupo de
poderosos grupos económicos.
La (no)intervención del Estado ha sido, precisamente, con ineficaces controles y actuando
de árbitro siempre a favor de las empresas frente a los consumidores, determinante para
que esas compañías incrementen sustancialmente sus niveles de facturación, utilidades y
márgenes de beneficio.
Trampas brasileñas
Sigue sin haber luz también al final del túnel de Brasil. El polémico artículo que el
economista rebelde de la academia norteamericana Paul Krugman publicó en Slate, revista
virtual que se visita en Internet, tiene varias perlitas más, además de la acusación
luego relativizada por él mismo contra el designado presidente del Banco
Central de Brasil, Arminio Fraga, por haber dado información confidencial a su anterior
jefe, George Soros. El comienzo de esa nota que perturbó al gobierno de Cardoso (No
culpar a Río ni a Brasilia... El real ha caído en la trampa de confianza) resume
lo que la mayoría de los economistas piensa sobre cuál es el principal problema de
Brasil para superar la crisis. Krugman cuenta que: En los años 80, un amigo me
envió una postal mostrando la famosa estatua de Jesús con vista a Rio de Janeiro. Debajo
de sus brazos extendidos él había escrito una leyenda: La deuda es tan grande, y
sólo Dios puede pagarla.
Brasil superó la crisis de la deuda de la década pasada, siendo el país favorito de los
inversores extranjeros. Y en la actual busca recuperar la confianza de esos capitales del
exterior para que el Cristo que domina desde las alturas Río siga pasándole la factura
de la deuda a San Pedro. Krugman describe con suave ironía cómo la deuda crece
aceleradamente debido a la trampa de confianza que retiene al real. La deuda
del gobierno brasileño explica es menos que la mitad de su Producto anual,
participación que es más baja que la de la mayoría de los países europeos. ¿Por qué,
entonces, los inversores perdieron la confianza en Brasil? Debido a las elevadas tasas de
interés que paga el gobierno para renovar su deuda, que está en manos de esos mismos
inversores. La situación es absurda, dice Krugman: los inversores tienen poca
confianza en Brasil por su elevado déficit fiscal, el cual es resultado de las altas
tasas de interés. Estas, a la vez, deprimen la economía, lo que deriva en pérdida de
confianza de los inversores. El saldo: un círculo vicioso que hunde a Brasil. Krugman
convoca a un voluntarismo ingenuo para superar la crisis, al proponer que los inversores
acepten una tasa de interés que sea el doble de la de los bonos del Tesoro
estadounidense. O sea, que renueven los millonarios vencimientos de deuda brasileña al 12
por ciento anual en lugar del actual asfixiante para el fisco 39 por ciento.
Brasil no sólo está sujetado a la trampa de confianza que describe Krugman,
sino a la trampa del FMI en la que también son cómplices los inversores
internacionales. Estos piden que Brasil se arroje a los brazos del Fondo como garantía de
que cumplirá los deberes. El problema reside en que el FMI abre los brazos como el Cristo
del Corcovado en Río, pero los cierra con la fuerza de un oso. Exige ajuste fiscal y
estricto control monetario con elevadas tasas para evitar un repunte de la inflación.
Esaestrategia es un suave veneno que adormece la furia de una corrida por unas semanas
pero termina matando al enfermo. La política monetaria anula a la fiscal para evitar la
inflación. Pero con tasas altas cualquier esfuerzo fiscal es inútil, puesto que los
intereses que devenga una deuda superior a los 350 mil millones de dólares resultan
superiores al ajuste de las cuentas públicas a que se puede comprometer Brasil. La
apuesta en este caso, la del FMI, es tan voluntarista como la de Krugman: dado el esfuerzo
fiscal, los voraces especuladores se calman y aceptan tasas más bajas.
Una y otra alternativa no parece que vayan por el camino del éxito. El consenso en la
city es que por esa vía las opciones son más bien hiperinflación o reestructuración de
la deuda. Y tanto en una como en otra hay que ir preparando el casco porque la corrida que
provocaría haría recordar con placer la que se precipitó cuando se liberó el real.
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